«En materia económica la Iglesia se comporta como una puta, como la gran puta de Babilonia»

El escritor y colaborador de Nuevatribuna Víctor Moreno lamenta en esta entrevista que en España «el laicismo se confunda con una especie de ‘comecuras’ al estilo decimonónico».

nuevatribuna.es  22 Diciembre 2014 – 19:31 h.

2014122121241719145Librería Cazarabet (Teruel) ha conversado con Víctor Moreno Bayona, autor del libro Santa Aconfesionalidad, virgen y mártir (Editorial Pamiela, Pamplona). Un libro que completa su ensayo anterior, Los obispos son peligrosos aquí en la tierra como en el cielo.

Librería Cazarabet | Víctor, estamos a punto de iniciar 2015 y deberíamos decir que estamos viviendo en un Estado Laico porque así lo recoge la Constitución, pero eso no es así en la práctica… Coméntanos.

Víctor Moreno Bayona | Sólo existe una declaración en el artículo 16.3 diciendo que en el Estado “ninguna confesión tendrá carácter estatal”. Ni siquiera aparece la palabra laico en la Constitución, palabra que todavía vuelve catatónica perdida a la Iglesia.

En primer lugar, hay un problema de fondo, de mentalidad, por el que la sociedad se sigue rigiendo por atavismos seculares y en los que Iglesia y Estado han convivido la mar de bien a lo largo de la historia.

En segundo lugar, hay un problema de voluntad política o, mejor dicho, de no-voluntad, de no querer llevar a la práctica las exigencias que de dicha formulación constitucional se derivan. De hecho, desde que se aprobó la Constitución en 1978 no ha habido ningún decreto, ni orden, ni ley que aplicase lo que supone el carácter no confesional del Estado. Un decreto ley donde se ordene la retirada de los crucifijos de las instituciones públicas, donde se mande retirar la cruz presidiendo la entrada de los cementerios, donde se anule la presencia de los curas en los hospitales públicos, donde se niegue la presencia de capillas en las universidades, donde se obligue a no asistir a los políticos a misas, procesiones, en representación de la entidad política a la que representan, donde se castigase a quienes consagraran su ciudad a una víscera metafísica… y así sucesivamente.

De esta manera también podemos decir que lo de una sociedad laica es algo como de “papel mojado” porque en realidad… ¿cuál es la realidad? O sea: ¿La sociedad española en qué punto se encuentra, respecto al laicismo?

No se encuentra en ningún lugar. El laicismo no se ha estrenado todavía en España. Es un concepto virgen. La Iglesia, junto con los poderes políticos y, para qué engañarse, apoyándose en una sociedad permisiva con la institución eclesial, no se ha interesado jamás por dicho laicismo y menos todavía por aplicarlo en la esfera pública. La defensa del laicismo no da votos. La palabra laicismo despierta muchas suspicacias, porque es un concepto no normalizado. En la mentalidad social, el laicismo se confunde con ateísmo, con anticlericalismo, y con una especie de “comecuras” al estilo decimonónico.

No se ha hecho pedagogía política de lo que supone el laicismo, como signo de una racionalidad asentada en el pensamiento individual, autónomo, consensuado, plural, ajeno a las intromisiones de principios y dogmas que, no solo no se basan en una realidad empírica, sino que, además, no son compartidos por toda la sociedad.

El laicismo es la base fundamental de la convivencia democrática. La calidad de una democracia se podría medir por el nivel de funcionamiento laicista de la sociedad. Cuanto menos laicismo, peor democracia.

¿Y respecto al aconfesionalismo?

Si no se entiende el laicismo, menos aún se comprende en la práctica en qué consiste la no confesionalidad de las instituciones públicas pertenecientes al Estado. Se encuentra en el mismo plano conceptual de enmarañamiento que el laicismo; se sigue confundiendo aposta con el anticlericalismo y con el ateísmo.

Pero la no confesionalidad no es incompatible con ser creyente. Tanto el laicismo como la no confesionalidad son cuestiones geométricas, higiénicas y profilácticas, que buscan la separación entre conceptos, entre la inmanencia y la transcendencia, la autonomía y la heteronomía, la Iglesia y el Estado, Dios y el César, Rouco y el Código Civil.

Se trata de establecer los límites espaciales de actuación de una esfera y otra. Y, sobre todo, que ninguna de ellas intervenga en la vida y desarrollo de cada una imponiendo sus criterios de forma exclusiva y excluyente.

Que la Iglesia siga actualmente haciendo prevalecer los principios canónicos y evangélicos por encima de los principios del Código Civil y de los derechos humanos es algo inconcebible en un Estado de Derecho no confesional. Que los actos de pederastia cometidos por un cura sean considerados pecados y los de un pederasta laico como delitos, es una vergüenza pública, que deja ver el sometimiento vergonzoso del Poder civil al Poder religioso.

¿Y el anticlericalismo?

El anticlericalismo es un invento de la propia Iglesia con el que se quiere motejar el comportamiento de quienes piden mayoría de edad y respeto a la sociedad.

Hoy día, quienes son más conscientes de estas esferas de las que he hablado, no nombran para nada el anticlericalismo. No lo necesitan. Para aborrecer a la Iglesia jerárquica e institucional se basta ella sola.

Ahora bien, si el anticlericalismo sigue entendiéndose como una oposición radical a que la Iglesia siga organizando la vida de las personas siguiendo imperativos y dogmas no consensuados civilmente, pues bien venido sea. Es un anticlericalismo urgente y necesario.

Has sido profesor de secundaria, bueno de ESO y vinculado a la escuela pública; así que va a ir muy bien preguntarte: ¿Se puede entender una Escuela Pública con las religiones, sean cuales sean (aunque solo sea una) en las aulas?

Lo que sucede con la enseñanza de la religión en la escuela pública es, ni más ni menos, que la dejación del poder político ante las exigencias de la Iglesia. La escuela pública es una institución aconfesional, por lo que la única manera de que se respete en el currículum escolar a todas las religiones es no hacer caso a ninguna de ellas. Pero el Estado sigue complaciendo a la Iglesia Católica de un modo escandaloso.

Es verdad que la Constitución dice que los poderes públicos mantendrán relaciones de cooperación con la iglesia católica y demás religiones, y que garantizarán el derecho de los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral acorde con sus convicciones. Todas estas declaraciones son pura contradicción con un Estado Aconfesional. Por tanto habría que derogar dichos artículos.

Además, en esas declaraciones no se deduce automáticamente que haya que enseñar obligatoriamente religión en las escuelas públicas. Esto no se dice en ningún lugar de la Constitución. El problema sigue radicando en el Concordato de 1953 y los acuerdos con la santa Sede formulados en 1976 y 1979. De hecho, la cooperación que establece la Constitución se traduce, en la práctica, más que en cooperación, en sometimiento a un nacionalcatolicismo pasado de rosca y que bien puede definirse como fascismo de la fe.

En los pueblos, Víctor, este fenómeno que llamamos de “enmascarar la Escuela Pública” con todos sus valores es más traumático, quizás porque nos conocemos todos más y nos es más “difícil” romper con lo de “dar religión”… ¿Cómo lo ves?

Las gentes de los pueblos, con raras excepciones, se dejan llevar por la inercia de lo que llaman tradición y por el aforismo universal de que “siempre se ha hecho así”. Muchos padres no ven el alcance nocivo que tiene encharcar la conciencia de un niño con nociones y dogmas que no hay por dónde cogerlos, y, en especial, la noción de pecado.

El respeto obediente y sumiso a las creencias religiosas por encima de las leyes y de lo que establece la propia Constitución constituye uno de los graves inconvenientes que habrá que superar para que la sociedad sea capaz de distinguir ambas esferas, la de la tradición y la del Código Civil.

Si los padres quieren que sus hijos sigan embotándose la racionalidad con la religión, allá ellos y sus conceptos de respeto y libertad. Pero, si lo hacen, háganlo en el templo, en la iglesia, no en las instituciones públicas, porque estas deben regirse no por el criterio de la estadística o de las mayorías, sino por el respeto al pluralismo. El hecho de que la iglesia controle la mayoría de los pasos simbólicos de la sociedad –bautismo, confirmación, comunión, matrimonio, extremaunción- hace muy difícil que las personas escapen a dicho control eclesiástico, negador de la autonomía individual. En este sentido, el nacionalcatolicismo sigue como en el franquismo.

Vamos a ver: si hablas con la gente y el perímetro es amplio te encuentras de todo. Pero hoy por hoy, con muchos agnósticos y gente que derechos van hacia el considerarse ateos, pero, aun así… no hay fiesta del pueblo que no esté vinculada a un patrón, virgen, celebración religiosa… ¿cómo se entiende esto?

Mucha culpa de todo la tiene la tradición, palabra con la misma raíz que traición. Actualmente, funciona como una súper norma, por encima de la propia ley. Es difícil oponerse a la tradición que es el argumento de quienes no tienen más que decir. “Esto se hace porque se ha hecho siempre así. Y punto”. Por esa regla de tres, podríamos seguir practicando el canibalismo, la eterización rectal y el lanzamiento deportivo de ovejas desde el campanario.

El problema añadido a esta tradición es que, además, es una tradición religiosa, simbólica, confesional, no ajustada a la Constitución.

La participación de los ediles en las misas y procesiones de los pueblos es incongruente con sus cargos públicos. Pueden asistir a dichas procesiones, pero no deben hacerlo si dicen que respetan el pluralismo de la sociedad en que viven. ¿Quiere esto decir que estoy en contra de las procesiones confesionales? No. Solo pido que las organice la iglesia y pida permiso a la autoridad municipal para hacerlas en un día y hora señalados. Pero el ayuntamiento no debe para nada meterse en semejantes fregados. Y si hay ediles que quieren asistir a tales manifestaciones, porque ello forma parte de sus convicciones y creencias personales, pues muy bien, que lo hagan, pero tendrán que hacerlo como individuos a secas, mezclándose entre la gente y sin representar para nada al ayuntamiento.

Y lo de los edificios es también cierto: ¿por qué tiene que haber un crucifijo en muchos Ayuntamientos, aulas…etc.? (Si todos los practicantes de diferentes religiones quisiesen lo mismo tendríamos las paredes de los Ayuntamientos con multitud de signos religiosos… porque o todos o ninguno)

Los hay, porque se incumple la Constitución. En este sentido, todas aquellas instituciones públicas, sean escuelas, ayuntamientos, hospitales, cementerios, universidades, bibliotecas, que permiten la ostentación de cruces o símbolos religiosos confesionales están fuera de la legalidad, y se pueden denunciar ante la justicia correspondiente. Están cometiendo lo que podría llamarse con toda propiedad “delitos confesionales”.

Lo mismo pasa con el hecho de que los curas hisopen, es decir, bendigan –menuda palabra en un contexto de no confesionalidad institucional-, un edificio público o un parque con la asistencia de los poderes públicos. Siento decirlo, pero se necesita disponer de un casquete cerebral muy especial para caer tan bajo en la escala de la evolución racional.

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Son muchos los que a la hora de jurar cargos lo hacen encima de una Biblia, con el crucifijo y mencionando a Dios…y eso que la Constitución (¡la intocable Carta Magna!) nos “dice” que España es un estado no confesional… ¿Para cuándo un alto en estas prácticas?

¡Para el próximo milenio! Parece hasta mentira que individuos con cerebros perfectamente amueblados, que hayan, incluso, participado en la elaboración de ese articulado constitucional, se arrodillen a continuación ante un crucifijo y juren esto y lo otro. Esto pertenece a una España negra, oscurantista, encharcada en un nacionalcatolicismo propio, no ya de los obispos de la santa Cruzada del 36, sino de tiempos Recaredo y su santa madre. ¡Es pura superstición! Lo mismo daría jurar ante una calabaza. Si al menos el hecho de jurar ante la biblia o ante un nazareno constreñido les impidiera cometer a posteriori o en diferido latrocinios a manta, aún.

Ponen a Dios como testigo en un Estado Aconfesional y se quedan tan panchos. Ya solo por estos detalles de delicadeza jurídica y constitucional, el personal debería mosquearse de todo político que jurase sus cargos ante un crucifijo. No es de fiar. Se está escaqueando de su responsabilidad civil, para trasladarla a otra esfera que no hay por dónde cogerla. De hecho, ¿a cuántos políticos sinvergüenzas ha acusado la propia Iglesia por haber blasfemado, es decir, por haber tomado el nombre de Dios en vano cuando juraron sus cargos? En buena lógica, tendría que excomulgarlos…

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En el libro te aproximas a diferentes lugares de Navarra donde la práctica del laicismo no es más que una patraña ¿Tiene mucho, esto también, de hipocresía? ¿Qué tiene Navarra respecto al laicismo que no tenga otra parte del Estado… es que el ser una de las cunas principales del “rancio tradicionalismo carlista” la hace como especial?

Más que hipocresía, yo diría que es falta de conciencia, lo que es muchísimo peor. El hipócrita tiene remedio, cosa que el inconsciente, no. Y cuando esa inconsciencia se apoya en los modos de actuar tradicionalmente, el cuadro clínico está más que servido. La inconsciencia se convierte en pandemia. ¿Navarra más meapilas que el resto? Para nada. En el aspecto del incumplimiento constitucional, se diferencia el canto de un euro del resto de las ciudades españolas. Navarra no es especial. El llamado tradicionalismo carlista está presente en muchas ciudades españolas aunque no hayan notado jamás de la presencia de un carlista.

En mi opinión, toda España participa al mismo nivel de este “meapilismo” institucional. Lo peor está cuando hay ciudades que pretenden ser más nacionalcatólicas que otras. El caso de Zaragoza durante las fiestas del Pilar da miedo en este sentido.

¿Todavía nos cuesta mucho el catolicismo a cada uno de los españoles, seamos o no creyentes…? (estoy hablando de cómo financiamos a la Iglesia Católica de Roma) ¿Sería hora de desvincularse de los acuerdos y concordatos con la Iglesia de Roma?

La Iglesia es una rémora económica importante para el erario, que es, también, aconfesional. Siendo, después del Estado, la empresa más rica de España, sigue percibiendo cantidades desorbitadas del Gobierno, y eso que en los acuerdos de 1979 anunciaba que poco a poco se iría haciendo mayor y dejaría de esquilmar las arcas del Estado, y, por tanto, su financiación correría a cargo de su patrimonio. Tararí que te ví.

Lo de la Iglesia y el dinero es un cuento macabro. No es de extrañar. La religión tal como la concibe la jerarquía es puro capitalismo. Si las empresas de la electricidad explotan la luz obteniendo millones de ganancias, la iglesia lo hace con el miedo y la irracionalidad de la gente, que todavía sigue anulando su inteligencia con postulados del más allá. Puro soborno. La iglesia en materia económica se comporta como una puta, como la gran puta de Babilonia, que decía el escritor Fernando Vallejo. Lo de las inmatriculaciones de edificios de titularidad pública es una de las mayores vergüenzas de la historia reciente, y contra las que el Estado no ha movido un dedo.

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El resultado de la Guerra Civil, con los antecedentes de las políticas de la II República (en el período donde mandó la izquierda con el Frente Popular), ¿no hizo que los vencedores establecieran una política del nacionalcatolicismo que todavía tiene sus derivadas hoy en día…? (estamos como “de resaca” de aquellos años)

Más que de resaca, diría que seguimos con la misma borrachera. El estado nacionalcatólico se cebó con saña en negar todo avance laico debido a la II República.

La única manera de ser español era ser católico. Una cantinela que siguen todavía cantándola el ministro Fernández y la ministra Báñez, la cual no tiene sonrojo alguno en pedir la intercesión de la virgen del Rocío para solucionar la crisis económica. En este campo, no hemos avanzando un ápice. Ni siquiera se consiguió dar un paso al frente con los gobiernos socialistas. Estos siguieron cagándose por los pantalones ante el poder omnímodo de la Iglesia. Sin ir más lejos, ni mandaron al desierto del Kilimanjaro los acuerdos con la santa Sede, ni actualizaron la ley de libertad religiosa que sigue vigente la que se aprobó en 1980. Con los socialistas, el nacionalcatolicismo siguió tan fresco como una lechuga de Groenlandia. Modificar los presupuestos mentales, asentados en una tradición de más de cuarenta años, no es, desde luego, buena actitud si se pretende alcanzar el poder.

Lo de Juan Alberto Belloch es capítulo y aparte, pero hay bastantes en el Estado… mucha romería, muchas capillas, muchas derivaciones de los presupuestos a arreglos en los recintos religiosos, mucha Semana Santa como “evento cultural”… Coméntanos.

La Iglesia debería pensarse haberlo hecho obispo emérito de Zaragoza ahora que Ureña fue cesado por Roma. Su defensa de la presencia del crucifijo en el salón de plenos del ayuntamiento pertenece a la más alta representación de la comedia bufa. Defender a capa y espada el nombramiento de una calle de Zaragoza, dedicada al fundador del Opus Dei, diría que es un insulto a su inteligencia, pero hace tiempo que la perdió. ¿Que hay muchos casos como Belloch? Bueno, en el parlamento de Navarra reciben los parlamentarios la imagen de San Miguel de Aralar y hay que ver con qué unción la besan. De verdad. Esta gente o añora el tiempo de las cavernas o ha perdido el norte de la elegancia política, es decir, del respeto al pluralismo de la gente a la que supuestamente representa. Y, sí, es verdad. En un momento determinado, como es la llamada Semana Santa, en la que España sin ningún pudor se convierte en una romería andante esperpéntica que recuerda a la España Negra que pintara Regoyos a finales del siglo XIX.

¿Cómo es posible que en una España, constitucionalmente aconfesional, los patronos de las ciudades y de los pueblos sigan santos confesionales, muchos de ellos auténticas sabandijas?

¿Qué tiene que pasar para que todo esto cambie? ¿Con un cambio de rumbo y de maneras de entender la política basta?

Yo me conformaría con que se desarrollase una legislación específica en materia de no confesionalidad. Que se elaborasen normas, decretos, órdenes y leyes concretas para articular el ejercicio plural de la no confesionalidad del Estado en todos los ámbitos que le competen.

Los caminos de la religión y de la laicidad no tendrían por qué enfrentarse lo más mínimo.

Una España aconfesional y laica no quiere decir que sea atea y anticlerical.

El cambio de mentalidad social suele venir a veces, y muy lentamente desde luego, por un cambio de legislación, pero, sobre todo, por una aplicación respetuosa de la legalidad en los ámbitos que le competen. Pero mucho me temo que, estando de por medio la religión, intrínsecamente totalitaria, la Iglesia se conforme con dejar al resto del mundo en paz. Es capaz de inventarse una nueva cruzada. La religión es beligerante y fanática per se. Quiere que todo el mundo asista a su templo, que es lo que en griego significa fanum, y de aquí fanático.

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Víctor Moreno Bayona . “Asumo toda la responsabilidad”

corrupcion1Se podría confeccionar una antología de la impunidad y del cinismo con declaraciones de políticos a los que se les hace la boca agua pronunciando con sobresalto fonético la palabra responsabilidaaaaaad. Echan mano de ella como si se tratara de un conjuro catártico. “Asumo toda mi responsabilidad”. Y se quedan tan anchos. Deben de imaginar que borran así el marrón perpetrado por ellos mismos o por sus subalternos.

Saben por experiencia que declararse públicamente responsables, pedir perdón y presentar excusas, son purrusaldas palabráticas que ablandan el juicio sentimental del ciudadano, por natural cruel y perverso. Pero convendría que no se hicieran ilusiones. Aceptamos el detalle de sus señorías cuando reconocen sus fallos, pero de ahí a eximirlos de la parte de responsabilidad penal que les corresponde hay un paso de imbecilidad que no estamos dispuestos a dar.

Tradicionalmente, la persona responsable siempre fue bien vista. Lógico. Como corresponde a su etimología, la persona responsable es aquella que cumple con lo prometido y es capaz de responder a los compromisos adquiridos. Pero uno se pregunta, entonces, cómo dirigentes políticos que se dicen responsables de un fracaso electoral o de un caso de corrupción dentro del partido “cumplen con lo prometido” y “responden a lo que se han comprometido”.

En el caso Granados, Esperanza Aguirre, intrigante de opereta, aseguró que ella no quería “eludir la responsabilidad que me corresponde en el nombramiento del señor Granados para cargos de alta responsabilidad». Todavía estamos esperando a que traduzca de forma práctica, penal y civilmente, dicha responsabilidad. Hasta la fecha, nos encontramos ante un acto verbal, uno más, que se agota en su mera enunciación, rayana en la habitual chulería de su propietaria.

Es curioso, sin embargo, que en el caso Bárcenas ningún dirigente del PP saliese a la palestra asumiendo la responsabilidad que le correspondía en su nombramiento como tesorero del partido. Ni siquiera lo han hecho en diferido o disimulando un poco. ¿Por qué Aguirre asume su responsabilidad en el caso Granados y el PP, en el caso Bárcenas, no? ¿Nadie nombró como tesorero a Bárcenas? ¿Nadie es responsable de haber metido en el gallinero del PP a un zorro cabrón?

Si alguien asume la responsabilidad de un acto, significa que se hace responsable de los efectos sobrevenidos a aquel. Si no es así, lo mejor sería callarse o abandonar el arte de esa hipocresía moral a la que está abonada cierta clase política per se. Una persona, que dice que asume la responsabilidad de un acto y no modifica su conducta en función de ese frenesí responsable, es tan repugnante como el corrupto. Máxime si dicha persona sigue ocupando el mismo puesto de relevancia gracias al cual puede volver a nombrar a gente potencialmente corrupta. Dada su defectuosa pituitaria para oler al corrupto, lo mejor que podría hacer es abandonar la política o, como suele decirse con evidente recochineo, “dejar los cargos de responsabilidad política”. ¿Quién garantiza que esta persona, que un día nombró, aupó y apadrinó a un corrupto simulado, no vaya a hacer lo mismo?

Si alguien es responsable de colocar un corrupto en el disparadero de la práctica de la corrupción, lo más lógico con dicha responsabilidad sería dejar el puesto y evitarse así la vergüenza de caer en la tentación de nombrar de nuevo a otro corrupto. Cuando un político dice asumir, no una sino dos y tres veces, su responsabilidad ante los casos de corrupción de algunos de sus subalternos nombrados por ellos mismos, los demás tenemos la obligación de decirle que “eres más canso que Monago” y “la próxima vez nos cuentas una de Fumanchú”. Sin duda, la mejor medicina consiste en no votarlos jamás; por su bien y por el nuestro. Les evitaremos caer en la futura vergüenza de volver a asumir la responsabilidad de un cohecho, y nosotros de haber sido tan pardillos por creer en sus palabras.

Probablemente, la palabra responsabilidad sea la más sobada del diccionario ético y político de nuestro tiempo. De ahí que lo más higiénico sería enterrarla por su uso abusivo e inapropiado. O, tal vez, no. Tal vez, sea nuestro aviso profiláctico por excelencia: cada vez que un político pronuncia dicha palabra, haya o no cohecho en el horizonte, deberíamos ponernos en guardia., pues seguro que nos encontramos ante un corrupto o a punto de serlo. En serio, la palabra responsabilidad está tan pervertida que su uso da origen a explicaciones tan retorcidas y rocambolescas que la única evidencia es el retorcimiento cantinflero que se hace del diccionario para justificar lo injustificable.

Hay situaciones raras. El PP no asumió su responsabilidad por el nombramiento de Bárcenas. Tampoco, lo hizo en el caso Monago. Sin embargo, sí la asumió con el diputado por Teruel, que cometió la misma tropelía sicalíptica que Monago, y a quien la presidenta aragonesa, Sra. Rudi, lo cesó. Lagarto, lagarto, sin duda. El desbarajuste es evidente. Y los partidos políticos han hecho de la responsabilidad un saco donde meten lo que les conviene. Cuando les da por acá, la asumen. Cuando les da por allá, la subsumen bajo manga.

El concepto de responsabilidad es materia que necesita reconsideración jurídica y política. En el momento actual, la responsabilidad de los políticos se disipa en una nebulosa. Tanto que bien podría decirse que cierta clase política actúa como la Iglesia con sus pederastas. La iglesia les aplica el foro del derecho canónico y, si no fuera por las presiones civiles, jamás serían pasados por la piedra del Código Penal. Lo mismo hacen los políticos. Quienes son pillados en cohecho solo son responsables ante el partido, y los dirigentes asumen dicha responsabilidad sin ningún tipo de escrúpulo. Al fin y al cabo, ¿en qué se traduce penal y civilmente asumir la responsabilidad de unos hechos de corrupción?

El hecho de que la ciudadanía vote a partidos y no a personas colabora a perpetuar este estado de cosas lamentable y que solo favorece la misma corrupción. El partido asumirá la responsabilidad por boca de un dirigente bocazas –talla Aguirre-, y se hará según y cómo, es decir, nada.

La inercia de aplaudir la proclama de responsabilidades políticas, según sea el político, es un signo más de la antidemocrática situación a la que nos ha llevado la sacralización de los partidos como supuestos representantes de la voluntad de la ciudadanía. Y decir que los partidos políticos deben responder ante la ciudadanía es, sin duda, una ingenuidad, si esta no dispone de los mecanismos jurídicos, políticos e institucionales para acabar con estos muñidores de la impunidad.

No es cuestión, pues, de salvaguardar la reputación de un partido –que bien dice la palabra cómo está-, sino de garantizarnos la satisfacción de no volver a ver jamás a esta gentuza mangoneando el erario. No se trata de asumir responsabilidades por los delitos perpetrados, sino de no cometerlos. Eso, sí, y mientras tanto, que devuelvan lo robado en nombre de la responsabilidad a la que tanto se aferran. Si lo hacen, empezaremos a creer que van entendiendo lo que significa dicha palabra. Mientras tanto, ¡butifarra!

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Víctor Moreno Bayona . Pérez Reverte y Don Quijote

dondoreEn la feria de Guadalajara (México) de este año, el escritor Pérez Reverte ha arremetido -¡menuda novedad!-, contra los ministros de los gobiernos españoles y mexicanos, pasados y modernos, porque, en su académica opinión, “han maltratado el Quijote”. ¡Toma del frasco, Sansón Carrasco!

Culpar a los ministros de los gobiernos españoles, que se han venido sucediendo desde Cánovas del Castillo hasta hoy, por ser responsables de la desidia lectora de la sociedad española y, en concreto, del desprecio hacia el libro de Cervantes, tiene, cuando menos, su coña marinera de secano. Dando la vuelta al calcetín de su argumento, podría concluirse que el propio Pérez Reverte, al ser uno de los autores que más leen los españoles –según su docta opinión-, tendría su particular responsabilidad por haber trasegado el gusto de los lectores, adocenándolo hasta la más bajas cotas de la exigencia lectora. Y, por tanto, de no leer el Quijote, que exige un tute a las meninge muy superior al que pide Alatriste y sus gónadas.

Pérez Reverte sostuvo en Guadalajara que la lectura del Quijote “debe ser un estímulo para alcanzar el entusiasmo y la fe en que las cosas se pueden cambiar”. Siendo así, seguro que los dirigentes de Podemos han leído el Quijote, una y dos y hasta tres veces.

Para el escritor cartagenero, la importancia del Quijote como “elemento educativo y civil es tan alta” que «da vergüenza que España y México sean de los seis países en los que no se ha sentido que esta obra sea de obligatoria enseñanza y de obligada lectura”. Peor aún: “los ministros ignoran qué es el Quijote, ni saben para qué sirve».

Menos mal que disponemos de un tipo tan versado en Cervantes que lo sabe. Por eso, sorprende que no lo haya denunciado hasta ayer mismo. ¿Por qué será? Pues, ni más, ni menos que al hecho de que Pérez Reverte ha publicado una adaptación de la obra de don Quijote para adolescentes, por encargo de la Real Academia.

Hace 102 años, el Gobierno de entonces instó a la Real Academia, asistida por un catedrático y por el director de la Biblioteca Nacional, a que hiciera una adaptación del Quijote. En el tercer centenario del Quijote, en 1905, el escritor Guillaume Apollinaire propuso la promulgación de una Orden Real que obligase a alfabetizar a los españoles leyendo el Quijote. Felizmente, no se llevó a cabo semejante despropósito. Sin embargo, sí se promulgó la odiosa medida de hacer obligatoria la lectura del Quijote en las escuelas. No se sabe qué fue peor.

Ahora, Pérez Reverte sostendrá que su adaptación es una “herramienta muy útil para que los jóvenes tengan acceso a los valores que el Quijote promueve”. Entiéndase, los valores que según Pérez Reverte promueve el Quijote, es decir, “ofrece apoyo y consuelo en estos tiempos en que se reclama justicia cuando las patrias y los sistemas están en cuestión”. No imagina uno cómo la lectura de un libro puede producir valores tan milagrosos en la sociedad, pero, si lo dice Pérez y le apoya Reverte, habrá que callarse.

Por si fuera poco, el Quijote es “un gran patrimonio de la lengua, y la lengua es la única patria que no está puesta en cuestión. Es la única patria por la que es decoroso vivir. Todas las banderas son más o menos sospechosas. Y el Quijote es una bandera fuera de toda sospecha”. Ni el Catecismo Patriótico Español de 1939, escrito por el dominico Menéndez Reigada, lo diría mejor.

El hecho de que la Real Academia se haya decidido por una adaptación de don Quijote en 2014 para adolescentes es un tanto paradójico. Si algo sobra, son adaptaciones quijotescas. Entre otras, figuran las llevadas a cabo por Paula López Hortas (Anaya), de Nuria Ochoa, Carlos Reviejo (SM), José María Plaza (Espasa), Concha López Narváez (Bruño), Rosa Navarro Durán (Edebé), Vicente Muñoz Puelles (Algar) José Luis Giménez Frontín (Lumen), Andrés Amorós (SM), etcétera. Quizás, el escritor Pérez Reverte considerase que ninguna de estas adaptaciones era digna a sus ojos de académico, pues no promovían los valores por los que él suspira: lengua, patria, justicia, sistema, consuelo y la bandera de El Quijote, que ya me dirán cuál es, después de las interpretaciones variopintas recibidas desde 1605.

Hay que ser tan ingenuo como torpe para pensar que uno se hará más demócrata y más ilusionado para “desfacer todo tipo de entuertos”, gracias a la lectura del Quijote. Esta torpeza didáctica conductista no es original. Carlos Fuentes consideraba que era imposible que alguien que leyera el Quijote no saliera de dicha lectura hecho un demócrata. Para ejemplo, él mismo. Nabokov y Mann consideraban, sin embargo, que El Quijote era “una enciclopedia de la crueldad”, así que lo más probable era que quien entrara en la Mancha saliese por Nueva York hecho un sádico o experto en acosos varios. Al fin y al cabo, el Quijote pasa sus aventuras padeciendo la burla cruel de los otros.

En serio. La instrumentalización del mito don Quijote ha sido una constante procaz a lo largo de la historia. Cada quien ha pretendido usarlo en beneficio propio. Pérez Reverte cae en la misma trampa aunque su deseo sea expresión de una supuesta buena voluntad ideológica, ética y moral, además de económica. Pero no hay doctos más imprudentes que quienes pretenden ordeñar la literatura en pro de unos valores que uno considera los mejores del mundo mundial.

Si sirve de advertencia, recordemos que los ideólogos del fascismo y de los golpistas de 1936, explotarían el mito Quijote como legitimación ética, moral y política de sus desvaríos. Aunque la obra de Ramiro Ledesma, El Quijote y nuestro tiempo, fue publicada en 1924, Tomás Borrás la editaría en 1971, asegurando enel nuevo prólogo que“el libro de Ledesma parece anunciar el quijotismo de la Cruzada”. Y no hace falta mucha imaginación qué entuertos desfacería este Quijote fascista: la democracia y la república.

La justificación del saltimbanqui Ernesto Giménez Caballero resulta más alarmante todavía. Su panfleto La vuelta de don Quijote se publicó en 1932. Ahí presenta al héroe manchego universal como “el libro más antinacional, peligroso, inmoral y trágico de España. El libro más desterrable de España. El libro más temible y corrosivo de España. El peor veneno de España. Libro sádico que no termina nunca de estrangularnos y dejarnos morir santamente”. Alucinante, ¿no? Sin embargo, en 1944, sostendrá que “El Quijote de Cervantes significa la cima ejemplar de la Novela: en España y en el Mundo. Es el máximo valor de la Literatura española. Y uno de los supremos en la Universal: con la Biblia, la Ilíada griega, la Eneida, de Virgilio; la Divina Comedia, de Dante; el Hamlet, de Shakespeare; el Fausto, de Goethe”.

Lo presentará como “símbolo de una nación española definida por su carácter católico e imperialista” (Lengua y Literatura de España, IV, “La Edad de Oro”, Madrid, Talleres, Tipográficos de Ernesto Giménez, 1953, reimpresión sin cambios de la edición de 1944).

Y así se podría seguir con las opiniones de Pemán, el llamado “juglar de la Cruzada”, que elevaría el Quijote a categoría y numen de la identidad del ser español, como ya hiciera Unamuno, y que es “una identidad mística y metafísica”.

Si alguien considera que la literatura, se llame El Quijote o Hamlet, asegura la transformación ética o moral de un individuo o de una colectividad, no es que no tenga idea de cómo funciona el acto lector, sino el mismo individuo, que este cambia cuando le interesa cambiar, no porque se lo diga Tintín o Tarzán.

La lectura es, puede serlo, un estimulante cognitivo, emocional, ético, político y lo que uno quiera. Pero, los modos de leer afectan tanto a los objetivos como a los métodos, que, al final, dichas lecturas terminan desnaturalizadas, al ser ordeñadas por intereses espurios. Un modo de leer que somete la lectura a unos objetivos previamente determinados por intereses ajenos al lector, lo único que consigue es castrar la posibilidad de una experiencia emocional e intelectual única. Y una adaptación del Quijote, ni te cuento.

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Víctor Moreno Bayona. Don Quijote habría dicho “no”

juan-goytisoloCualquiera que haya sido lector del Quijote, no solo en la adolescencia, sino en la edad adulta, cuando su lectura no es mero sucedáneo, sino impacto cognitivo, metafórico y lingüístico, no podrá por menos que mostrar su perplejidad ante la actitud de Juan Goytisolo al aceptar sumisamente el Premio Cervantes que le ha sido otorgado por boca del ministro Wert.

No lo digo porque Goytisolo esté ideológicamente en las antípodas del gobierno derechuzo que le ha otorgado el premio –tal vez, incluso, se lo haya concedido como dardo venenoso e insidioso para comprobar la reciedumbre moral de quien otrora afirmó que nunca aceptaría el Cervantes-, sino que lo sostengo porque el escritor catalán, reciclado en marroquí, ha despilfarrado en un minuto esa estirpe cervantina adquirida a lo largo de su existencia y por la que estuvo siempre dispuesto a luchar, tanto en su nombre, como en defensa del resto de aquellos escritores que él tiene como heterodoxos, y entre los que el mismo figura, por derecho de pertenencia que él se ha otorgado.

Hoy, ciertamente, es un día triste para Cervantes y su alter ego más sublime, don Quijote de la Mancha. Seguro que tanto el primero, con la mano que le quedaba sana, y el segundo con su adarga blandiéndola en el aire como si estuviera nuevamente luchando contra un molino de viento infernal, habrán expresado su malestar dibujando en el aire un “prefería que hubieras dicho no, señor Goytisolo”.

Entiéndaseme bien. No cuestiono su literatura. Si lo hiciera sería, desde luego, mucho más comedido y piadoso, pues, no me cabe ningún ápice de duda, de encontrarme ante un escritor comprometido con el lenguaje y con la libertad que exige y reclama su ejercicio caiga quien caiga. El problema no es ese. El problema está en que quien se ha caído esta vez de dicho Rocinante ha sido su osamenta ética, la que para él constituye el arquitrabe donde se sustenta la categoría del buen escritor.

Aunque el jurado se ha cubierto de gloria, porque los motivos por los que le ha otorgado el premio son los mismos que utilizó el jurado del año anterior, y que recayó en la mexicana Elena Poniatowska. Exactamente, por su “capacidad indagatoria en el lenguaje en propuestas estilísticas complejas”. Así que el escritor que quiera optar a dicho premio ya sabe en qué aspectos de su literatura deberá hacer hincapié para acceder a dicha gloria.

No seré tan avieso al recordar que otros en su lugar declinaron dicho otorgamiento, porque acabo de hacerlo, y prefirieron como Bartleby, el escribiente, mirar para otro lado y decir que no al premio y a la suculenta bolsa o, mucho mejor barjuleta de 120.000 eurazos, y digo barjuleta, pues, estamos hablando ahora de alguien que se “precia de ser el mejor conocedor de la literatura española”.

Lo más alucinante de Goytisolo es que el mismo se ha fabricado a lo largo de la vida la pose de “persona íntegra” a carta cabal que se decía antaño. Desde esa posición, se ha pasado media vida predicando al mundo la necesidad de una ética a prueba de cualquier cotufa. Perfectamente, podríamos hablar de Fray Goytisolo.

Goytisolo pertenece a ese tipo de personas que dicen que sufren en carne propia los dramas de la historia de otros. El, por ejemplo, aún sigue dando alaridos de dolor por la expulsión de los judíos y añora, como pocos, el regreso de aquella civilización de las tres culturas. Juan Benet, en un artículo memorable, con el título de “Wojtysolo” (29.11.1992), lo retrataba de un modo tan definitivo como sarcástico.

No me repugna lo más mínimo que el gobierno del PP le haya otorgado el premio Cervantes. Parece como si la venganza de la momia se hubiese hecho realidad. El gobierno que más ha claudicado en la ciénaga de la corrupción desde que existe la democracia ha sido el encargado de otorgar dicho premio al escritor que más ha presumido en España por ser el más honrado, el más comprometido y el más coherente.

¿He dicho coherente? Tengo la ingrata sensación de haber utilizado la palabra que menos se ajuste al escritor premiado.

Recordemos la hemeroteca.

En el año 2001, la periodista de Abc, Dolors Massot, mantenía con el escritor el siguiente diálogo:

– Usted criticó con dureza la concesión del premio Cervantes a Francisco Umbral en el artículo “Vamos a menos”. ¿Qué haría si el año próximo se lo otorgan a usted?”.

La respuesta no pudo ser más típica y tópica de Juan Goytisolo:

– “Estoy dispuesto a firmarlo ante notario: no pienso aceptar el premio Cervantes nunca. No soy ningún bien nacional ni estoy dispuesto a admitir ningún premio nacional. Quien piense que escribí esa crítica para que me lo dieran a mí, es que me conoce ni conoce mi obra” (ABC, 10.2.2001).

En el año 2008, se le otorgará el Premio Nacional de las Letras. No lo rechazó como había prometido. Quizás, al no firmarlo ante notario… Entonces, se limitó a decir: “No soy ni grosero ni descortés. Pero no me considero un bien nacional. Cuando me dan un premio dudo de mí mismo. Solo cuando me declaran persona non grata, como me pasó en Almería, sé que tengo razón” (Abc, 25.11.2008), que es el trípili que anda repitiendo una y otra vez en las entrevistas antes y después de la concesión del Cervantes.

Goytisolo se ha convertido en un mal ejemplo para el profesorado de filosofía que explica a su alumnado en qué consiste la coherencia. Y ya no digamos para la clase política que estará más contenta que unas castañuelas de Níjar. Si un escritor de su talla ética XL es capaz de pasarse por el arco de sus flatulencias la coherencia personal, ¿qué problema habrá para que los políticos, pobres mortales y sin una cultura tan fina como la del escritor, no hagan lo propio?

Goytisolo, al aceptar este premio, consagra la existencia del cinismo más esplendoroso que consiste en pensar una cosa, decir otra y actuar de un modo contrario.

Si el bueno y loco de don Quijote de la Mancha tuviera un portal tecnológico y regresara a estos lugares cuyos nombres no ignoramos, seguro que embestiría a don Juan Goytisolo y le negaría de forma contundente pertenecer a la estirpe cervantina, de la que tanto ha presumido a lo largo de su vida. No le diría que es un arrastrado, porque don Quijote es mucho quijote y cultiva retórica de buena educación, pero a buen seguro que le recordaría su epitafio: “Yo he satisfecho agravios, enderezado tuertos, castigado insolencias, vencido gigantes y atropellado vestiglos…”.

Heráclito decía que nadie se baña dos veces en el mismo río. Ya sabemos que es mentira. No solo lo hacen los políticos, sino, también, algunos escritores, que son unos caraduras sintagmáticos, capaces de vender su coherencia, labrada a lo largo de una vida, por un plato de 120 lentejas de oro…

Don Quijote no lo hubiera hecho. Habría sido un agravio para su curriculum ético y vital.

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Víctor Moreno. ¿Todos somos responsables? ¡Una mierda!

corrupcionEs cierto que en la conversación habitual está muy extendido el uso de la hipérbole o de la generalización. Tanto es así que del uso abusivo de la palabra todos y nadie no se libra ni el más pintado aunque no haya cursado bachiller antiguo. Y así decimos alegremente: “Todos los políticos son igual de sinvergüenzas”. “Nadie se libra de ser corrupto”.

Y lo decimos mayormente de los políticos, pero no de los fontaneros, ni de los médicos, ni de los panaderos. Por algo será, que diría el entendido. Sin embargo, es evidente –o debería serlo- que una golondrina no hace verano; como, tampoco, uno es todo. Y que lo particular no es la medida exacta de regular lo general. Como no se pueden sacar conclusiones universales de una experiencia individual, a no ser que uno se considere la medida de todas las cosas.

El hecho de que los hablantes participemos de esta grosería verbal no es ningún consuelo, sino todo lo contrario. Reflejaría el grado de deterioro mental en que nos hemos ido sumergiendo a medida que nuestra competencia lingüística empieza a deteriorarse y la higiénica reflexión se sustituye por hábitos y costumbres, cuya mayor virtud puñetera es huir de los matices.

Probablemente, nos encontremos ante uno de los hábitos y costumbres que jamás podrá erradicarse del comportamiento verbal de los ciudadanos, porque, más que producto de la educación y de la cultura, es chip mental heredado, propio de la especie y de la biología.

Constatar que tal hábito refleja una enquistada fijación mental con la que el ser humano se enfrenta a los hechos que no le agradan debería obligarnos a elaborar otro tipo de actitud para enfrentarnos a semejante lacra, pero mucho me temo que tal método no parece del agrado del respetable.

Nos encontramos ante una de las más nefastas maneras de ejercer el pensamiento y el uso del lenguaje a la hora de analizar y enjuiciar los hechos de los demás.

Sin embargo, conviene indicar que este uso nefasto de la exageración –casi podría adjetivarse de totalitaria porque excluye el matiz, la diferencia y el respeto a los otros, es decir, a los que se escapan de esa supuesta totalidad-, no tiene el mismo alcance práctico si la utiliza alguien con poder institucional o quien se expresa en un mercado, en una cafetería o en un charla informal entre amigos más o menos acalorados.

La importancia y responsabilidad que tiene este comodín coloquial democrático no es la misma según sea el contexto, el emisor y la función social que éste desempeña cuando, a la hora de hablar, se refugia en ese todos, o en el exclusivo y excluyente nadie o ninguno.

Si la palabra todos en boca de un ciudadano de autobús diario resulta inadecuada y falsa, porque todos nunca es sinónimo de lo que presuntamente se sugiere al referirse a una pluralidad, en boca de un político, además de falsa, tiene una carga peligrosa añadida.

Cuando este término totalitario lo usa el poder político, tiene pretensiones de ordenar y encauzarla la conducta y el comportamiento de los demás, haciendo que estos formen parte de una responsabilidad individual y colectiva de unos hechos en los que no han intervenido ni en el principio, ni en el medio ni en el final.

Lo que ha sucedido con la degradante gestión político-sanitaria ante la aparición del ébola en nuestro país explicaría muy bien esa utilización totalitaria del lenguaje en beneficio de una rentabilidad política, rayana en lo nauseabundo y en lo abyecto.

Paradójicamente, y aunque lo parezca, no ha sido la ministra Mato la más cualificada representación de esa obscenidad verbal. No parece que su capacidad intelectual se lo permita. Ha sido, en cambio, esa lengua viperina de la vicepresidenta del Gobierno, Sáenz de Santamaría, quien, rompiendo las barreras del sonido de la discreción y del matiz, salió a la palestra de la opinión publicada diciendo que “todos somos responsables de la crisis del ébola”. ¿Todos? ¡Una mierda!

Era lo que nos faltaba por escuchar. Por esta regla de tres, todos somos responsables también de la muerte del sacerdote traído irresponsablemente de tierras lejanas por el gobierno, del sacrificio del perro llamado Excalibur y, por supuesto, todos somos responsables de la arrogante cortedad mental de la vicepresidenta.

Y podríamos seguir diciendo que todos somos responsables de la existencia y explotación de las tarjetas opacas y negras como las intenciones de quienes las utilizaban en representación de sus intereses de bragueta y de abdomen,

Los responsables de administrar de forma tan nefasta este desorden de cosas tienen nombre y apellido: Mariano Rajoy, Soraya Sáenz de Santamaría, la ministra Mato, el ministro Fernández, el ministro Morenés, el consejero de sanidad de la comunidad de Madrid y así podríamos seguir con la lista de los nombres que descomponen el actual gobierno del PP, una camarilla de hábiles demagogos para culpar de sus errores al resto del mundo… sin asumir jamás un gesto de autocrítica de sus actos por muy bárbaros y crueles que sean…

Y, menos mal, que en esta ocasión la vicepresidenta no ha echado la culpa y la responsabilidad del pánico generado por el ébola a Zapatero, ese político fiambre que, como el Cid, sigue “ganando” las más importantes batallas políticas de estos años. Pero, tiempo al tiempo. Quizás, amanezca un día en el que González Pons y Carlos Floriano, los Teddy y Pompoff del PP, comuniquen al mundo alguna etiología digna de sus casquetes cerebrales que asombrarán, incluso, a sus propias inteligencias en barbecho.

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