Pello Esarte Munain. Pregón Noain 2010

Noain 2010 fotoHoy nos reunimos aquí para mantener una memoria, pero para que sea viva y efectiva es necesario, también, que sea veraz. Y se ha escrito que una vanguardia de menos de 4.000 hombres, vencieron a una fuerza muy superior en número.

Los relatos de la línea oficial, nos presentan lo ocurrido como una lucha entre navarros. ¿Dónde están los beamonteses contra los agramonteses? ¿Acaso no se trató de una invasión de tropas pagadas o forzadas por el emperador, que se sacaron a combatir en Noain sin haber comido, para despertar la motivación de matar?

¿Acaso tendremos que apuntar como navarros y beamonteses a los soldados de todo origen que habían servido al imperio en sus guerras de Granada, Africa e Italia, y ahora lo hacían contra Navarra?

Presentar el conflicto como causa de la división entre navarros es, pues, falsear la realidad a favor del engaño. Un buen ejemplo lo tenemos en la adjudicación de las fortalezas. Las de Estella y Pamplona fueron dándose a extranjeros, incluso siglos después, y las demás se derruyeron o inutilizaron en una u otra manera. Otro lo vemos en las resoluciones de las Cortes; ¿no se acordaban unánimemente? La razón es clara, los navarros luchaban por su derecho y ellos lo confirmaron: “Ningún navarro era de fiar”.

Cuando Navarra fue liberada en mayo de 1521, la sublevación fue espontánea y unánime. Su gobierno civil quedó en manos navarras y su tesorero también. Las fuerzas del territorio fueron cubiertas por mandos navarros, con la sola excepción de Pamplona, aunque ésta también quedó circunscrita a la territorialidad del reino o su Estado, con el objetivo de tener rey propio, con un solo reino a gobernar.

La invasión se produjo con un ejército profesional de soldadas y provechos de saqueos, para lograr el dominio territorial. Su estrategia, crear un imperio a las órdenes del monarca que les paga por ello. No es cuestión de patria, país o nación. Los reyes constituyen los mayores apátridas.

Y todas las tropas participantes fueron de pago u obligadas. El grueso procedía de reclutamiento forzoso en las ciudades castellanas, o de los comuneros derrotados, a los que se obligó a alistarse para obtener el perdón.

Las servidumbres de los señoríos hicieron el resto. Los alaveses eran siervos del duque de Nájera; los vizcaínos del señor de Butrón y los guipuzcoanos fueron gentes obligadas por amenazas de su corregidor, que además prohibió a sus habitantes que vendieran pan a los navarros.

Fueron tan pocos los navarros que apoyaron la invasión que los mismos Luis de Beaumont (conde de Lerín) y Francés de Beaumont (señor de Arazuri), mandaron tropas de su pariente el duque de Nájera. Todos los que servían al emperador eran vulgares mercenarios, provinieran de beaumonteses o agramonteses y gentes obligadas, que se vieron en la disyuntiva de obedecer o ser condenados y expoliados.

Mientras se manejan cifras de 1.000 o 5.000 muertos, ni siquiera se ha planteado el porqué de que tras la batalla no hubiera lista de apresados.

La idea que debemos llevarnos de aquí cada uno es clara: formamos un pueblo chiquito, pero como tal queremos una gobernación del mismo estilo, cercana y propia, donde sepamos lo que pagamos y en qué se gastan nuestros tributos.

Construir la historia, partiendo solo de la versión oficial o sus datos, es hacer de altavoz de la mentira.

Debemos retornar el nombre de Navarra con el sentido de Estado que tuvo, y recuperar el derecho de regirnos política y económicamente que tuvimos y tenemos.

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La Guerra de Navarra. Entrevista a Peio Monteano


Iñaki Sagredo entrevista a Peio Monteano sobre su último libro.
La Guerra de Navarra (1512-1529)
Crónica de la conquista española

Puede ver esta entrevista en su versión larga:
http://www.blip.tv/file/3782542/
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Aitor Pescador Medrano. 1512. Una mentira… y muy gorda

1512-textoHace ya unas semanas tuve la inmensa fortuna de asistir a la presentación del libro que mi buen amigo Peio J. Monteano ha publicado sobre la conquista de Navarra. Y digo conquista porque, aunque parezca mentira, todavía existe cierto debate interesado sobre si lo ocurrido durante aquel verano de 1512 fue una conquista o no. Antes de nada debo decir que Peio Monteano es un autor extremadamente ecuánime y de altísima calidad científica, de modo que si a la luz de la documentación hubiese tenido alguna duda sobre el uso de dicho término, no le hubiese costado lo más mínimo rechazar esta palabra y utilizar la acepción adecuada. Sin embargo Monteano definió lo ocurrido como una conquista, con todas las consecuencias derivadas de una acción de este tipo.

A pesar de su explicación y de que la gran mayoría del auditorio estaba de acuerdo hubo quien aprovechó la oportunidad para negar la existencia de tal actuación violenta alegando, y cito textualmente, que: los navarros estaban hartos de que sus reyes se llevasen el dinero a Francia y por eso apoyaron de inmediato la llegada de los castellanos.

Bien azorado quedé ante tal incongruencia histórica, preguntándome cuánta gente puede llegar a pensar así, o de forma parecida en Navarra y dónde han encontrado una fuente historiográfica que sea capaz de afirmar tal patraña. Alivié mis pesares leyendo el libro de mi buen amigo, queriendo imaginar que serían muchos los que al menos se darían cuenta de que lo que sucedió entre 1512 y 1529 no tuvo nada que ver precisamente con el Anschluss austríaco de 1938 y sí mucho con la invasión de Polonia del siguiente año.

Poco duró mi alegría. A los pocos días tuve la oportunidad de ojear el libro de texto que los chicos de 14 años del Instituto de Barañáin utilizan como base de sus estudios sobre Historia. El libro se titula “Demos. Ciencias sociales, geografía e historia”, es de segundo de la ESO y lo edita Vicens Vives. En su página 104 el texto hace referencia a la conquista de Navarra de la siguiente manera (agárrense que viene curva):

3.3 Final del reino de Navarra

[…] Francisco [Febo] murió tras un breve reinado y le sucedió Catalina.

Castilla y Francia presionaron a Catalina con pactos matrimoniales. Al final, Catalina se casó con Juan de Albret, candidato francés, sin consultarlo al reino. Esto disgustó al pueblo, que no los apoyó cuando las tropas castellanas de Fernando el Católico ocuparon Navarra en 1512. Los reyes navarros se vieron obligados a huir a Francia.

Ciertamente, ya había leído algunas barbaridades sobre la conquista de Navarra, (hay una muy buena en un librito titulado “El mundo de Javier” y editado por ¿nuestro? Gobierno de Navarra, donde se dice textualmente que Fernando el Católico, con la excusa de que Navarra no apoyaba al Papa en su guerra contra el rey de Francia, envió al duque de Alba con un ejército formado por soldados vascongados (entre ellos Ignacio de Loyola) que, con ayuda de los navarros beamonteses, ocupó el reino sin apenas resistencia), pero ésta realmente se lleva la palma. En primer lugar no fue Catalina quien decidió su matrimonio, sino que fue su madre Margarita la que acordó el enlace. Esto sucedió en 1484, cuando las Cortes del Reino se reunían por separado a causa de la guerra civil y su valor (tanto político como moral) era más que relativo. Tras la coronación de 1494 nadie en todo el reino puso en duda la legalidad del matrimonio de Catalina y jamás fue utilizada esta argucia por los corifeos coetáneos de la conquista. A este respecto me parece alucinante que hoy en día determinados autores hagan constante hincapié en este asunto para deslegitimar a los soberanos navarros, cuando los contrafueros de este tipo, y peores, estuvieron a la orden del día durante todo el siglo XV.

Tan preocupante como lo dicho es la intencionalidad que se le quiere dar al término “pueblo”. Parecería que lo que el texto pretende es dar a entender que fue el pueblo navarro (poco menos que alzado en armas, con demostraciones de alegría, fuegos artificiales y algún pañuelico de San Fermín que otro) el que se encargó de expulsar a unos reyes que no consideraba como propios, y que los castellanos simplemente ayudaron a tal “acto de justicia”. En términos vulgares… pa morirse.

Si un libro de texto utilizado en una escuela pública dijese que la esclavitud no fue tan mala, ya que ayudó al progreso industrial o que la labor de la mujer en la casa ha sido siempre una de sus principales funciones en la vida, tendríamos a infinidad de colectivos (sindicatos, políticos, asociaciones, ONGs, etc.) despotricando en los medios. Sin embargo, aquí nadie se preocupa en controlar lo que estudian nuestros hijos… o sí, pero sólo les interesa perseguir aquellos textos en los que aparece la palabra Euskal Herria, vasco-navarros o autodeterminación.

Desconozco cuántos institutos navarros utilizan libros como éste, tal vez sea una excepción, pero basta con saber que ya hay uno para darme cuenta del poco control (voluntario o involuntario) que se tiene sobre determinados temas de la historia de Navarra. Es realmente preocupante que esta mentira, porque no tiene otra definición posible, es la que se explica a muchos alumnos navarros de 14 años. Una falacia muy útil, ya que sirve para eliminar de raíz cualquier duda sobre lo ocurrido durante la invasión y posterior conquista de Navarra y generar navarros forales y españoles que no duden ni un instante de su condición política.

Humildemente advierto que este escrito no va dirigido a los políticos que pretenden salvaguardar las “esencias de Navarra”, pues seguramente apoyen este tipo de falsedades. Tampoco a tanto catedrático de historia de Navarra que salta a la palestra en cuanto encuentra en textos y otras demostraciones culturales términos que tratan del componente cultural vasco de Navarra y de la linguae navarrorum, sino que van dirigidas al lector común, para que pueda plantearse la mismas dudas que tengo yo sobre qué es lo que se está enseñando a nuestros hijos, y también a los que tienen la capacidad de reconducir este tipo de situaciones.

Deberíamos tomar conciencia de a qué nos enfrentamos a diario en esta Navarra-Cortijo, pues desde que un chaval de 14 años lee esta falsedad escrita en un libro de estudio hasta que pueda tener la posibilidad de leer trabajos como los de Peio Monteano, pasan un buen número de años en los cuales esta mentira se retroalimenta con otras muy semejantes que tratan de fijar la feliz españolidad de Navarra frente a los peligros de quienes traten de cuestionarla. Ese es mi gran miedo, porque ¿cuántos jóvenes se quedarán a mitad de camino satisfechos con saber que fueron los propios navarros los que solicitaron a gritos la llegada de las tropas del duque de Alba y lo supuestamente beneficioso que fue para Navarra la conquista española?

Ingente trabajo el que nos queda por hacer en muchos campos de nuestra historia… De momento se deberían revisar todos los libros de texto que hacen referencia a 1512, porque una cosa es interpretar la historia y otra bien diferente mentir interesadamente.

Aitor Pescador Medrano. Historiador

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De los aforismos de Paul Léautaud, Palabras efímeras (Versal, 1983)

Paul Léautaud
(Selección Víctor Moreno)

leautaudDe los aforismos de Paul Léautaud, Palabras efímeras (Versal, 1983):

• Un buen medio para edificar a las masas, y muy apropiado para cuidar de
su instrucción religiosa, sería dar a las calles únicamente nombres de
santos. Puede objetarse que el santoral no proporcionaría los suficientes
para todas ellas de una gran ciudad como París, por ejemplo. Puede
resolverse fácilmente esta dificultad repitiendo los nombres en cada
barrio, seguidos por la indicación de éste. Por ejemplo: calle san Pedro,
2º; calle san Pablo 14º, calle santa María 5º, calle san Luis 19º, etc.
etc. No cabe la menor duda de que con ello mejoraría el estado espiritual
de la población.

• Siento admiración ante este pequeño apólogo de Oscar Wilde:
«Jesús se encuentra con Lázaro, tras haberlo resucitado. Inclinándose
hacia él, le pregunta al oído: «Dime, Lázaro, tú que has estado muerto, ¿qué hay al otro lado?».
Lázaro, le responde: «Señor, no hay nada».
Jesús, con convencimiento: «¡No se lo digas a nadie!».
Ahí se encuentra toda la farsa de la religión.

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Sinead O’connor. Una variante brutal del catolicismo

El País. 07-04-2010

iglesiaCuando era niña, Irlanda era una teocracia católica. Si se acercaba un obispo por la calle, la gente se apartaba para dejarle paso. Si asistía a un acontecimiento deportivo, el equipo se aproximaba a arrodillarse y besarle el anillo. Si alguien cometía un error, en vez de decir “Nadie es perfecto”, decíamos “Podría pasarle hasta a un obispo”.

Esta última frase era más certera de lo que imaginábamos. Hace unos días, el papa Benedicto XVI escribió una carta personal en la que pedía perdón -por decir algo- a Irlanda por los decenios de abusos sexuales a menores que cometieron unos sacerdotes en los que se suponía que debían confiar esos niños. Para muchos irlandeses, esa carta del Papa es un insulto no sólo a nuestra inteligencia, sino a nuestra fe y a nuestro país. Para entender por qué, hay que tener en cuenta que los irlandeses hemos sufrido una variante brutal del catolicismo basada en la humillación de los niños.

Yo lo viví en persona. Cuando era niña, mi madre -una madre maltratadora y todo lo contrario de lo que debe ser una buena madre- me animaba a que robara en las tiendas. En una ocasión me atraparon y pasé 18 meses en el Centro de Formación An Grianán, una institución para niñas con problemas de conducta en Dublín, por recomendación de una trabajadora social. An Grianán era una de las hoy tristemente famosas “lavanderías de las Magdalenas”, patrocinadas por la Iglesia, que albergaban a adolescentes embarazadas y jóvenes poco dóciles. Trabajábamos en el sótano, lavando la ropa de los curas en fregaderos con agua fría y pastillas de jabón. Estudiábamos matemáticas y mecanografía. Teníamos poco contacto con nuestras familias. No cobrábamos ningún sueldo. En mi caso, por lo menos, una de las monjas fue buena conmigo y me regaló mi primera guitarra.

An Grianán era un producto de la relación del Gobierno irlandés con el Vaticano; la Iglesia gozó de una “posición especial” recogida en nuestra Constitución hasta 1972. Todavía en 2007, el 98% de los colegios irlandeses estaba en manos de la Iglesia católica. Pero los colegios para niños difíciles han estado siempre plagados de castigos corporales salvajes, maltratos psicológicos y abusos sexuales. En octubre de 2005, un informe encargado por el Gobierno identificó más de 100 acusaciones de abusos sexuales cometidos por sacerdotes entre 1962 y 2002 en Ferns, un pueblo a unos 100 kilómetros al sur de Dublín. La policía no investigó a los sacerdotes acusados; se dijo que padecían un problema “moral”. En 2009, un informe similar involucró a los arzobispos de Dublín en la ocultación de varios escándalos de abusos sexuales entre 1975 y 2004.

¿Por qué se toleraba esa conducta criminal? Según el informe de 2009, el “importantísimo papel que ha desempeñado la Iglesia en la vida irlandesa es el motivo por el que se consintió que no se pusiera fin a los abusos cometidos por una minoría de sus miembros”.

A pesar de la larga relación de la Iglesia con el Gobierno irlandés, la carta en la que el papa Benedicto pide teóricamente perdón no asume ninguna responsabilidad por las infracciones de los curas irlandeses. Dice que, “antes, la Iglesia en Irlanda debe reconocer ante el Señor y ante otros los graves pecados cometidos contra unos niños indefensos”. ¿Qué hay de la complicidad del Vaticano en esos pecados?

En su texto, Benedicto da la impresión de que se ha enterado hace poco de los abusos y se presenta como una víctima más: “No tengo más remedio que compartir la desolación y la sensación de traición que habéis experimentado tantos de vosotros al saber de estos actos pecaminosos y criminales y de cómo se ocuparon de ellos las autoridades eclesiásticas en Irlanda”. Sin embargo, la carta de infausta memoria que envió Benedicto en 2001 a los obispos de todo el mundo les ordenaba guardar secreto sobre las acusaciones de abusos sexuales so pena de excomunión, es decir, actualizaba una perniciosa política de la Iglesia, expresada en un documento de 1962, que establecía que tanto los sacerdotes acusados de delitos sexuales como sus víctimas debían “observar el más estricto secreto” y “atenerse a un silencio eterno”.

Benedicto, entonces Joseph Ratzinger, era cardenal cuando escribió esa carta. Hoy, cuando ocupa el sillón de San Pedro, ¿vamos a creer que su opinión ha cambiado? ¿Y vamos a conformarnos ante las recientes revelaciones de que en 1996 se negó a destituir a un sacerdote acusado de haber abusado de hasta 200 niños sordos en el Estado norteamericano de Wisconsin?

La carta de Benedicto afirma que su preocupación es “sobre todo ayudar a sanar a las víctimas”. Sin embargo, les niega lo que podría sanarles: una confesión inequívoca del Vaticano de que ocultó los abusos y ahora está tratando de ocultar el ocultamiento. Asombrosamente, el Papa invita a los católicos a “ofrecer vuestro ayuno, vuestras oraciones, vuestra lectura de las Escrituras y vuestras obras de misericordia para obtener la gracia de la curación y la renovación de la Iglesia de Irlanda”. Y sugiere, cosa aún más asombrosa, que las víctimas irlandesas pueden sanar acercándose más a la Iglesia, la misma Iglesia que exigía votos de silencio a los niños víctimas de los abusos, como ocurrió en 1975 en el caso del padre Brendan Smyth, un sacerdote irlandés que más tarde acabó en la cárcel por delitos sexuales repetidos. Muchos irlandeses, cuando se nos pasó la risa, nos dijimos que la idea de que necesitamos la Iglesia para aproximarnos a Jesús es una blasfemia.

Para los católicos irlandeses, lo que insinúa Benedicto -que los abusos sexuales en Irlanda son un problema irlandés- es arrogante y blasfemo. El Vaticano está actuando como si no creyera en un Dios que todo lo ve. Quienes dicen ser los guardianes del Espíritu Santo se dedican a aplastar todo lo que el Espíritu Santo representa. Benedicto es culpable de dar una imagen falsa del Dios al que adoramos. Todos sabemos, en el fondo de nuestro corazón, que el Espíritu Santo es la verdad. Por eso sabemos que Cristo no está con esos que le invocan con tanta frecuencia.

Los católicos irlandeses tienen una relación disfuncional con una organización que comete abusos. El Papa debe hacerse responsable de las acciones de sus subordinados. Si hay sacerdotes católicos que abusan de los niños, es Roma, y no Dublín, la que debe responder de ello, con una confesión inequívoca y sometiéndose a una investigación criminal. Mientras no lo haga, todos los buenos católicos -incluidas las ancianitas que van a misa todos los domingos, no sólo los cantantes protesta como yo, a quienes el Vaticano puede ignorar sin problema- deberían dejar de acudir al templo. Ha llegado la hora de que en Irlanda separemos a nuestro Dios de nuestra religión y nuestra fe de sus supuestos dirigentes.

Hace casi 18 años, rompí una fotografía del papa Juan Pablo II en un episodio de Saturday night live. Muchos no entendieron la protesta; la semana siguiente, el presentador invitado del programa, el actor Joe Pesci, dijo que, si hubiera estado presente, me “habría dado una bofetada”. Yo sabía que mi acción iba a causar problemas, pero quería provocar un debate necesario; ese es uno de los ingredientes de ser artista. Lo único que lamenté fue que la gente pensara que no creía en Dios. No es verdad, en absoluto. Soy católica de nacimiento y cultura, y sería la primera en presentarme a la puerta de la iglesia si el Vaticano ofreciera una reconciliación sincera.

Mientras Irlanda soporta la ofensiva carta con la que Roma pide perdón y un obispo irlandés dimite, pido a los estadounidenses que comprendan por qué una mujer católica irlandesa que sobrevivió a los malos tratos de niña pudo querer romper la foto del Papa. Y que piensen si a los católicos irlandeses, por no atrevernos a decir “merecemos algo mejor”, se nos debe tratar como si mereciéramos algo peor.

© Sinead O’Connor, 2010

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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Miguel Sánchez-Ostiz. Cambios de bando

Los apóstoles que abarrotaban las plazas de toros, los teatros, los vivaques al aire libre, creían ahora en lo que antes combatieron con dureza, arriaron su primitiva rabia y su bandera, izaron la otra con descaro, la que con tanta furia, ardor y fervor habían combatido. Y, lo peor, que se siente miedo o prudencia en echárselo a la cara y decirles: «estos erais».

Lo escribía Pablo Antoñana, difunto, y lo publicaba en el Diario de Noticias, de Navarra, en el mes de mayo de 2004. «Pizco» se titulaba el artículo. No hizo sino poner por escrito lo que es del dominio público, aunque fuera acusado de no saber estar ni con los tiempos ni con quien hay que estar, de no saber orzar al viento más favorable, cambiar de chaqueta en el momento oportuno o apostar a caballo ganador, cuando es tan fácil…

19-VI-2010

Miguel Sánchez-Ostiz

Información del autor y libros en Pamiela.com

http://vivirdebuenagana.blogspot.com/

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Víctor Moreno. Guelbenzu

feriadellibroSorprende la cantidad de escritores que teorizan sobre novela como si fuesen sus más cualificados sabios y, luego, cuando las escriben son peores que Pérez Reverte y que Marías juntos.

En cambio, conozco escritores que no son capaces de articular una frase acerca de cómo se consigue el punto de vista y la verosimilitud literaria, y las escriben que da gusto leerlas. Lo pertinente sería que, ahora, soltase yo varios nombres de estos últimos novelistas, pero no lo haré, porque son más de diez, aunque entre ellos, lo siento por él, no figure Kirmen Uribe.

¿Por qué esta distancia entre los conocimientos y la propia praxis? Tiene que ser muy doloroso para un escritor, caso, por ejemplo, de José María Guelbenzu, que, conociendo todo lo que hay que saber sobre novela, mucho más que lo que chamulla el académico Francisco Rico y el mismísimo Muñoz Molina, no sea capaz de escribir una novela legible, digna de pasar a la historia de la literatura por méritos derivados del sintagma, y no por la tabarra mediática impartida, con premeditada y alevosa intención, desde Alfaguara, o, lo que es lo mismo, desde Prisa.

Guelbenzu ha teorizado como pocos sobre la verosimilitud literaria. Y, sin embargo, desde su primera novela, El mercurio (1968), ha sido incapaz de mostrar pragmáticamente que sepa lo que es dicho concepto. Tanto que resulta del todo inverosímil que, a estas bajuras de la vida, Guelbenzu escriba una novela creíble. Su última entrega, desde luego, no lo es.

Vistas así las cosas, no extrañará que afirme que “el mercado se inunda en ocasiones de productos comerciales sin valor literario (13.07.2010).

Entendido. Tiene que ser muy doloroso estar en posesión de lo que sea la esencia literaria de una novela y ver que sean los demás, y no uno, quienes las escriban.

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Daniel Cohn-Bendit (subtitulado en español) sobre ayuda económica a Grecia.

Autor: http://www.youtube.com/user/zorbec68

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Víctor Moreno. Pensadores excomulgados

danteUn hecho que llama la atención es la poca o nula capacidad de la Iglesia para reconocer sus monumentales errores y presentar –no pedirlas- disculpas por ello. En cualquier caso, si las pretensiones de la Iglesia fueran reconciliarse con la historia, podría hacerlo primero, no con los científicos del pasado, que también, sino con los hijos pródigos de la propia casa, esos teólogos que, desde hace siglos, siguen permaneciendo en la lista del índice de los condenados y excomulgados. Porque sucede que, en la mayoría de las ocasiones, estos heterodoxos se han convertido en la fuente primordial del pensamiento que rige la conducta de los modernos.

Guillermo de Ockahm y de Marsilio de Padua fueron dos ilustres pensadores que pusieron en entredicho el sometimiento de la razón a la fe, cuestionaron el poder temporal de la Iglesia y plantearon la separación radical entre ambos poderes. El laicismo que se pretende en la actualidad sería incomprensible sin las aportaciones de ambos, sobre todo de Marsilio.

El primero era franciscano; el segundo, jurista y político. Ninguno de los dos ateo, ni agnóstico. Creyentes. El detalle no es baladí. Ambos terminarían excomulgados por el papado. Si no los llevaron a la hoguera, fue porque lograron escaparse de sus perseguidores.

El inglés Guillermo de Ockham (1285-1347) defendió que la teología no puede ser ciencia y no puede demostrar ninguna de sus doctrinas, porque son cuestiones de la voluntad. La fe no es condición necesaria para la salvación, pues Dios es absolutamente libre, y no puede verse coaccionado por nada, ni, siquiera, por el papa. Por Rouco y sus hermanos, menos.

Esta actitud de Ockham se puede rastrear en algunos teólogos actuales, por ejemplo, en el jesuita Joseph Moingt, del que cuelo esta cita: “¿Para qué sirve Dios? Comenzar por desembarazarse de esa idea de que El es útil. No, no es un objeto útil, aún menos lo es hoy en las condiciones del mundo moderno. Es el ser gratuito por excelencia, que no impone ni su presencia. No estimo que sea indispensable que los hombres piensen en Dios para salvarse: pueden salvarse de otro modo” (Joseph Moingt y Jean Bottéro, Marc-Alain Ouaknim, La historia más bella de Dios. ¿Quién es el Dios de la Biblia?, Anagrama, Barcelona, 1998).

Ockham reconoce que el poder imperial deriva de Dios, pero no gracias a la figura del papa o a su mediación, sino del pueblo, de la asamblea de los creyentes, quienes, a su vez, son los encargados de elegir democráticamente a sus representantes, obispos, cardenales y papas. Ni el Papa ni el Concilio tienen autoridad para establecer verdades que todos los fieles deban aceptar. La infalibilidad del magisterio religioso pertenece a la Iglesia, sí, pero entendida como “la multitud de todos los católicos que hubo desde los tiempos de los profetas y apóstoles hasta ahora”. Casi nada.

Guillermo de Ockham, acérrimo defensor de la pobreza de Jesucristo, temática desarrollada en la novela y película de igual nombre El nombre de la Rosa, fue, finalmente, excomulgado.

Marsilio de Padua (1275/1280-1343) fue rector de la Universidad de París desde 1312 hasta 1313.

En su monumental obra Defensor pacis, de 1324, Marsilio defiende el carácter positivo del concepto de ley que pone como fundamento de su discusión jurídico-política. Excluye explícitamente de su consideración la ley como inclinación natural o prescripción obligatoria en vista de la vida futura, y se limita a considerarla como “la ciencia o la doctrina o el juicio universal de todo lo que es justo y civilmente ventajoso y de su opuesto”. Y lo entiende como “un precepto coactivo vinculado a un castigo o a una recompensa que otorgar en este mundo” y sólo en este sentido se le llama propiamente ley. La ley queda restringida a los actos externos como precepto coactivo. Nunca invade el espacio de la propia interioridad, sea ésta llamada conciencia o estómago.

Lo que es justo o injusto, ventajoso o nocivo para la comunidad humana no lo sugiere un instinto infalible puesto en el hombre por Dios ni por la misma razón divina, sino que lo juzga la razón humana, creadora de la ciencia del derecho. Justamente todo lo que sí piensa la obispada actual.

El único legislador es el pueblo, es decir, “todo el cuerpo de los ciudadanos”.

Concluye que la pretensión del papado de asumir la función legislativa y la plenitud del poder no es sino un intento de usurpación que no produce ni puede producir otra cosa que escisiones y conflictos.

Del mismo modo, para evitar estas disensiones por motivos de fe señala que la autoridad legítima no es la del Papa, sino la del concilio convocado en la debida forma, o sea, de modo que esté en él presente directamente o por delegación “la parte predominante de la cristiandad”. ¿Imaginan un concilio de estas características para determinar cuáles deberían ser las relaciones de la Iglesia respecto al aborto, la educación, la eutanasia, la clonación terapéutica? No, no me lo imagino. Por eso, yo me confirmaría con que se hiciera un referéndum para decidir acerca de la pervivencia o no de la Conferencia Episcopal.

En cuanto a las relaciones entre fe y razón, Marsilio señala que se trata de dos ámbitos claramente separados. Nada tienen que ver las cosas de la fe y las cosas de la razón. Siguen veredas y fines distintos. Quienes pretenden relacionarlas buscan indefectiblemente el sometimiento de la razón a la fe.

Marsilio de Padua considera que la Iglesia debe subordinarse al Estado. En su obra, Defensor pacis, mantiene la supresión de todo poder de la Iglesia Católica en este mundo, a fin de evitar la coexistencia de gobiernos y jurisdicciones compitiendo entre sí. Y todo ello como una condición para el mantenimiento de la paz, y la cohesión social.

Ni que decir tiene que los obispos y los papas lo odiaron a muerte. Y que los actuales ni lo nombren por equivocación. El papa Clemente VI lo calificaría como el “mayor hereje jamás conocido” cuando anunció aliviado su muerte el 10 de abril de 1343. Tampoco sus paisanos le tuvieron mucha devoción. En su ciudad de Padua, ni siquiera dispone de una estatua que recuerde su nombre.

Y eso que el rechazo al poder eclesiástico era habitual entre los humanistas de la Florencia de aquel tiempo. Como decía con sorna Marsilio de Padua: “Los italianos tenemos, pues, con la Iglesia y con los curas esta primera deuda: habernos vuelto irreligiosos y malvados”.

Idéntica opinión mantenía el humanista Guicciardini: “Tres cosas desearía ver antes de morir, pero dudo que, aunque viviera muchos años, pudiera ver alguna de ellas: una vida de república bien ordenada en nuestra ciudad, Italia libre de los bárbaros, y el mundo liberado de estos curas malvados”,

Sólo le faltó añadir: “y libre de moscas”, para imaginar que quien estaba hablando de esa guisa era la encarnación del mismísimo don Pío Baroja.

Sobre el autor del artículo: Victor Moreno

Libros del autor: Pamiela.com

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José Vidal-Beneyto. Los codiciados frutos del olvido

paracuellosEl revisionismo parafranquista pretende equiparar los crímenes institucionales del régimen con los cometidos por republicanos incontrolados. También presenta la dictadura como madre de la democracia

El debate sobre la Memoria Histórica y la tesis sobre la pacificación mediante el olvido de los antagonismos derivados de la Guerra Civil acompañan, desde hace años, la historiografía del franquismo. Últimamente, la iniciativa judicial del magistrado Garzón sobre la localización de las víctimas del régimen del General Franco, y dejando de lado su mayor o menor pertinencia jurídica, ha relanzado en España el debate sobre la memoria colectiva. Tema que sigue teniendo viva actualidad en muchos países europeos, sobre todo en su versión reaccionaria. Y así en la cúspide de la apoteosis gaullista, François Furet y su poderosa escuela histórica sometieron a la Revolución Francesa a una revisión radical, insistiendo en su dimensión violenta, cuando no sanguinaria. Al igual que sucedió en Alemania hace veinte años con la polémica en torno al monumento a las víctimas del Holocausto y con el debate sobre las tesis de Martín Walser; sin olvidar la pujanza que tuvo en Estados Unidos el movimiento de revisión para exculpar al Maccarthysmo y la notable campaña en prensa, que lo apoyó, con, entre otros, los artículos en el New York Times de Ethan Bonner, el libro de Don Wolfe sobre Los últimos días de Marilyn Monroe, buena parte de la prestigiosa filmografía de Elia Kazan, etcétera.

El revisionismo parafranquista tiene en España antecedentes antiguos y muy fundados. Su argumento principal es la conversión del Franquismo, que comenzó siendo un régimen fascista-totalitario, al autoritarismo, en línea con la tesis central de Guillermo O’Donnell, Philipp C. Schmitter y Laurence Whitehead, quienes organizan su magna compilación –Transitions from Authoritarian Rule, 4 volúmenes- en torno de las virtualidades del autoritarismo. Entre nosotros quien lo formaliza con vocación paradigmática es Juan José Linz en Una teoría del régimen autoritario. El caso de España, en la España de los años setenta (T. III, Madrid, 1974). Abierta la vía, en ella se engolfan buen número de politólogos y sociólogos españoles, con, a su cabeza, Jorge de Esteban acompañado de S. Varela, E. García Fernández, L. López Guerra y J. L. García Ruiz en Desarrollo político y Constitución española (Ariel, 1973), así como el agudo y obstinado Luís García San Miguel, cuya contribución definitiva fue Teoría de la transición (Editora Nacional, 1981).

El argumento básico de este revisionismo historiográfico se apoyaba en el alegato de la modernización que David Apter nos ofreció, en Amorrortu (Buenos Aires, 1970), que reforzado por los trabajos de Almond, Verba, Pye y todos los promotores de la propuesta del desarrollo político, postulaban que sólo un consistente crecimiento económico, una notable transformación social y una eficaz adecuación política, componentes fundamentales del autoritarismo, podían poner fin a las dictaduras e instalarnos en la democracia. Las personalidades más reactivas del Franquismo, como Laureano López Rodó desde el integrismo católico y Rodrigo Fernández Carvajal desde el Movimiento, apostaron ya en 1969 a esa hipótesis; el primero en Política y Desarrollo y en La larga marcha hacia la monarquía, y el segundo en La Constitución española. Desde entonces, los aperturistas del Régimen, comenzando con Jesús Fueyo, en la trinchera falangista, y siguiendo con José María Ruiz Gallardón y Miguel Herrero de Miñón, desde el bando monárquico, Federico Silva, en el democratacristiano, y Rodolfo Martín Villa, desde la estructura central del Movimiento, contribuyeron a lavarle la cara al régimen franquista y a aumentar su aceptabilidad.

Posteriormente, dos franquistas tan fervorosos como Manuel Fraga y Adolfo Suárez, con el protagonismo que sigue teniendo el primero en la derecha heredofranquista, al igual que el mantenimiento de tantos símbolos en la España pública de hoy, avalan la tesis de la continuidad entre los dos regímenes. A ella contribuyó de forma decisiva el desenlace del enfrentamiento entre ruptura y reforma que, en el momento de la Transición, se cerró con victoria absoluta de la segunda, lo que impuso la hipótesis del reformismo continuista.

El Franquismo contenía, según afirmaban los autores revisionistas, elementos suficientes para su autotransformación en democracia. Esta argumentación que, explicita o implícitamente suscribió la casi totalidad del establishment académico español de finales de los años setenta y primeros años ochenta, tuvo su apoteosis en la publicación por la Editorial Sistema del PSOE de un volumen coordinado por tres prestigiosos politólogos, Félix Tezanos, Ramón Cotarelo y Andrés de Blas, que con sus 957 páginas se convirtió en la versión canónica de lo que su título anunciaba: La Transición democrática española. En ella las omisiones y la censura de los disconformes son tan absolutas y significativas como la defensa de las afirmaciones de los participantes que adoptan sus puntos de vista.

La argumentación básica del revisionismo se basa en pretender que excesos y tropelías, con asesinatos incluidos, se cometieron en los dos bandos y que lo mejor es cubrir ese pasado con un tupido velo. Pero por mucho que se insista, el número mucho mayor de asesinados en el bando franquista que en el republicano y, sobre todo, la personalidad de sus autores y las modalidades de su práctica los hacen muy distintos. En el lado republicano fueron obra de individuos exaltados de tendencia radical, que la ausencia de fuerzas de seguridad hacía imposible controlar y que en diversas ocasiones atentaron incluso contra personalidades republicanas. A mi mismo padre, que era un conocido militante laico y republicano, aunque empresario y responsable patronal, vinieron a buscarle para darle el paseo a nuestra casa de Carcaixent el 20 y el 21 de julio de 1936. Afortunadamente estaba en Finlandia por razones de su negocio y pudo salvar la vida, pero su gran amigo Justo Martínez Amutio, líder de los socialistas valencianos, le aconsejó que no volviera hasta que no se controlara la situación.

En cualquier caso, el desgobierno en la zona republicana, y los crímenes que lo acompañaron, aconteció sólo los primeros meses de la guerra y fue disminuyendo hasta desaparecer casi totalmente.

En el lado franquista, en cambio, los fusilamientos persistieron durante largo tiempo y estuvieron siempre acompañados por el ignominioso espectáculo de la llamada justicia militar.

Disponemos ya de numerosos testimonios en los archivos históricos de la Guerra Civil que nos relatan los bochornosos ejercicios jurídicos que fueron los juicios sumarísimos en los que se condenaba a muerte a honorables y pacíficos ciudadanos por la sola razón de sus convicciones republicanas. El Diario de la guerra civil, editado por el Archivo Histórico de la Universidad de Alicante, del profesor y diputado Eliseo Gómez Serrano, él mismo condenado a muerte y ejecutado sin más causa que su adhesión a la República, nos aporta numerosos ejemplos de la brutalidad de la represión franquista, en la que lo más repugnante es su pretendida asepsia formal. Por ejemplo uno de los mas ilustres valencianos, el gran profesor Joan Peset, rector de la Universidad de Valencia, condenado a muerte en 1940 y fusilado 15 meses después, cuya sentencia fundamenta su muerte en “adhesión a la rebelión” y “haber dado conferencias de sabor marxista”.

La responsabilidad de los uniformados magistrados que ordenaron fríamente el fusilamiento del Rector Peset y la de los individuos primarios y exaltados que quisieron matar a mi padre movidos por su furiosa revancha social, no tenía el mismo status ni era de igual condición. Por mucho que se empeñen los revisionistas y los que quieren equipararlos en base a los indultos genéricos y que llevan a confusión. Todos igualmente culpables e igualmente inocentes puesto que igualmente indultados.

Por lo demás, la dictadura del olvido tiene como objetivo principal el ocultamiento del trasvase del poder social de la España de Franco -antes lo llamábamos las clases dominantes- a la España democrática. Ahí estaban -aunque tal vez debiera decir, como hijo de José Vidal Cogollos y de Amparo Beneyto Belda en el contexto franquista valenciano, ahí estábamos- personas, familias, empresas, y ahí seguimos estando, donde siempre, en el poder y en el privilegio. A esos efectos la intransitividad de la Transición fue perfecta. Negarlo es negar nuestras vidas. Reconozcámoslo pues, sin evasivas, e intentemos reparar, en lo que quepa, las iniquidades de una situación, de la que hemos sido, somos, tan beneficiarios.

José Vidal-Beneyto es director del Colegio Miguel Servet de París y presidente de la Fundación Amela.

Articulo publicado en El País, 20-XII-2008

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Miguel Sánchez-Ostiz. Sanferminera en Cochabamba

AmericanoLa verdad es que tiene su miga venirse hasta Cochabamba para ver una película tan ambientada en las fiestas de San Fermín de Pamplona que hace que el guión sea por completo innecesario… Eso despierta a un muerto… Americano… No pude resistirme … Me pareció positivamente cochambrosa, por la película en sí y por la fiesta que en ella aparece, tal y como aparece… No se ahorran un solo lugar común y sobre ellos todas las licencias que pueden excitar a los jóvenes norteamericanos al viaje iniciático sanferminero: una necedad solo buena para borrachos… En el Casino, al hilo del “baile de la alpargata” los protagonistas se comen una lengua y unas bolas de toro con rasgos más simbólicos que gastronómicos… pero ya lo pistonudo es que sale Eduardo Laporte de camarero… y esto en Cochabamba es muy fuerte, y enseguida sale Dennis Hopper, y a uno que lleva barba a lo Hemignway, pero en joven, lo tiran por un tubo… y la película sanferminera se hace esotérica, pero esotérica total, como de cosas de porros… Ah, sí, y el que hace de americano, que lo es, encima, lleva una bota al hombro y se la cuelga al busto de Hemignway, y le echa a la jeta de bronce el aliento a vinazo y le consulta qué hacer en la vida… En Cochabamba, Bolivia… Y luego toda la cuadrilla se va, bien mocos, cuesta abajo, por el Portal de Francia, en bici, y en lugar de escrismarse, llegan por media Navarra Turística, camino de Santiago incluido, tan iniciático o más que el vinazo sanferminero… Así hasta el momento cumbre en que una jotera nos regala lo del pueblo que canta no muere…
Decir que somos pintorescos es poco decir, pero con seguridad todos los somos a nada que cuelguen en algún lugar nuestros lugares comunes, nuestra mandanga, nuestro turismo, nuestras señas de identidad más ridículas que otra cosa.
Cuesta creer que las señas de identidad exportables de la tierra en la que vivimos sean vino, toros por las calles, gamberros, paisajes, truchas, más vino y jotas…
Del encierro de pit-bulls con enanos, que hablen los políticos de la derecha que aplauden esta y otras mamarrachadas.
Nunca pensé que el viaje de regreso a casa iba a comenzar de esta manera. Como Pobre de Mí, se las trae.

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Víctor Moreno. Alimañas de la renta

rentaDe casi todas las paranoias que perturban el ánimo de las personas de este mundo, el dinero es su causa inmediata o mediata. El dinero tiene un poder de transformación inaudito. Por obtenerlo, el ser humano es capaz de cualquier infamia. No sólo de matar, que es lo más común, sino, incluso, que ya es decir, de modificar radicalmente, aunque sólo de forma coyuntural, su pensamiento. Lo volverá a cambiar en cuanto le ofrezcan una mayor cantidad de dinero.

Que el sujeto animal semoviente, vulgar y de autobús diario se apreste a airear sus biorritmos intelectuales y éticos por unos miles de euros es imagen bastante común y repetitiva. Lo vemos casi cada mes en el mundo de la política, de los negocios, de la prensa y de la intelectualidad, muy intelectual ella, pero nada kantiana.

Lo que resulta insólito es que los obispos participen también de este repugnante espectáculo, y que a los ingenuos moralistas hunda en una hipocondría de cuidados paliativos. Y es que, en verdad, no resulta ejemplar la contemplación de unos hombres, todos ellos puros y castos como los carrizos de agua dulce, arrastrándose ante las babas del Estado para conseguir que éste financie su, dicen, maltrecha economía metafísica y de la otra. Incomprensible actitud, pues ellos mismos dicen, ¿qué importancia tendrán tales euros si, en el intento, no sólo pierdes el bazo teológico, sino, sobre todo, la dignidad y el orgullo? En realidad: ¿tienen dignidad, dignidad común, entiéndase, los obispos, en general, y los de la Conferencia Episcopal, en particular?

Por mucha teología mistificadora que echen al asunto, lo tiene muy difícil la obispada para convencer al respetable ignorante de que su gesto de doblegarse ante el César para conseguir de éste unos dineros entra en los planes salvadores del Redentor. No sólo eso. ¿Cómo sabe esta Iglesia carroñera que el dinero que conseguirá mediante la X de la Renta es dinero limpio, que no huele mal, que no procede de extorsión, del blanqueo, de la mentira de unos contribuyentes que se la tienen más que cogida al Estado? Bueno. Tampoco me pasaré de ingenuo. Pues no ignoro que ésa ha sido la constante histórica de la Iglesia institucional y jerárquica: conseguir dinero hasta de las mafias más criminales y, por supuesto, del tráfico de fetiches de lo más inverosímiles, por supuesto que sagrados, como, entre otros, «el santo prepucio de Cristo».

Quizás el problema de fondo sea un misterio o cuestión sociológica de altura, digna de un análisis de Weber. La pregunta es paradójica, pero tiene su miga: ¿es posible un poder moral efectivo sobre la población sin tener, al mismo tiempo, poder económico? No. El comportamiento de la Iglesia jerárquica así lo atestigua. También podría formularse de modo más cruel: ¿sólo se embarcan en reformas morales colectivas quienes, individualmente, son unos rufianes, éticamente hablando? Los ejemplos abundan en cualquier ámbito.

Lo que más sorna produce es que la obispada doblegue el espinazo de su ser teológico ante un poder político al que considera una prolongación quintaesenciada del mal. Y es que sería muy raro encontrar en la historia más reciente -la excepción quizás fuese la II República-, exabruptos del grosor y calidad infamante que la obispada actual ha vomitado contra el Gobierno. Porque es a este gobierno y no a otro al que sus sacratísimas eminencias no han parado de escupir y motejar, a quien le exigen la financiación de su «empresa moral y caritativa» mediante el nuevo artilugio del 0,7% de la renta. Es evidente, que, por dinero, la Iglesia es capaz de cualquier bajada de casullas.

Claro que lo del Gobierno tiene también una traca lastimera impresionante. Porque no ignoran los socialistas que la exigencia eclesial es, cuando menos, «irregular». El dinero que consiga la obispada de los Presupuestos Generales no es como el resto del dinero de los contribuyentes destinado a servicios públicos, sino que se utilizará para mantener una confesión particular, en este caso, la católica; y, para más masoquismo, sufragar campañas contra el propio Gobierno que la alimenta. El nuevo mecanismo de financiación eclesial establecido por el Gobierno renueva la llamada partida presupuestaria de «Mantenimiento del culto y del clero», cuya vigencia explícita expiró hace décadas. No sólo contradice el carácter aconfesional del Estado, sino, mucho más grave, supone una clara intromisión de éste en cuestiones de religión y convicciones, al patrocinar unilateralmente la promoción de unas ideas o confesiones particulares, en este caso católicas. La verdad es que se tiene la sensación de que la Iglesia es ese buitre despiadado y carroñero, que en materia económica conocemos, gracias a ciertos gobiernos, los cuales le siguen teniendo un miedo feudal.

Menos mal que, en ocasiones, suceden hechos que muestran sin ambages su verdadero rostro, el de su inclinación pecaminosa hacia el dinero.

En el año 1995, las parroquias oscenses -pertenecientes a la diócesis de Lleida- se reintegraron a la diócesis de Barbastro-Monzón. Se esperaba que también lo hiciera su patrimonio artístico y documental, pero el obispado ilerdense se negó a devolver las obras de arte que, según replicó, se encuentran en su museo «en calidad de depósito». Y eso que hay sentencia, incluso de la Santa Sede, en contra del obispado de Lleida.

Lo alucinante del caso es que este obispado en el año 2006 remitió al «Periódico de Aragón» una factura por valor de 6.780 euros. ¿Su «pecado»? Haber reproducido las 113 obras de arte pertenecientes a las parroquias oscenses, y que entregó gratuitamente a sus lectores. La factura revelaba que el museo diocesano había cifrado en 60 euros cada imagen. Sin embargo, el periódico, estupefacto, aseguraba que «el obispado no tiene empacho en partir retablos y frontales para multiplicar por tres esa cantidad en algunas imágenes».

¿Empacho? Para nada. Es la marca trinitaria de la casa. Pues la Iglesia lo que factura lo hace siempre en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Tres personas distintas, pero un único deseo verdadero: el vil metal encantador.

Sobre el autor del artículo: Victor Moreno

Libros del autor: Pamiela.com

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