Víctor Moreno. Extraterrestres

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Decía Eduardo Mendoza: “Siempre me he considerado un extraterrestre o un recién salido del manicomio”.

No soy quién para contradecir tan imaginativas y sentidas palabras, surgidas sin duda de un fondo insobornable de sinceridad, como diría Baroja. Porque seamos crueles hasta el sarcasmo, ¿hubiera triunfado Mendoza caso de no ser un extraterrestre y haberse escapado de un nosocomio?

Recuérdese que más de uno pensó en su día que Gurb era un primo carnal de Mendoza que vino a Barcelona a explicarle a su pariente la manera de cómo convertirse en un novelista exitoso del mercado.

Claro que el hecho no reviste ninguna novedad. En la vida literaria existen más extraterrestres de lo que parece.

De Prada aseguró en su día que era la encarnación oronda de un marciano; lo que, en su caso, me parece una realidad bien plausible. Y no se podrá negar que le ha ido muy bien sacando brillo a sus fantasías onanistas, pues tratándose de las manualidades artísticas de un marciano seguro que tienen un toque de originalidad, más que idiota, transcendental.

Y Muñoz Molina no hace falta que aparente ser un selenita, procedente de la constelación de Orión. Porque el tipo, hable de lo que hable, escriba de lo que escriba, de la Memoria Histórica, por ejemplo, se cree un maestro Yoda infalible. Lo mejor de todo es verle la cara de constreñido que pone cuando pretende elevar a oráculo sagrado una frase copulativa: “La sandía es refrescante”.

Es posible que, a la vista de estos ejemplos, el resto de los escritores sientan la picazón de hacer declaraciones de parecido jaez estúpido. La verdad es que no sería ninguna novedad, porque viven instalados en ellas.

Y el Mercado encantado de haberlos conocido. Al fin y al cabo, ¿qué sería de la vida literaria sin estas melonadas sintagmática?

Sobre el autor del artículo: Victor Moreno

Libros del autor: Pamiela.com

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Paul-Henri Giraud. Cioran, Eliade y el fascismo

fascismo

Paul-Henri Giraud

Miguel Sánchez-Ostiz cita en Cartea Neagra (11-VIII-2010) (www.vivirdebuenagana.blogspot.com) un libro de Alexxandra Laignel-Lavastine dedicado a la estrecha relación de Cioran y Eliade con el fascismo. Reproducimos un texto que trata de este libro.

Ética irresponsable

por Paul-Henri Giraud

Enero de 2003

Alexandra Laignel-Lavastine: Cioran, Eliade, Ionesco / L’oubli du fascisme, Presses Universitaires de France, París, 2002, 553 pp.

Se han multiplicado, desde hace unos quince años, las revelaciones sobre las “simpatías” juveniles de Emil Cioran y Mircea Eliade con el movimiento fascista rumano de la Guardia de Hierro. Pero el libro de Alexandra Laignel-Lavastine, reconocida especialista de la historia intelectual centroeuropea, va mucho más allá de una simple confirmación de esta tesis. Basándose en un examen sistemático de fuentes hasta ahora inéditas o sepultadas en los archivos de Rumania —los libros y artículos que estos autores publicaron de los años veinte a los años cuarenta, sus diarios y cuadernos íntimos, sus expedientes diplomáticos como funcionarios del régimen pronazi del Conducator Ion Antonescu, por fin sus correspondencias privadas y hasta sus borradores de cartas—, la autora demuestra de manera tan rigurosa como pasmosa que el compromiso de los dos amigos, Eliade y Cioran, no fue nada más un pecado de juventud, sino una verdadera doctrina. Esta doctrina, plenamente asumida y abundantemente difundida durante más de diez años, se edificó a partir de la enseñanza nacionalista, “autoctonista” y antisemita de su maestro común de filosofía en la facultad de Bucarest, el venerado Nae Ionescu.
     También alumno del anterior, pero sin parentesco con él, Eugen Ionescu (o Ionesco, según la ortografía afrancesada de su nombre) fue uno de los pocos jóvenes intelectuales de su generación que se resistieron al contagio “legionario”, con mucha lucidez y no poco pavor. La madre de Ionesco era francesa de origen judío, y esta ascendencia, aunque secreta, no dejaba de ser peligrosa en un país donde la legislación antisemita se instaló desde el año 1937, y donde los pogromos y las deportaciones alcanzaron, a partir del verano de 1940, y bajo el impulso de la Guardia de Hierro, una barbarie pocas veces igualada.
     “Apología de la barbarie” es precisamente el título de un artículo del joven Cioran escrito en mayo de 1933, algunos meses antes de instalarse por dos años, gracias a una beca, en el Berlín hitleriano. Este texto, claro está, precede los mayores crímenes nazis, pero lo estremecedor es precisamente que este tipo de artículos, así como la muy antisemita Transfiguración de Rumania (1936) —un best seller— o la conferencia radiofónica de noviembre de 1940 en apología al difunto jefe de la Guardia de Hierro, Corneliu Z. Codreanu, suenan no sólo como una justificación de los actos contemporáneos, sino también como una preparación ideológica a las atrocidades venideras. Lo mismo se puede decir de las reflexiones fascistoides, aunque más serenas, nada histéricas, a la vez doctas y místicas, que publicó Eliade con mucha frecuencia en varias revistas de extrema derecha, con el objeto de “espiritualizar” un movimiento presentado como la oportunidad providencial de una “revolución cristiana” sin par en la Historia.
     Mientras que Cioran, definitivamente afincado en París (vía Vichy) a partir de 1941 (y no 1937, como suele aparecer en su biografía autorizada), se irá orientando cada vez más hacia el escepticismo político —bajo la influencia, quizás, de su nuevo amigo Benjamin Fondane, filósofo de ascendencia a la vez rumana y judía, al cual intentará (en vano) salvar de la deportación en 1944—, Eliade, joven y prestigioso maître à penser de su generación, permanece enteramente fiel al nazifascismo hasta 1945, como lo atestigua su diario de Portugal (1941-1945), inédito hasta hace poco (una versión española de este diario fue publicada el año pasado por la editorial Kairós). A partir de esta fecha empieza para los dos hombres un periodo de adaptación y camuflaje, y una lenta conquista de la notoriedad en dos países mucho tiempo aborrecidos como encarnaciones de la decadencia democrática moderna: Francia primero, y luego —para Eliade, a partir de 1956— Estados Unidos. En Francia, su destino se vuelve a cruzar con el de su antiguo y feroz enemigo ideológico, Eugène Ionesco. Este último había logrado escapar del régimen aborrecido de Antonescu, como… diplomático al servicio de este mismo régimen en Vichy. Quizá para ocultar este episodio poco honroso, y seguramente por solidaridad rumana anticomunista, Ionesco se irá acercando con los años a Cioran y Eliade, dos antiguos “rinocerontes” a los cuales protegerá con su aura antitotalitaria y con su silencio. Pero Ionesco no fue el único amigo (y judío) útil: ni Paul Celan, traductor de Cioran en alemán, ni Saul Bellow, ni Gershom Sholem, colegas de Eliade, pudieron o quisieron conocer hasta muy tarde el pasado de sus sospechosos amigos, ni ver que esta amistad constituía un buen certificado de moralidad para éstos. (Bellow ha evocado de manera apenas velada su relación con Eliade en su reciente novela Ravelstein, Viking Penguin, Londres, 2000.)
     Nunca Cioran ni Eliade se arrepintieron realmente de sus errores. Mientras el primero, toda su vida, mantiene secreta esa culpa que lo roe y lo halaga a la vez, estimulándolo en la elaboración de su estética del desastre, el segundo, cual “caballo de Troya” en la ciudadela universitaria (la imagen le pertenece), desarrolla una brillante carrera internacional y una obra imponente, donde su viejo fondo “rumanista” y antijudaico se ve sutilmente reciclado —en ningún caso reniega de él— bajo el disfraz de un “nuevo humanismo” capaz de conquistar a miles y miles de lectores, y en particular a su amigo y colega en Chicago, Paul Ricœur. No se arrepintieron —como explica Alexandra Laignel-Lavastine, retomando las palabras de Jaspers sobre Heidegger— porque nunca entendieron (o quisieron entender) “la profundidad de su error”. Eligieron como ética del escritor la de la irresponsabilidad. Terrible elección, y terrible responsabilidad: como lo dice otro rumano exiliado en Francia, el sociólogo de origen judío Serge Moscovici, en su Chronique des années égarées (Stock, París, 1997), el fascismo, a fin de cuentas, no fue obra de la burguesía ni del proletariado, sino principalmente de los intelectuales. ~

Miguel Sánchez-Ostiz

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Catolicismo de mercado

Análisis: El Acento

El Pais, 08/08/2010

benedictoAtención, el Vaticano pretende cobrar a los peregrinos la entrada a las misas que el papa Benedicto XVI oficiará en Reino Unido en septiembre. Las tarifas son: 5 libras (6 euros) en la ceremonia de Hyde Park, 20 libras (24 euros) costará asistir a la misa de Glasgow y 25 libras (30 euros) la misma de Birmingham. No se anuncian descuentos a grupos. Invocado el espíritu de Jonathan Swift, ha enumerado los serios peligros que acechan tras la iniciativa. Si se cobra por asistir a una misa, nada habría que objetar por tarifar la dispensa de sacramentos. ¿Alguien duda de que los pecados que se confiesan en penitencia son fáciles de tasar, de forma que el penitente pague más por los mortales y menos por los veniales? También podrían redactarse cláusulas contractuales para indemnizar al cura en caso de separación matrimonial. Así, las Iglesias nacionales y el Vaticano aumentarían progresivamente sus ingresos, hasta que le resultara imperativo cotizar en Bolsa; entonces, las variables fundamentales de Vaticano Corp serían la facturación y el aumento anual de las conversiones; pero estas dependerían del crecimiento del miedo al infierno, materia prima que solo podría suministrar un equipo de eminentes psicólogos asesores de la Santa Madre Iglesia.

Como diría De Quincey, se empieza cobrando una misa y se acaba manipulando teológicamente la noble ciencia de la psicología; y además en contra de las amables tendencias del emocionalismo americano, obsesionado por el masajeo complaciente del Yo. En fin, si la obligación de pagar las visitas del Papa (salvo en Valencia, que las gestiona con gran eficacia la trama Gürtel) exige que se consume el cobro ceremonial, al menos que se modernicen los medios de pago; a ver si se pueden pagar los 30 euros con la Visa Marcinkus del Instituto de Obras de la Religión (IOR).

Por cierto, cobrar una misa, ¿no es simonía, ese pecado tan negro que, entre otras desgracias, causó el cisma luterano? Porque una misa es un bien espiritual, y simonía (de Simón el Mago, Hechos de los Apóstoles, como bien sabe Benedicto XVI) es “comprar o vender por un precio temporal un bien intrínsecamente espiritual o un bien temporal inseparablemente unido a uno espiritual”. Palabra de diccionario teológico. Amén.

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Víctor Moreno. Ilustres prendas

liburuak¿Cuántos seres humanos deben morir para que califiquemos a sus responsables como criminales de guerra? (Harold Pinter, Premio Nobel de Literatura)

Algunos políticos suelen quejarse de que ciertos libros de texto “falsifican” la historia, porque hablan del Bidasoa y no del Amazonas, del Amboto y no del Kilimanjaro, del Fuero y no del artículo 8º de la Constitución, en definitiva, se lamentan de que se mime lo cercano como forma de entender y de sentir lo universal.

Sin embargo, jamás se les escuchará una queja acerca de la artera manipulación que supone contar la historia mediante el consorcio de individualidades, elevadas a categoría de héroes.

Unas individualidades que de heroicas no tienen, a veces, un pelo. Como señalaba el filósofo John Locke: “Todo lo que se les enseña de historia (a los niños) no consiste sino en narraciones de batallas y de matanzas. El honor y la gloria que se concede a los conquistadores que no son en su mayor parte sino grandes carniceros de la humanidad acaban de extraviar el espíritu de los jóvenes, y llegan a considerar el arte de matar a los hombres como laudable ocupación de la humanidad y la más heroica de las virtudes” (“Pensamientos sobre la educación”).

Pero no sólo es la historia quien presenta como signos de perfección humana a auténticas sabandijas de secano, sino que las mismas instituciones caen en idéntica infamia proponiendo a “carniceros de la humanidad”, del presente y del pasado, como modelos de conducta y de pensamiento.

Hace tiempo, leí la noticia de que en Londres se había inaugurado un museo dedicado a Churchill. Un político que goza de la consideración de gran hombre cuando, probablemente, jugase también a ser un matarife de primera. Porque, ¿se puede considerar como gran hombre a un tipo que autorizó el sádico bombardeo de la ciudad de Dresde cuando los aliados tenían más que ganada la II Guerra Mundial?

Ciertamente, si el citado museo quiere ser fiel a la verdad, tendría que explicar cómo el 13 de febrero de 1945 el orondo Churchill despreció la vida de 35.000 personas y provocó el sufrimiento de otras tantas. El museo tendría que justificar que aquel inmenso horror se hizo en aras de provocar el terror hasta el fin. Y tendría que justificar su tan cacareada como supuesta defensa de la España republicana. El historiador inglés Richard Wigg, en su reciente obra “Churchill y Franco. La política británica de apaciguamiento y la supervivencia del régimen, 1940-1945”, asegura que “Churchill no fue amigo de España”.

La tesis de Wigg es que Churchill fue uno de los principales políticos que con su artrosis democrática consolidó la cruel dictadura franquista. Desde la decadencia nazi hasta el final de la Guerra, Churchill ni apostó por la colaboración con la administración norteamericana de Roosevelt, ni hizo caso de sus consejeros (Hoare y Eden, entre ellos), ni de los diplomáticos del Foreign Office. Wigg reproduce una carta del general Aranda en que éste pide a Churchill que “deje de apoyar la dictadura imperante en la seguridad de que interpreta el sentir de la inmensa mayoría de la Nación y de que los intereses de Inglaterra quedarán mejor garantizados. Sólo pedimos que los ingleses no sostengan en España lo que rechazarían indignados en Inglaterra”.

Según Wigg, el error de Churchill estuvo en que, al escribir a finales de 1944 una carta a Franco en la que le informaba de que España no sería admitida en las Naciones Unidas, omitía la causa de tal exclusión: la naturaleza opresiva y criminal del régimen.

Ignoro si a otro idiota moral –la expresión es de Bilbeny-, míster Truman fundador de la CIA, se le dedicará el día de mañana otro museo. Si es así, tendría que explicar aún mayores horrores. Todo el mundo sabe que el 6 de agosto de 1945 mandó lanzar sobre Hiroshima una bomba atómica que causó 80.000 muertos y 50.000 heridos. Pero todavía seguimos ignorando por qué se perpetró tal masacre humana. Y, más todavía, por qué tres días después mandó arrasar Nagasaki, que provocó 40.000 muertos.

En este contexto de “carniceros legales”, miedo da que a los líderes europeos les haya entrado la picazón de meterse a semióticos y empeñarse en definir qué cosa tan enorme sea el terrorismo de los demás. En realidad, dicha urticaria semántica no es nueva. Ningún poder totalitario, y democrático, se ha librado de utilizar el inmenso poder que supone el terrorismo lingüístico. Poner palabras a la realidad es, además de interpretarla, imponerla. Por eso, llamar a ciertos grupos sociales terroristas o subversivos no es mera cuestión de protocolo. Recuérdese el libro de Víktor Klemperer, “La lengua del Tercer Reich”, en el que se describen los efectos nocivos y letales que tuvo la apropiación del lenguaje por parte de los nazis, Empezaron llamando sucio al vecino, y acabaron llevándolo a una cámara de gas.

Considerar que los estados democráticos y de derecho actuales son ajenos a estos cambalaches lingüísticos sería una ingenuidad engañosa en la que, visto lo visto, nadie, con dos dedos de sindéresis, puede caer.

Estoy convencido de que la noción de “carnicero de la humanidad” se puede aplicar perfectamente a unos cuantos líderes políticos mundiales. En especial, a aquellos que ordenan lúcidamente asesinar a millones de personas inocentes. Repugna que estos individuos tanto del presente como del pasado sean considerados como modelos de conducta. Ninguno cambió el mundo para mejorarlo. Cuando lo intentaron, lo hicieron con medios tan atroces que invalidan radicalmente sus resultados y sus intenciones éticas y humanitarias.

Entonces, ¿por qué se los tiene como héroes? ¿Tal vez, porque se trate de tipos intrínsecamente inmorales? Sí. Y así seguirá siendo, mientras se enrede el concepto de inteligente con el de “hijoputa”, y no con ser bueno y justo.

Mientras se mantenga esta confusión, tendremos “carniceros de la humanidad” hasta el próximo paleolítico inferior.

¿Y Hitler?

¿Hitler?, dice, usted.

Sería un héroe europeo caso de haber ganado la guerra.

Sobre el autor del artículo: Victor Moreno

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Víctor Moreno. Anticlericalismo moderno y necesario

cucarachas

La Iglesia siempre ha echado mano de la intoxicación ideológica que la tradición antirreligiosa de la izquierda ha sembrado históricamente en el Estado Español, y que aparece una y otra vez como justificación de las ganas que, pongo por caso, le tiene el socialismo a la Iglesia. Como la exactitud es la mejor enemiga del sectarismo, digamos que la tradición antirreligiosa de la izquierda jamás cobró cuerpo doctrinal ni institucional a lo largo de su andadura. Ni siquiera en la República. Y ya no digamos durante los cuarenta y tantos años de represión franquista y tampoco en el largo coletazo oscurantista de la denominada transición democrática.

Diríamos más: cierta izquierda española ha sido mayormente, por voluntad propia, y también a su pesar, confesional, cristiana y de comunión dominical o pascual. Por otra parte, si el laicismo se configuró como categoría definitoria de la identidad de cierta izquierda, eso se debió a los ataques furibundos de la propia Iglesia, que confundió a posta laicismo con ateísmo e irreligiosidad. Porque, y éste es un detalle que en la historia del laicismo no suele subrayarse, ha sido la Iglesia la que más papel impreso ha gastado en escribir sobre (contra) el laicismo. Sin duda, sus inefables doctores han sido los que llenaron de contenido, espíritu y letra, la partitura muy pocas veces interpretada del laicismo. ¿Cómo se iba a interpretar si España ha estado dominada secularmente por la dictadura teológica?

Han sido tantas y tan variadas las caracterizaciones que ha recibido el laicismo en este país por parte de la Iglesia, que, en muchas ocasiones, ni el propio militante laico -ubi est?- sabía realmente qué significaba. Ha sido tanta la confusión terminológica que sobre dicho concepto ha caído, y siempre de manera negativa, que hoy, bajo el intento higiénico de revitalizarlo, resulta imposible encontrar un significado denotativo y que sirva como concitación unánime de sus teóricos. Por un lado, se habla negativamente de un “laicismo intolerante”, de un “laicismo agresivo” -llamado “laicismo fundamentalista”-, y, por otro, de un “laicismo moderno”, de un “laicismo abierto” y de un “laicismo inclusivo”. En el fondo más superficial, maneras terminológicas de confundir y no precisar con exactitud lo que significa de verdad dicho concepto y que lo único que consiguen es mantener el clericalismo en plena forma.

Y ha sido la Iglesia la que ha estado obsesionada con el laicismo, no la sociedad; ni muchísimo menos quienes eran sus militantes, los cuales han tenido peor prensa, incluso, que los comunistas. Hasta los propios institucionistas, como Giner de los Ríos, no le tenían ninguna simpatía al concepto: “La denominación de enseñanza laica ha venido a ser en muchas ocasiones bandera agresiva de un partido, muy respetable, sin duda, pero que, en vez de servir a la libertad, a la tolerancia, a la paz de las conciencias y de las sociedades, sirve en esas cosas por todo lo contrario” (Giner de los Ríos, F. Ensayos: La enseñanza confesional y la escuela, 1882).

Mientras que la iglesia no ha olvidado jamás su rabia doctrinal contra el laicismo, gran parte de la sociedad española hace muchísimo tiempo que dejó en el arcén de la historia toda esa simbología refractaria, que solamente recuerdan ciertos nostálgicos del pasado, con el ánimo retórico de avivar ciertos atavismos. ¿Cuándo, por ejemplo, a lo largo de la historia cobró forma institucional una enseñanza propiamente laica, tal y como la describieron el P. Manjón y el cura Sardá iSalvany, autor del best seller del XIX, El liberalismo es pecado?

Ni en la República se consiguió tal sueño, que ya es decir.

Y hoy mismo, si fuéramos a ser precisos, ¿qué escuela pública puede proclamar de sí misma que es laica? Ninguna. Ni siquiera el Estado lo hace, que solamente se atreverá a sostener que “ninguna confesión tendrá carácter estatal”. Es más. La palabra laico no aparece en ninguno de los artículos de la Constitución, prueba inequívoca de que dicho término todavía sigue despertando ensoñaciones de todo tipo. Ninguna, positiva.

Y en cuanto al anticlericalismo, ¿qué decir que no sepan los propios obispos? Ellos conocen perfectamente cuál es el anticlericalismo que más les molesta, y si les pica es porque su actualidad resulta más que evidente y, por tanto, más que necesario poner en práctica.

Hay un anticlericalismo higiénico que consiste en rechazar toda imposición derivada de unas creencias inverificables, y, por lo tanto, falsables. Hay un anticlericalismo sano que consiste en oponerse a los obispos cuando tratan de dictar al resto de la sociedad un conjunto de prohibiciones y de obediencia a sus normas que ellos contemplan como un catálogo derivado de la revelación divina. Hay un anticlericalismo profiláctico que consiste en oponerse a la exigencia de estos obispos cuando pretenden castigar lo que ellos consideran blasfemias, o cuando intentan suplantar los derechos de una democracia por unos supuestos valores religiosos y morales. Hay un anticlericalismo imperioso que consiste en defender la autonomía civil frente a las pretensiones totalitarias de la heteronomía transcendental que trata de imponer la jerarquía eclesiástica. Y hay, en fin, un anticlericalismo bien beneficioso que consiste en oponerse a los privilegios especiales, obtenidos como botín de guerra, y que los obispos exigen para sus instituciones y sociedad de creyentes.

Ninguno de estos anticlericalismos me parece desfasado. Al contrario, dada la beligerancia eclesial de los Rouco Varela y compañía, son más necesarios que nunca.

Sobre el autor del artículo: Victor Moreno

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Víctor Moreno. Taurófilos

TauroNo entiendo muy bien la animadversión ni la mala uva que, en determinados momentos que algunos consideran históricos, como si no lo fueran todos, se desata contra los taurófilos. La decisión del Parlament de Cataluña es uno de ellos.

Yo, que pertenezco al burladero de quienes nunca han pisado una plaza de toros, ni siente entusiasmo alguno por las corridas ni los encierros, incluido el de san Fermín –el momento en que los mozos piden la intercesión del santo para que los proteja durante el encierro me sigue pareciendo una superstición infantil-, jamás se me ocurriría suprimir por decreto ni san Isidro ni los sanfermines, ni, por supuesto, la jacarandosa fiesta nacional.

¿Por qué?

Me considero una persona bastante sectaria y muy parcial, pero no tonta. Al lector lo catalogo de la misma manera. Por eso, a poco que piense, llegará como yo a esta tranquilizadora conclusión: las corridas y los taurófilos representan mejor que ninguna peña la cultura de la simpleza y, aunque sea duro decirlo, también de la barbarie en masa. Sí ya sé que entre quienes asisten a las corridas hay gente muy bien informada y no tanto: escritores, ingenieros, médicos, empresarios, gente de elite, aristocrática y todo.

Y que, por supuesto, no disfruta lo más mínimo viendo cómo se acaba con la vida de un animal, el cual, según algunos, nació para eso. ¿Nació o lo domesticaron para eso?

Ningún colectivo, como el de los taurófilos, cultiva de forma tan transparente la sinrazón, acompañada, además, por el arte de la más exquisita de las verborreas. No existe grupo o secta que aduzca más citas filosóficas, literarias, psicoanalíticas y éticas a la hora, no sólo de justificar, sino, incluso, de hacer atractiva y artística la matanza de un animal.

La gente suele pensar que ser necio es muy fácil Y tiene razón. Pero olvida que ello requiere un aprendizaje, un método, un camino, una técnica. Los taurófilos de pro lo saben mejor que nadie. De ahí que dediquen a ello todo su empeño y toda su voluntad. Comprensible, por tanto, su fenomenal vehemencia a la hora de defender lo que no puede justificarse más que desde el anfiteatro de la indiferencia ética.

A mí me ha dado mucha pena que el Parlament haya decidido la supresión de las corridas de toros en Cataluña, a partir de 2012.

Miren. Aunque contamos todavía con ricas y variadas manifestaciones de la bobería colectiva, sería muy difícil encontrar otra con más sólidos fundamentos. Con la lenta pero tenaz desaparición de los taurófilos se extinguirá una de las especies más representativas de la imbecilidad social de todos los tiempos.

Ellos, los taurófilos, al calificar las corridas de toros como costumbre profunda y tradición arraigada en el alma de los pueblos-¿en el bazo, no?-, no hacen sino reafirmar su íntimo deseo de mantener de forma perenne el árbol genealógico de la historia de la torpeza en masa.

La ciencia, muy en especial la etnografía, tenía, tiene aún, en el colectivo de los taurófilos un manuscrito, interesante como pocos, para estudiar hasta qué grado de profundidad y arraigo llega semejante inclinación. ¿Hasta dónde, el colon, el esófago, en fin, hasta qué entraña?

Considérese que, a diferencia de otras especies, que es preciso acotarlas para su estudio científico, los taurófilos se ofrecen de forma voluntaria y generosa para que se les observe in situ, sin pedir nada a cambio. El servicio que prestan los taurófilos al estudio de la necedad colectiva y nacional es impagable. Deberíamos de estarles sumamente agradecidos por su magnanimidad en mostrar desnudamente el cándido beotismo que los anima.

A diferencia de otros colectivos –caso de los políticos, por ejemplo-, los taurófilos no son hipócritas. No esconden la inmarcesible simpleza que los adorna, sino que la manifiestan crudamente allá donde se hallen, estén con quien estén. Si de algo no se les puede acusar es de fariseísmo. Mucha gente debería aprender de su comportamiento que, siendo conscientes del mayúsculo despropósito que defienden, no se arredran ante nada ni ante nadie. Creen firmemente estar en posesión de la verdadera, única, grande y libre estupidez que son capaces de todo, incluso de hacer digeribles las demás barbaridades de la vida. Pues un taurófilo que se precie de qué no será capaz por ver a José Tomás y su cuadrilla.

Suprimir las corridas de toros y los taurófilos con ellas sería un despilfarro que la ciencia no puede permitirse. Se tiraría por la borda una ocasión de platino para estudiar una especie que es paradigma en todo, menos en sensatez.

Así, pues, en lugar de prohibir corridas de toros y de tratar, en consecuencia, a los taurófilos como seres apestosos, crueles, insensibles e inhumanos, propondría que se les dieran todo tipo de posibilidades para que cultivasen con absoluta libertad su concepción tan bárbara e inmoral de la cultura. Y ellos, a su vez, como compensación, donasen en vida su cerebro y el resto de sus vísceras a la ciencia para un posterior estudio de su genoma. O de su ADN, como gusten.

Pues a nadie se le escapa que la constitución genética del taurófilo tiene que ser diferente a la de los demás. Si no, ¿cómo iban a ser tan deliciosamente necios?

Sobre el autor del artículo: Victor Moreno

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Víctor Moreno. ¿Religión y política? No, gracias

godMe dice un amigo que la izquierda anda repensando en remendar sus girones de identidad históricos para ver si encuentra un traje a la medida de los tiempos que, más que correr, vuelan. Y que algunos cristianos bienintencionados consideran que la religión puede ser su tabla de salvación. Por ello, han decidido aportar gratuitamente sus reflexiones para que de este modo, aplicadas como cataplasma a la enfermedad intrínseca de la izquierda, salga la pobre amejorada y estupenda.

Y es que, según estos cristianos, la religión tiene mucho que decir en este envite dialéctico. En concreto, uno de ellos, sensible a este cierzo profiláctico, sostiene en una de sus aportaciones que “en este impulso algunas personas creemos que la religión tiene mucho que aportar y en concreto el cristianismo” (M. Aramburu, “Izquierda, cristianismo y aborto”, http://mikelaranzu.wordpress.com/).

Repárese en que dice creemos, y no opinamos. Es un detalle de la marca confesional de quien así reflexiona. Luego afirma un tanto pretenciosamente: “No olvidemos que la fe, en cuanto experiencia o vivencia, no es una ideología ni tampoco el Evangelio se agota en un programa partidario, pero sin duda la creencia cristiana tiene una dimensión sociopolítica inherente, además de ser instancia crítica permanente de todo lo real.”

Termina este párrafo con una afirmación hace tiempo superada por el devenir de los acontecimientos: “Es cierto que una misma fe puede llevar a comprometerse, con igual legitimidad, según conciencia y ciertos límites, en posiciones políticas diversas, de izquierda y de derecha. En todo caso, me resisto al reduccionismo interesado de los binomios católico=derecha política o progresismo=actitud laicista anti o arreligiosa”.

En efecto. La fe no te impide en esta vida ser un estúpido, científico, pederasta, obispo y un asesino. Y, por supuesto, caer en brazos de Cospedal, la señora que regenta ahora el partido de los trabajadores, o en los tentáculos de ese Mefistófeles de la política, que se llama Zapatero.

Pero, como diría jovialmente Jack el Destripador, vayamos por parte.

En mi opinión, la religión no tiene nada que aportar a este debate. La religión no es de este mundo. Las categorías que manipula la religión en su particular cocina son engrudos transcendentales, metafísicos, que acaban embrollándolo todo con martingalas del más allá para mejorar, dicen, el más acá, pero lo que consiguen es convertir la misma religión en una fuente de conflictos internacionales.

La gente para ser comprometida y buena no necesita practicar ninguna religión concreta. Y menos la religión católica, que ha sido, históricamente, una infamia y una fuente de desdichas universal.

Dios no pinta nada en la configuración determinada y concreta de la izquierda, a no ser que sea una prolongación directa del evangelio, lo que en mi opinión sería un oxímoron, una contradicción mayúscula. Confiar en que la religión devuelva a la izquierda un vigor que tiene perdido desde que Lenin se convirtió en momia es un chiste muy, pero que muy malo. Como la izquierda se deje guiar por estos apóstoles del cristianismo acabará todavía más despistada que lo que dicen que está ahora.

Y no es que la religión sea incompatible con la izquierda. No. Es incompatible con cualquier política enraizada en este mundo, responsabilizada de organizar y dar sentido a la vida cotidiana de la gente. La religión, dada su dimensión teocrática, es radicalmente venenosa para la organización democrática de la sociedad. La religión es enemiga de la libertad, de la masturbación y de la autodeterminación individual en cualquiera de sus manifetaciones.

Si el cristianismo tiene algo que aportar, que se lo guarde para sí mismo, que falta le hace, dada la bajada de moral que ha sufrido durante estos últimos años. Además, ¿por qué no echar mano de las aportaciones del ateísmo, del escepticismo o del situacionismo? Y ya puestos a dar ideas, ¿por qué no pensar en las estupendas contribuciones que el budismo puede aportar a una redefinición de las izquierdas, ommmm?

Todo lo que centrifuga la religión lo convierte en materia del más allá. Lo lleva en los pliegues metafísicos de su doctrina tan excelsa como falsable. Y no se piense que tengo especial inquina a la religión católica. Bueno, igual sí, pero quiero decir que todas las religiones son igual de demenciales en su afán totalitario y prosélito. La mejor religión es la que no existe. Lo mismo le pasa al cristianismo. En cuanto se puso en marcha, acabó corrompiéndose intrínsecamente.

Los cristianos, en lugar de tratar de roturar los caminos por los que debería deambular la izquierda, tendrían que preocuparse de lo que pasa en su casa, la cual parece estar habitada por personajes parecidos a los del cuento de “La casa de Usher”, de E. Allan Poe, los hermanos Roderick Usher y Lady Madeline, aquejados de un mal que bien podríamos calificar de gótico y metafísico. Como no es mi intención agriar el optimismo de los cristianos, omito indicar cómo termina el cuento del genio americano.

Sinceramente: a estas alturas, me da lo mismo qué tipo de confitura intelectual sea la religión cristiana. Me es indiferente que se diga que es ideología, teología, antropología, soteriologí o patafísica. Cuando les interesa, dicen que es hasta mensaje salvífico. Y, por supuesto, la doctrina más excelsa que haya existido.

Y, por supuesto, una vivencia. Claro que sí. Como lo es el ateísmo, el sexo oral y la espatulomancia. ¿Qué actividad de las que realiza el ser humano no puede vitolarse con la etiqueta de vivencia? Pero de esta evidencia de Pero Grullo no se deriva per se ninguna consecuencia positiva para la ciudadanía. No quiero ser impertinente, pero ¿cuántas de las vivencias cristianas de Rouco y sus hermanos no han terminado en una despiadada crítica contra quienes no piensan en cristiano? ¡Si hasta tratan de inhumanos a los ateos!

La dimensión sociopolítica no es inherente al cristianismo ni a ninguna religión. Son los cristianos quienes han decido convertir el mensaje del Nazareno en una especie de catecismo a lo Marta Harnecker.

¿El cristianismo como instancia crítica permanente de lo real? No me han estornudar, por favor. ¡Ojalá que lo fuera! Pero no lo es ni siquiera con quienes, siendo cristianos, las perpetran de metro y medio. Todas las doctrinas humanistas aplicadas a la realidad lo son. No entiendo por qué el cristianismo ha de ser superior en esa dimensión crítica de lo real que a lo escrito, pongo por caso, por Marx.

¿El laicismo progresista? Más que eso. Es higiénico y profiláctico. El laicismo no es milonga que canten sólo los ateos. El laicismo no es una doctrina, sino perspectiva mental en la que se sitúan tanto los creyentes como quienes practican el aerobic de cualquier postura frente al misterio: ateos, agnósticos, escépticos y creyentes, sean de izquierdas y derechas. Todos, menos los aquejados por un fundamentalismo integrista que todavía siguen suspirando en un modelo de Estado diseñado por un revival de Constantino.

El laicismo no es anti o arreligioso. Ni, por lo mismo, retrógrado o progresista. El laicismo es pura geometría espacial, y lo único a lo que aspira es a que la Iglesia ocupe el lugar que le corresponde por mandato divino y, por tanto, se haga mayor y capaz de quitarse y ponerse los pañales por cuenta propia sin necesidad de echar mano de la criada del Gobierno. La Iglesia de hoy da grima. Tacha al Gobierno actual de ser la encarnación coriácea del diablo, pero no tiene escrúpulo alguno para aceptar su limosna.

Desgraciadamente, ser católico sigue siendo tentación que superan cantidad de buenas personas, inteligentes y razonables, cayendo en ella. Lo digo porque el catolicismo, como doctrina y empuje vital, no ha traído nada bueno a este país. Sí, lo sé. Ha habido estupendos católicos en esta vida. Pero es sabido para qué están las excepciones: para poner a prueba la regla.

Puede parecerlo, pero no es así. No parto del a priori de que la izquierda tenga que ser atea aunque, para mi gusto y comprensión del hecho sociopolítico, ojalá lo fuera. Atea y, en los tiempos que corren, incluso anticlerical y, por supuesto, laicista, radical e intransigente.

Lo que no negaré es que, quien quiera mantener relaciones con la familia de Dios, Padre, Hijo, Espíritu Santo o la Virgen María lo siga haciendo. Eso sí,  en la parroquia o en su propia casa. Pero nunca en la esfera pública. Lo diga Habermas o su primo Ratzinger. Si lo hacen, la desvirtúan.

Desvirtúan la política, sea de izquierdas o de derechas, y desvirtúan la religión cristiana, la practique Aznar o Bono.

Sobre el autor del artículo: Victor Moreno

Libros del autor: Pamiela.com

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Soledad Gallego-Díaz. La UE debe citar a Dawkins

Soledad Gallego-Díaz. El País, 25/07/2010

Richard Dawkins
Los presidentes de la Unión Europea, de la Comisión y del país que ejerza la presidencia de turno en otoño se reunirán con los representantes de las principales logias masónicas de Europa. El anuncio fue hecho esta semana por la portavoz de la Comisión y ha dejado a más de uno perplejo.

Si las autoridades europeas deben oír a Iglesias y logias masónicas, ¿por qué no a un intelectual ateo?

La confusión no se produce tanto porque los dirigentes de la UE quieran hablar con los representantes masónicos (¿por qué no?), sino porque se trata de un contacto absolutamente formal y periódico. La cosa es que la UE se obligó, por el artículo 7 del Tratado de Lisboa, a mantener “un diálogo regular, abierto y transparente con las Iglesias y los grupos religiosos de los Estados miembros” y que compensó esta nueva relación, que nunca había existido de manera institucional, con Iglesias y religiones, añadiendo otro párrafo que decía: “Así como con las organizaciones filosóficas y no confesionales”.

Ahí es donde entran las logias masónicas, agrupadas junto con la Federación Humanista Europea (una ONG registrada en Bélgica en 1992, con el objetivo de promover “el secularismo y una visión humanista de los valores culturales, sociales y éticos de Europa”), las tradicionales Federaciones de Defensa de los Derechos Humanos o la Asociación Europea del Pensamiento Libre, que tiene por objetivo “difundir y propagar los principios del Siglo de las Luces”.

El presidente de la Federación Humanista, que reúne a ONG de 20 países distintos (entre ellas, la española Europa Laica), David Pollock, confesó en Euobserver.com que la convocatoria le parecía “un poco extraña”, porque “las grandes logias son seculares y defienden la separación de las Iglesias y los Estados, pero al mismo tiempo hablan de un Gran Arquitecto del Universo y otros galimatías”. Pollock no comprende bien cómo integrarlas bajo la rúbrica “grupos no-religiosos”.

Visto fríamente parece que si la UE está ahora obligada a escuchar la opinión de obispos católicos y protestantes, rabinos, imanes, dirigentes de la comunidad hindú, de los sijs o de la Conciencia Krishna (que son exactamente con quienes se reunió el pasado lunes), busque, por lo menos, a un exponente indiscutible del ateísmo. Por ejemplo, ¿por qué los tres presidentes de la UE no se reúnen, obligatoria y periódicamente, con Richard Dawkins, que, al fin y al cabo, es un intelectual reconocido y famoso por sus debates contra el dogma religioso? Muchos europeos nos sentiríamos, probablemente mejor representados por él que por las Grandes Logias, o, por lo menos, nos complaceríamos más escuchando sus intervenciones que las del Gran Maestre del Gran Oriente.

Juzguen, si no, una de las últimas intervenciones de Dawkins: “La fe revelada no es una tontería inofensiva, puede ser una tontería letalmente peligrosa. Peligrosa porque le da a la gente una confianza firme en su propia rectitud. Peligrosa porque les da el falso coraje de matarse a sí mismos, lo que automáticamente elimina las barreras normales para matar a otros. Peligrosa porque les inculca enemistad a otras personas etiquetadas únicamente por una diferencia en tradiciones heredadas. Y peligrosa porque todos hemos adquirido un extraño respeto que protege con exclusividad a la religión de la crítica normal. ¡Dejemos ya de ser tan condenadamente respetuosos!”.

Claro que lo mejor hubiera sido evitar directamente el artículo 7 del Tratado de Lisboa. La UE lleva manteniendo contactos con las Iglesias y religiones desde la época de Jacques Delors, que se confesaba católico, y que también se reunía, probablemente, con intelectuales agnósticos, masones y ateos, sin que nadie se quedara asombrado o confundido. El problema, como siempre, es el empeño de las Iglesias en convertir en ley lo que no debería ser más que una costumbre o práctica razonable.

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Víctor Moreno. Los católicos van a menos

Como grupo social y objeto de estudio, me interesan quienes consideran que lo que son en la vida, lo deben a una decisión libre de su voluntad. Me interesan, porque suelen constituir la gran masa de quienes forman parte de grupos fanáticos, sean de corte político como religioso. Pues raro será el individuo que, sabedor de que la libertad es una falacia, pertenezca a un club, sea de corte trascendental o inmanente. Quienes hacen valores absolutos de estos conceptos abstractos han terminado consumidos por ellos y, mucho peor, consumiendo la paciencia a quienes han pretendido someter a sus dictados.

En esta situación, lo más común es sostener, como señalaba Cioran, que a los escépticos no se les podrá atribuir ningún avance histórico. Cierto. Pero tampoco ninguna catástrofe, como las debidas a los genios militares y religiosos, que con sus obsesiones han amargado la existencia de los demás.

Es verdad que, en ocasiones, las creencias responden más a cuestiones de estómago que de intelecto, pero a ver quién es el guapo que incrimina a los demás por ser lo que han decidido ser, en plan individual o colectivo. Quien lo haga se verá contra la pared de una contrarréplica inapelable: «¿Acaso no soy libre de hacer y pensar lo que me dé la gana?». A lo que cabría responder: «No, pero no seré yo quien te saque de semejante ingenuidad».

Los creyentes se refugian una y otra vez en el subterfugio de que las supersticiones que ellos cultivan no deberían ser susceptibles de crítica por parte de quienes no creen en el más allá ni en el más acá regido por teocracias o principios transcendentales. «Si no creéis, ¿por qué os interesáis tanto por lo que hacemos en misa doce? De verdad: los ateos no deberíais preocuparos por las majaderías que perpetramos los católicos en cuanto nos dejan solos».

La verdad es que, si la sociedad hubiera dejado hacer a los católicos lo que ellos consideraban que es el Bien Supremo, el mal en este mundo habría aumentado en progresión geométrica. De hecho, cuando eso fue posible, no se conoció en la historia ningún grupo más funesto para la convivencia democrática como el de los católicos. La guerra civil hasta encontró en la religión el fundamento primero y último de su violencia. Más todavía. La violencia que se ejerció durante la postguerra en España sólo fue posible gracias a la permisividad de la jerarquía eclesiástica. Y, hoy mismo, el catolicismo, representado por la Conferencia Episcopal y a su pollera el PP, es, sin duda alguna, el enemigo número uno de la convivencia democrática y de cualquier legislación nacida de la soberanía popular. Ambas instancias se pasan al unísono fascista el Estado de Derecho sin que el Gobierno haga una mueca de desagrado.

Sé que se lo tomarán como un sarcasmo -la falta de humor de la religión es nota esencial de su carácter-, pero sugiero que los católicos deberían sentirse satisfechos porque los ateos se alarmen, no sólo ante las declaraciones de sus prebostes episcopales, sino, también, por los hechos que, en ocasiones protagonizan. Es un buen sistema higiénico por el que pueden mejorar sus modos de vivir la religión que dicen profesar. Sobre todo, cuando la Iglesia es incapaz de autoflagelarse el neuronal con la cantidad de delitos que últimamente han perpetrado algunos de sus más cualificados miembros.

Ni que decir tiene que para la Iglesia el ateísmo es mayor pecado que la pederastia. Infamia lógica entre los paladines de la ortodoxia, pues ni el papa Benedicto XVI es capaz de otorgar urbi et orbi a los ateos la condición de seres humanos. Aunque para desprecio, el de los obispos españoles. Para la obispada española el ateísmo es una enfermedad, la peor de todas, mucho peor que la homosexualidad, que ésta, al fin y al cabo, con una buena descarga de electrodos en los güevos del diverso se puede curar, cosa que el ateísmo es irreversible. No se cura ni con un exorcismo papal.

El catolicismo oficial desvaría cuando juzga que los ateos no son dignos de criticar, por ejemplo, el hecho de que el arzobispado de la diócesis de Pamplona haya erigido una escultura del Sagrado Corazón de Jesús en la explanada del Seminario. En realidad, los ateos en ningún momento ven mal que los católicos se paguen de su bolsillo sus erecciones monumentales, sean de bronce o de paja, al Corazón de Jesús o a la vesícula de san Pedro. Estamos más que acostumbrados a ver la infinita riqueza de supersticiones y cultivo de insólitos fetichismos protagonizados por la Iglesia a lo largo de su devenir oscurantista y carcamal.

Lo que está fuera de lugar, para un ateo y para un creyente con sentido común, es que el arzobispado asegure que «consagra Navarra al Sagrado Corazón de Jesús».

¿Navarra? ¿Qué Navarra?

La Iglesia sigue aferrada a una más que oxidada concepción nacionalcatólica de la vida y de la política. Imagina que la Navarra actual es la misma que se levantó en el 36 contra la II República, apoyando el golpe fascista, y que el entonces inquilino del obispado de Pamplona, Marcelino Olaechea, fue el primero en caracterizar como Cruzada, en un artículo publicado en el periódico golpista de Cordovilla.

El arzobispado no sólo hace gala de una inconsútil chulería, arrogándose la representatividad de una Navarra eterna y esencialista, dejando fuera la existencia de otros navarros, ateos, apóstatas, y agnósticos, como ya hizo en el pasado con los rojos, que ni eran humanos ni, por supuesto, navarros. A su manera, la aplicación de la limpieza de sangre, ejercida por la Inquisición y el nazismo, sigue tan fresca como una lechuga de Groenlandia.

Pero desengáñese el arzobispado. La Navarra que ha consagrado a la víscera sacra del Nazareno no existe. Es una entelequia. Es muy comprensible que la Iglesia tenga por únicos navarros verdaderos a los creyentes. Pero semejante actitud sólo demostraría una vez más su maniqueísmo y su visión sectaria de la existencia.

Lo curioso es que no perciba que, en la medida que distingue la ciudadanía en función de la fe que se profesa, se está quedando cada vez más sola. Ni sus propios fanáticos -de «fanum», los que asisten al mismo templo-, le ríen sus gracias como antaño. ¿Que exagero?

Hace cien años, en 1910, la prensa navarra contaba alborozada que 90.000 navarros se había congregado en Iruñea para protestar contra la llamada Ley del Candado, que el genio político de Canalejas proyectaba contra las congregaciones religiosas. En 2010, a la consagración de Navarra al Sagrado Corazón de Jesús asiste «una multitud de 4.000 personas».

Nadie podrá negar que los católicos van a menos.

Sobre el autor del artículo: Victor Moreno

Libros del autor: Pamiela.com

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Velo, monjas y moda

Público, 04/07/2010

Aún hay quien defiende el estatus inferior de la mujer al comparar el velo de las musulmanas con la toca de las monjas o al afirmar con frivolidad que la talla 34 es más asfixiante. Ignoran que la imposición del velo –por los estados, la tradición y siempre los hombres– va unida a normas que consideran a la mujer no sólo responsable de la falta del autocontrol sexual de no pocos varones, sino inmadura mentalmente, incapaz incluso de ser tutora de sus hijos, y necesitada de la custodia de un varón de por vida.
Judaísmo, cristianismo e islam coinciden en mantener el rol subordinado de la mujer a los intereses masculinos. Ella debe servir al hombre y a Dios, y él, con pantalones, ostentando el poder, será su dueño. Una existencia instrumental santificada, pues Dios la creó para que sirva de quietud a los hombres (El Corán, 30: 21), y el velo será la señal exterior de dicha subordinación (Biblia-Corintios 11:1-10).
Que ellas se cubran “voluntariamente” pasa por alto los complejos mecanismos de dominio y coerción (reflejados en el libro Mi marido me pega lo normal), que al combinarse con la venia divina, consiguen convertirlas en defensoras de este apartheid sexual. Si el velo dignifica, como afirman, ¿por qué sobre la cabeza de un hombre representa una terrible humillación?
El hábito de las monjas es la prenda que llevan grupos de religiosas profesionales, como uniforme de una peculiar tropa “espiritual” del imperio religioso dirigido por el Papa, mostrando, de paso, los votos de sumisión y pobreza de ellas tras su libre ingreso en una orden. Es un fraude equiparar tal estética con la de millones de musulmanas no militantes forzadas a defender y exhibir su estatus de seres inferiores.
La denuncia de la tiranía de la moda no debe implicar el apoyo a los símbolos de la discriminación. Ninguna mujer es azotada, encarcelada y vejada por no seguir la moda. Además, las musulmanas son de las principales consumidoras de los patrones de la estética del capitalismo globalizado.
Su belleza, junto con su decencia avalada por el pañuelo, serán sus haberes en un mercado con “marido” como único producto a canjear.
Cuando los varones representan al patrón normativo, la segregación de la mujer es socializada e incluso frivolizada por gente indocta.

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Religión y homosexualidad: la cámara de las reflexiones

nuevatribuna.es, 27/06/2010


En 1954, el matemático británico Alan Turing, nominado al título de padre de los ordenadores, se suicidó tras ser condenado bajo la acusación criminal de “comportamiento homosexual en privado”…
Le ofrecieron una pena de dos años de prisión (podemos imaginar cómo sería recibido un hombre culto, refinado y homosexual en esas cloacas humanas) o someterse a un tratamiento de inyecciones hormonales que hincharía sus pechos y lo castraría químicamente… con el objeto de su “curación”.
Turing fue el cerebro que descifró el código alemán Enigma. Gracias a su prodigiosa inteligencia, los aliados conocieron los planes nazis durante encarnizados periodos de guerra mundial.
Tal vez deberíamos estar más agradecidos a su mente que al coraje de Churchill, Ike Eisenhower o Roosevelt. Concluida la contienda mundial, cuando el papel de Turing dejó de constituir alto secreto, debería haber sido ensalzado como salvador del mundo y convertido en caballero del Imperio británico.
Sin embargo, los “defensores de la fe verdadera”, los “Ratzingers”, “Roucos” y “Martínez Caminos” de Gran Bretaña juzgaron que era un “hombre de conducta desordenada contraria al orden moral”, y que debía pagar por su “crimen cometido en privado”… como siempre, los moralizadores se preocupan ávidamente por lo que otras personas hacen (o piensan) en privado. Y tienen que “curarlos”.
Y en nuestros días siguen abundando estos talibanes, como Fred Phelps, pastor de la iglesia bautista de Wesboro e individuo obsesionado con la homosexualidad. Cuando falleció la viuda de Luther King organizó una manifestación en su funeral con pancartas que proclamaban: “Dios odia a los maricones y a quienes los ayudan”.
Con un altavoz perturbó aquellas exequias lanzando gritos del tipo de: “Dios odia a Coretta King y ahora está atormentándola con fuego y azufre en algún lugar donde el escorpión nunca muere y el fuego jamás se apaga, y donde el humo de su tormento ascenderá para siempre jamás”.
Según su propia web, el pastor Phelps ha organizado más de veinte mil actos antihomosexuales desde 1991 en los que se exhibían carteles con el lema “Demos gracias a Dios por el SIDA”. En la misma web pueden consultarse contadores que van computando el número de días de tormento en el infierno que sufren conocidos homosexuales muertos.
El odio de la religión hacia la homosexualidad es pródigo en ejemplos. En el Afganistán de los talibanes, el castigo oficial para la homosexualidad es la ejecución, mediante el eficaz método de enterrar vivo al reo bajo un muro de piedra.
Recientemente, Gary Potter, presidente de Católicos para la Acción Política Cristiana ha manifestado: “Cuando la mayoría cristiana tome el control de EEUU, no habrá más distribución libre de la pornografía, no se hablará de los derechos de los homosexuales. Cuando la mayoría cristiana tome el control, el pluralismo será percibido como algo malvado e inmoral y el Estado no permitirá el derecho de practicar la maldad”.
Para toda esta caterva de fanáticos, “malo” no significa que algo acarree consecuencias perniciosas. De hecho, las conductas privadas no suelen trascender. Pero consideran “malo” aquello que no concuerda con sus pensamientos “cristianos”.
Y los casos aludidos no constituyen ejemplos aislados. Se extienden por miles en EEUU. En Europa, y concretamente, en España durante un tiempo aparentaron sentir algo de vergüenza (dudo que alguna vez la tuvieran), pero ahora luchan por resurgir.
Sí, buscan estigmatizar a quienes no se someten a sus dogmas supersticiosos. Para ello cuentan con el apoyo de no pocos políticos, la mayoría de la derecha.
Pero a quienes apostamos por la libertad, los derechos humanos, la concordia y la democracia (la laicidad, en suma) nos corresponde desenmascarar el peligro que supone la religión cuando invade los espacios públicos e intenta entrometerse en las conductas libres de los ciudadanos.

Gustavo Vidal Manzanares – Jurista del cuerpo Superior de Técnicos de la Administración. Últimamente ha publicado los siguientes libros: Masones que cambiaron la historia (EDAF) y Pablo Iglesias. La vida y la obra del fundador del PSOE y UGT (Ed. Nowtilus). Es maestro masón y colabora en diferentes medios

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José Antonio Martín Pallín. 1936: aberraciones jurídicas

El País, 23/06/2010

Constitucion de 1978Los militares sublevados que desataron nuestra Guerra Civil comenzaron a construir su entramado “jurídico” a golpe de bandos de guerra. En el de 24 de julio de 1936, dictado por el general Queipo de Llano, se ordena pasar por las armas, sin juicio previo, a todos los dirigentes y simpatizantes del Gobierno de la República. El de 28 de julio de 1936 suaviza la brutalidad de su predecesor y, junto con otras disposiciones posteriores, abre paso a juicios sumarísimos sin garantías, que terminan, en la mayoría de los casos, con penas de muerte.

Algunos fragmentos de la “jurisprudencia” emanada de estos consejos de guerra puede ilustrar sobre las consecuencias, demoledoras e insoportables para el mundo del derecho, de la política represiva y exterminadora que se aplicó durante la Guerra Civil y la posguerra. Bastan unos pocos casos para ilustrar sobre las dimensiones de las aberraciones jurídicas cometidas.

Uno: “Se trata de una mujer de mala conducta, de ideas comunistas que se incautó víveres y ropas de una iglesia para confeccionar ropas a un hijo suyo” (sentencia del 11 de marzo de 1941).

Otro en León, el 5 de noviembre de 1936, contra el gobernador civil y otras personas relacionadas con el Gobierno de la República. Al catedrático de instituto Manuel Santamaría Andrés se le imputa “haber sido presidente del Partido de Izquierda Republicana, destacado elemento del mismo, frecuentando el Gobierno Civil en el que estuvo hasta momentos antes de ser atacado por la fuerza el día 20 de julio, constando en su descargo que por discrepancias con la orientación del Frente Popular, al surgir el movimiento salvador, estaba separado del cargo que desempeñaba en el partido de Izquierda Republicana”. Con estas acusaciones, muchos de ustedes habrán pensado que fue suspendido de empleo y sueldo y apartado de la cátedra. Están equivocados, fue condenado por traición a la patria y pasado por las armas a las 48 horas.

Nos enfrentamos a una cuestión que no es exclusivamente jurídica, sino de dignidad democrática. Un sistema democrático que se inspira en los valores superiores de la justicia, la libertad, la igualdad y el pluralismo político, no puede digerir sin traumas y complicaciones colaterales toda la brutalidad que se puso en marcha el 18 de julio de 1936 con el único objetivo de aniquilar a la mayoría de la población española que trataba de impulsar los valores impecablemente democráticos y republicanos que proclamaba la Constitución de 1931.

Si, como dicen algunos, el problema de España en la segunda mitad del 1936 era el orden público, es un hecho cierto que el presidente de las Cortes republicanas, Diego Martínez Barrio, propuso al general Mola, el mismo día 18 de julio, el Ministerio de Gobernación para que restaurase la normalidad alterada por la sublevación de los militares en África del Norte y en alguna parte de la Península. Su respuesta negativa evidenció el propósito de los rebeldes. Se trataba de instaurar un régimen totalitario inspirado en la Alemania nazi y la Italia fascista que dejase sin efecto las libertades y derechos ciudadanos, sustituyéndolos por la voluntad incuestionable de un Jefe, llámese Fürher, Duce o Caudillo, aun a costa de eliminar física y moralmente a más de la mitad de los españoles.

Para conseguir estos obsesivos y crueles objetivos no dudaron en diseñar políticas que, como confesó el general Franco a un periodista inglés, pudiesen llevar al exterminio de todos los que profesasen ideas democráticas o permaneciesen fieles a la legalidad republicana, hoy día prolongada por la Constitución de 1978. No hace falta un profundo conocimiento de las normas jurídicas para concluir, con arreglo a la legalidad entonces vigente, que los militares alzados contra el Gobierno salido de las urnas cometieron un delito contra la forma de Gobierno y de rebelión militar.

Pero lo más asombroso para cualquier jurista nace de la subversión de la lógica y racionalidad del Derecho al considerar a los que permanecen fieles al Gobierno legítimo de la República como reos de rebelión militar, si pertenecían al Ejército y como auxiliadores de la rebelión si eran civiles.

Llegaron a subvertir el orden jurídico y el lenguaje hasta el extremo de considerar a la España oficial legitimada por las urnas como rebeldes y, por tanto, reos de crímenes de traición a la patria. Las cifras de ejecuciones en consejos de guerra sumarísimos no podrán ser borradas de la historia porque dejaron rastros y documentos elocuentes, como los que hemos citado antes.

La dignidad democrática exige que los mecanismos legales y judiciales dejen claro que la actitud de una parte importante del Ejército en el mes de julio de 1936 constituyó un delito de rebelión militar. Lo que hizo el juez Garzón, con su decisión de 16 de octubre de 2008, trataba de restaurar la pura racionalidad de la ley al considerar al general Franco y a sus más directos colaboradores como culpables de un delito contra la forma de Gobierno y de rebelión militar. Todos sabemos que estaban en su mayoría muertos, pero no existe ningún obstáculo legal para romper la subversión insoportable de la racionalidad jurídica y colocar a cada uno en su sitio. A los rebeldes como tales y las víctimas como leales ciudadanos que permanecieron fieles a los valores democráticos que encarnaba la legalidad republicana y que pagaron con su vida, con sus bienes y con un cruel destino su defensa de las libertades que ahora todos disfrutamos.

La resolución judicial del Juez de Instrucción Central número 5 responde a los más estrictos cánones asumidos por la comunidad internacional. La vida, la dignidad, la libertad y la justicia constituyen los pilares sobre los que se construye una sociedad civilizada y un Estado de derecho. El poder judicial no puede ignorar estos valores y principios que, además, les vienen impuestos por los tratados internacionales asumidos por España e integrados en la Constitución de 1978.

La esponja del olvido no puede borrar la esencia de la democracia. Cualquier intento de ensamblar la dictadura con la democracia carece de sustento jurídico, político y ético. El pasado debe ser expulsado del marco de la democracia a través de la declaración de nulidad de las sentencias infamantes que repugnan a la conciencia de los seres civilizados.

Lo hizo Alemania en 1998 y en 2002, es decir, 47 años después de la derrota del régimen nazi, y lo ha vuelto a hacer en 2009. La ley alemana no puede ser más sencilla y coherente. Se dispone la nulidad ipso iure de todas las sentencias y condenas dictadas por la Administración de la justicia penal a partir del 30 de enero de 1933, en contra de los más elementales principios de justicia y que tenían por objeto la consolidación del régimen nacional socialista, al tiempo que estaban basadas en discriminación por motivos políticos, militares, raciales, religiosos o ideológicos.

¿Puede España permanecer ajena a estas exigencias?

José Antonio Martín Pallín

(Magistrado, comisionado de la Comisión Internacional de Juristas)

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