Miguel Sánchez-Ostiz. La Chula Potra al juzgado

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mE temo que vamos a oír hablar mucho de La Bofetada, la canción de rap de Julieta Itoiz, La chula potra. La canción y el vídeo llevaban más de cuatro meses en la red (Youtube) y en la calle, en la calle, su sitio, su mejor escenario, pero ha sido ahora cuando la alcaldesa de Pamplona, en vísperas de las elecciones, se ha querellado contra la rapera.

O bien la alcaldesa de Pamplona ha descubierto de pronto que tiene honor que proteger o ha concluido que el ruido mediático y judicial que se puede organizar en torno a su dichoso honor le viene bien para su campaña electoral. Sus trapacerías y alcaldadas no cuentan.

En La Bofetada, La chula potra expresa mucho, no todo, de lo que es un sentir popular y que de otra manera no hubiese podido expresarse, después de años de prohibiciones, arbitrariedades, alcaldadas y más alcaldadas. Un sentir que apenas tiene cabida en las páginas de opinión, que a ella le importan un carajo,ni en las famosas “plataformas de diálogo”, que consiste en que uno hable y ordene y mande, para que otro calle y obedezca. De lo contrario, el diálogo lo emprende su policía. Ese es el rostro que ha ofrecido en los últimos años.

Puede o no gustarte la canción, su forma y su tono, pero el fondo del asunto es otro: cuál es, en vísperas de la elecciones, el suma y sigue de prohibiciones, alcaldadas y frustraciones populares que ha generado la gestión de la alcaldesa en un amplio sector de la población. Entiendo las voces críticas que han surgido ante el texto de la canción, pero entiendo también de qué crispación social, de qué barrios, de qué movimientos sociales sale la indignación (¿no estábamos con qué había que indignarse?: es la moda, hasta los banqueros lo hacen) que alienta esa canción. Esa canción no ha surgido porque sí, sino como un precisa respuesta popular a una actuación política, a una manera de hacer política y de entender una ciudad.

Hay que poner esa canción en su contexto de música rap, que tiene sus reglas. No es La chula potra la primera rapera o rapero que es llevado a los tribunales. Las letras son de todo menos anodinas. ¿Faltonas? Sí, hoy casi todo lo es, hasta la elegancia de los poderosos, sobre todo ésta, por no hablar del peculiar rap que a menudo nos cantan sus uniformados. No pueden pretender hacer lo que les dé la gana, por muchos votos que les apoyen, y mantener en el silencio a una parte de la población cuya presencia y voz afea, por lo visto, el conjunto de esa casa de muñecas suiza en que quieren convertir Pamplona. Y lo que vale para Pamplona, vale también para otras ciudades de nuestro entorno, para una época sobre todo.

Poco se puede añadir al brillante artículo que publicó Javier Eder el viernes pasado, citando al copero mayor del Reyno, Vargas Llosa, pareja de baile de la alcaldesa querellante. Las cosas salen por donde salen, el ingenio popular irreverente se expresa por donde puede y le dejan, por las gateras. Esa es una historia vieja, antigua, tan medieval como el trile (ese que nos practican ellos desde sus cargos millonarios): verbo popular, irreverente, reivindicativo, que se expresa en la calle y no suele salir de ella; sólo que esta vez ha salido a esa otra calle mayor que es la red.

No corren buenos tiempos para la irreverencia. En esta época, el autor de las coplas de escarnio y maldecir castellanas del siglo XVI habría acabado en el cadalso. Y esas coplas corrieron los mercados, las calles y las tabernas, y por eso precisamente se han conservado. Decían lo que no se podía decir en público. Eran libelos, panfletos subversivos contra los estamentos, burlas de quienes se tenían que conformar con sus coplas, pues toda otra rebelión les estaba proscrita.

Los artículos políticos que se publicaban a finales de los años diez del siglo pasado en la revista España, con la caricaturas de Bagaría como portada, habrían dado hoy con sus autores en la cárcel. Aquellas caricaturas en primera plana valían por el mejor de los editoriales. El rap de La chula potra lo mismo: resume y evita la repetición de muchas páginas de matraca sobre los mismos asuntos de los que trata la canción. ¿Resultan excesivos algunos epítetos de la canción? Es posible, pero en esa canción, más que ánimo de injuriar, hay ánimo iocandi, festivo, deslenguado, de feria y fiesta popular, esas que le descomponen a la alcaldesa.

Resulta chusco comprobar cómo a una sociedad más libre le suceden peculiares recortes en la libertad de expresión enmascarados en un reacomodar ésta a un orden y un canon que quedan al arbitrio del que más poder tiene y que establece lo que puede decirse y lo que no. Una canción rap, dentro de un movimiento cultural muy preciso, no es la página de opinión de El País ni un escrito dirigido al interesado con ánimo de injuria. No voy a cometer la zafiedad de decir que La Bofetada de La chula potra es “literatura”, como diría Esperanza Aguirre y la alcaldesa con ella si el rap hubiese ido dirigido a alguno de sus opositores políticos, pero sería bueno que esto sirviera para reflexionar sobre la doble moral y el doble rasero, la doblez del discurso, lo que sirve para mí y los míos (no olvidemos que esto es una trinchera) no vale para ti y los tuyos… Esa canción tiene mucho de ficción en la forma aunque el fondo sean lo que opinan y dicen muchos, entre iguales, entre conjurados. Lo ha explicado de manera sencilla y veraz su autora. El poeta ese fingidor que dice verdades.

¿No ha de haber un espíritu valiente?

¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?

¿Nunca se ha de decir lo que se siente?

Quevedo. No, hoy se impone la reverencia, el llamado buen gusto, la cortesía mendaz, el falso respeto, la ruleta amañada, las reglas del juego al arbitrio de uno de los contendientes, el costumbrismo siempre reaccionario, la erudición ful, los raros y los raritos, lo filmable y apoyable por la Film Comission de turno, los patronatos de capones, los museos en manos de mafiosos, lo convencional, la jerarquía, la categoría, el callar los atropellos a los que no se les pueda sacar ventaja y te comprometen, lo comercial y rutinario, el arte domesticado, objeto de adorno, relegado a bufonada si es extravagante, hecho contraseña de clase y casta, económica, académica, si tiene verdadero valor comercial.

Por un rincón de la escena, aparece Gabriel Celaya diciendo: “Maldigo la poesía concebida como un lujo, cultural por los neutrales…”. Menuda desmemoria la nuestra. Es de campeonato.

Miguel Sánchez-Ostiz

Información del autor y libros en Pamiela.com

http://vivirdebuenagana.blogspot.com/

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Jesús María Velasco Iriarte. La imparable invasión del Opus

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ANTE la noticia aparecida en este diario el mes de marzo que decía en letras grandes: “Navarra contará con un campus público de formación profesional para 2013/2014”. Era el gran titular y en segundo lugar en letra pequeña: “la Universidad de Navarra ampliará sus instalaciones con la adquisición de los actuales locales del centro de formación profesional Donapea”. Me invaden ciertas dudas sobre lo que es más importante para UPN, es decir, para el señor Sanz, si es la ampliación de la FP o que este instituto desaparezca del campus de Universidad de Navarra.

La historia del instituto de FP arranca de los años 70. En dicha época me encontraba en Madrid, acompañado por M.J. Urmeneta haciendo una gestión para el Ayuntamiento de Iruña y nos enteramos, en el Ministerio, de que quedaban dos días de plazo para presentar una parcela para construir un instituto de FP. Urmeneta, que era por entonces director de la Caja de Ahorros Municipal, hizo una gestión telefónica y para el segundo día pudimos presentar en el Ministerio la parcela de Donapea, escriturada a nombre del Ayuntamiento y el instituto de FP fue concedido por el Ministerio.

Y ahí en Donapea se levantó el instituto, pero también se levantó la alerta del Opus al salirle cerca de su campus una lechuga pública de enseñanza y comenzó su actuación. Quedaba en la vertiente del lado del campus de la UN., una parcela particular que el Ayuntamiento intentó comprar para ampliar el centro de FP, pero nos fue imposible conseguirla, los tentáculos del Opus la agarraron y la adquirieron. Sigue la actuación del Opus sobre la antigua fábrica de Chalmeta (situada en lo que ahora es su campus), esta fábrica estaba construida en terreno municipal, con su clausura los terrenos debían revertir al Ayuntamiento, pero revirtió a manos del Opus.

Existía por entonces un camino que iba de la Venta de Andrés a la carretera que va a Cizur Menor y al politécnico y que pasaba por delante del colegio mayor femenino del Opus y que los alumnos/as del instituto usaban para ir y venir de clase. El camino salvaba el río con un pequeño puente. Un mal día este puente apareció inutilizado por una verja de hierro y los alumnos tuvieron que ir al otro puente más lejano, parecía que les molestaba que alumnos de un instituto público pasaran por la puerta de su colegio mayor.

Al final de la noticia, aparecida en prensa, dice que la adquisición del instituto de FP por el Opus será a precio de mercado. Y digo yo, preguntando al señor Sanz y a la señora Barcina, ¿por ser para el Opus no será a precio de novena? Como fueron todas las parcelas que hoy ocupa el campus de la universidad y además así el Opus se quita esa verruga que le salió muy cerca de su campus y puede decir Donapea Totus Opus.

Preparando esta historia, aparece el 8 de abril el escrito de 57 profesores del instituto Donapea. Les felicito por ello y sin conocernos ni habernos relacionado, coincidimos en nuestras sospechas. Ratifico toda su carta y confirmo que ustedes también creen que siempre han sido y estado en un sitio que no les correspondía y que ustedes también sospechan aún más cuando el Gobierno dice “no haber ningún interés oculto a favor de la Universidad del Opus”.

Señores profesores, al final como nos ocurrió a nosotros, Ayuntamiento, la pataleta, pero que se transforma ahora en esta protesta escrita y que a ustedes, como yo, lo expresan, les quedarán al final sus alumnos, entre los cuales se encuentra mi nieto.

Jesús María Velasco Iriarte

Exalcalde de Iruña

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Víctor Moreno. La última primavera de la II República

diario_de_navarra_1936Desde marzo de 1936, después de las elecciones de febrero, ganadas por el Frente Popular, existía ya una conspiración militar contra la II República. Eso lo sabe todo el mundo, especialmente quienes defienden actualmente dicha conspiración. Lo que, quizás, no se sepa, dado el insularismo informativo en que se vive a pesar de internet, es que, de entre quienes más se esforzaron en que dicha rebelión tuviera éxito figura el que fuera director de Diario de Navarra, el periodista madrileño Raimundo García García, alias Garcilaso o Ameztia, entre otros seudónimos.

La postura del Diario fue en todo momento enemiga de una solución pacífica a la crisis política que por estos momentos se vivía en España. Crisis política, que no social. Porque es mentira que las descripciones catastrofistas, de las que hacía gala el periódico de la calle Zapatería, se pudieran extrapolar a todas las ciudades y provincias españolas, empezando por Navarra. Aquí, como se ha demostrado por activa y pasiva refleja, es mentira que los meses anteriores al Alzamiento, la provinci navarra  viviese días de sangre y de enfrentamientos callejeros. En la táctica de inventarse una situación social caótica, para justificar un golpe de estado, el Diario seguía miméticamente la senda de los grandes fascistas de la época: Hitler y Mussolini.

Para comprobar la catadura de Diario de Navarra y, más en concreto, de su director Garcilaso, bastará un ejemplo.

En la primavera de 1936, durante el mes de mayo se produjo un nuevo intento por salvar la República con un viraje hacia el centro. Por iniciativa de Besteiro, Maura, Sánchez Albornoz y Jiménez Fernández se promovió una operación en torno a la idea de un gobierno parlamentario de centro apoyado por Azaña, Prieto y también Luis Lucía, cabeza de la democracia cristiana de la CEDA. Es decir, un gobierno que, en modo alguno, representaba ni a los comunistas, ni a los soviets, ni a los anarquistas, ni nada que se le pareciera. Era un gobierno de centro, de talante autoritario, incluso.

La postura del Diario ante ella fue de abierta confrontación. El Diario no hizo absolutamente nada por evitar la guerra civil. Nada. Todo lo contrario. Se esforzó en convencer a sus lectores de que la única salida a la República era matarse entre sí. El Diario deseaba más el golpe incívico militar que el propio Franco.

La noticia de aquella operación política la comentaría Ameztia en sus Divagaciones del 8 de mayo. Y lo haría siguiendo su habitual retórica de satanizar a sus oponentes mediante la ironía y el sarcasmo más crueles.

Ya antes, el 3 de mayo, Ameztia negaba cualquier mérito a Azaña que lo avalara como dictador (DN. 3-V-1936). Hemos dicho bien: como dictador. Porque para el Diario y el conservadurismo más reaccionario, a quien representaba el periódico, la dictadura era la única opción en la que creían. Cualquier otra posibilidad, sería dejar el campo libre al “marxismo de tipo soviético”. Azaña, según decía Ameztia, era “un tímido amedrentado, con arranques de mal talante a veces” (DN.3-V-1936).

Lo que opinaba Azaña de Garcilaso, con quien mantuvo una entrevista, puede leerse en sus Memorias. El retrato que Azaña hace de “García” es, en su brevedad, antológico. En tres líneas refleja que la honradez no parecía ser la virtud que mejor cultivara Garcilaso. Dice Azaña de éste: “Insiste mucho en que en Navarra no puede haber guerra civil. Ignora si hay armas, aunque cree que no; pero bien pudiera haberlas sin que lo supiese. Pero está seguro de que no hay una organización, pues si la hubiera no podría serle desconocida. Y empeña en ello su palabra de honor”. (M. Azaña, Memorias políticas y de guerra, Barcelona, tomo I, págs. 131-132).

El 8 de mayo Ameztia  en clave sarcástica diría: “¡Qué diantre! ¡Ni Prieto, ni Besteiro quieren violencias revolucionarias…! Nada de rebeldías, y abajo los energúmenos frenéticos… Eso” (se refiere a la operación política) “suponen ellos, sentará muy bien en la burguesía; y si sienta mal en los energúmenos que se aguanten”. Luego añadirá: “En este tejemaneje están políticos de todos los grupos. Sigamos practicando la pequeña política: política de ardillas y ratones” (DN.8-V-1936).

Garcilaso no creía en el diálogo, ni en el parlamentarismo, a pesar de ser diputado. Para él, la política basada en el diálogo era “una política de modos viejos, ruinucos y tontos”.

Según su opinión autoritaria y militarista, todo eso era inútil ante la realidad social en la que, según su visión maniquea, las masas del Mal eran las dueñas de la calle. La operación de centrar la República, diría Ameztia, no cuenta con un proyecto ni con un jefe. Azaña y Prieto eran además unos monigotes, que manejaba como quería el ala radical del PSOE. (DN.4-VI-1936).

El 28 de junio Ameztia escribirá su último artículo en la sección Divagaciones. En él, además de disparar contra el gobierno republicano, terminará gritando: “¡Alerta! ¡Muy Alerta!”, (DN. 26 y 28 de junio).

Ya el 7 de mayo había dicho: “hay que estar muy prevenidos, muy alerta y muy preparados para cuando llegue el momento de una sola y formidable provocación”.

El 14 de julio con gran alarde tipográfico y a toda plana Diario de Navarra recogerá la noticia del asesinato en Madrid de Calvo Sotelo.

Ameztia hablará entonces de “la pluma que quisiera ser espada”; y acusará de su muerte al “tártaro de chata faz y ojos oblicuos, aborto de infierno”, es decir, “a las fuerzas secretas de la revolución” (DN. 14-VII-1936).

Cuatro días después estallaría la sublevación. Mola, que estaba en Pamplona, y Garcilaso se habían salido con la suya: sublevarse contra un gobierno legítima y legalmente constituido.

Lo demás es apestosa justificación ideológica.

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Juan Kruz Lakasta. Yo no soy de aquí

La entibadora

Ni_ez_naizNi ez naiz hemengoa. Yo no soy de aquí. Así se titula uno de los libros más conocidos de Joseba Sarrionandia. Me viene a la mente al enterarme de un pequeño acto de censura perpetrado aquí, en Pamplona. El instituto Biurdana lleva 12 años realizando una lectura pública con motivo del día del libro. Todos los años, eligen un autor euskaldun y personas conocidas leen su obra ante el alumnado. Todos los años, el Ayuntamiento de Pamplona colabora organizando una charla con o sobre el escritor. Este año, el instituto ha elegido a Joseba Sarrionandia. Y, este año, el Ayuntamiento ha decidido suspender la colaboración. Sarrionandia fue encarcelado en 1980 por ser miembro de ETA. Escapó de la prisión de Martutene el día de San Fermín de 1985. Desde entonces vive -como puede- y escribe -estupendamente- en la clandestinidad. “Es un escritor admirable”. Lo piensa todo el mundo que lo ha leído y lo dice, entre otros, Jon Juaristi, en una entrevista publicada en 2007 por la web literaria Volgako Batelariak, en la que añade que lo tiene en “gran estima”. Juaristi no es, precisamente, sospechoso de veleidades filoetarras. O sí, dependiendo de dónde se ponga la muga temporal, ya que el actual director de Universidades del Gobierno de Esperanza Aguirre militó en ETA a finales de la década de los 60. Pondré otro ejemplo: Patxi López citó a Sarrionandia al tomar posesión del cargo de lehendakari, apoyado por el PP. López no es, precisamente, sospechoso de pertenecer al entorno proetarra. O sí, habida cuenta de que algún alto cargo de su Gobierno fue miembro de ETA PM hasta su disolución en 1982. Para entonces Sarrionandia llevaba dos años preso. Lo enfocaré de otra manera: en 2002 le concedieron el premio Nacional de la Crítica correspondiente a narrativa en euskera y sus libros son material de lectura en los programas de enseñanzas medias. Goza, pues, del reconocimiento institucional. O no, pues en 2004 una institución anuló una exposición sobre el proceso creativo de los libros por contar con un texto de Sarrionandia. Tremenda casualidad: esa institución era el propio Ayuntamiento de Pamplona, entonces como ahora, en manos de UPN. La exposición de la editorial Pamiela había pasado previamente por 17 localidades -como Salamanca, Alfaro o Bilbao- sin problema alguno. Pamplona, reserva espiritual del Occidente más rancio. Sarrionandia escribió su delicioso libro que mencionaba al principio estando preso, para gritar a los cuatro vientos que él no pertenecía al mundo gris y cerrado de la cárcel. Yo no quiero pertenecer a esta Pamplona gris y cerrada, cuyos gobernantes ejercen la censura política sobre el mundo de la cultura. Ni ez naiz hemengoa.

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Víctor Moreno. Para el día del libro con carácter retroactivo

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Suele decirse que la mejor manera de celebrar el día del libro es pasar dicha fecha leyendo. Pero, en realidad, mucho mejor que todo eso sería no leer ni una coma, y no, porque lo que se publica deje mucho que desear, sino por razón de cierta higiene mental, que paso a precisar.

Llevar toda la vida haciendo algo sin pensar en si hemos elegido bien dicha actividad, no sólo nociva para la propia salud, sino, incluso, la menos apropiada al carácter personal, sería terrible. En especial, si dicho hábito o afición lo hemos convertido ya en un modo de ser.

Hablar de la lectura como un modo de ser significaría que los libros nos han tallado no sólo el cerebro, sino el carácter y la misma mirada hacia las cosas y las personas.

De hecho, cuando alguien dice que la lectura se ha transformado en su vida en un modo de ser habría que echarse a temblar. El mismo estupor experimentaría ante el sobrado escritor que afirma que si no escribiera, se moriría. Siempre que escucho esta expresión, a la que vive pegada la escritora Rosa Montero, recuerdo la idea, aquí parafraseada, de T. Bernhard: Lástima que dicha correlación no se corresponda con el principio de causalidad que invoca, porque, caso de que así fuera, la sociedad literaria se habría de ver libre de unos cuantos lenguaraces.

A mí me daría cierto repelús descubrir en este día que todo lo que soy y lo que no soy pudiera ser fruto conductista de las lecturas que me he chutado a lo largo de la vida. Me acongojaría un montón saber que las ideas que tengo son exclusivo producto de mi relación con los libros.

Aconsejaría, por tanto, más que dedicarnos a leer, considerásemos qué es lo que ha hecho la lectura de nosotros.

Que pensáramos, sobre todo, en lo que perdemos y en lo que ganamos invirtiendo nuestro ocio en la lectura, en lugar de hacer otro tipo de actividades.

Que analizásemos, siempre subjetivamente y sin ayuda de un libro, en qué se nos nota que somos lectores y en qué no.

Que evaluásemos si las decisiones que tomamos están determinadas por una página leída o, precisamente, por no haberla leído. Es curioso, y a la vez tranquilizador, que nunca se diga cuando alguien comete un crimen que el asesino lo perpetró después de leer un libro de Marías o de De Prada.

Los libros no son las cosas, ni las personas. Son un sucedáneo de lo que deseamos y no logramos. De ahí que resulte sospechosa esta tendencia tan habitual a desear más el simulacro que la realidad. Los libros, en lugar de conducirnos a los otros, nos llevan a otros libros, es decir, a atrincherarnos más en la propia intimidad.

Porque los libros nos ensimisman. Y a los escritores, ni te cuento. Sí, claro, lo digo por experiencia.

Más todavía: cuanto más se lee, menos comprensivas se vuelven las personas hacia la ignorancia de quienes no conocen una página siquiera de Mortadelo y Filemón.

La lectura no nos hace más libres, sino más esclavos de la necesidad de leer. Y en el ámbito de la necesidad, la libertad es un camelo. Así que, ¿cómo hablar de la lectura como espacio de libertad cuando la hemos convertido en una necesaria droga, sin la cual, decimos, no nos es posible vivir?

Desde luego, algo huele a podrido en esta forma de argumentar.

Sobre el autor del artículo: Victor Moreno

Blog de Victor Moreno

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Tomás urzainqui. Un congreso negacionista sobre la conquista de Navarra (1512-2012)

UrzainquiPOCO de congresual. Estos últimos días hemos asistido a un llamado congreso internacional -organizado por el Ejecutivo foral- con poco de congresual y mucho de conferencias impartidas por ponentes afines a muy determinada tendencia. El título camuflador ha sido “1512, conquista e incorporación de Navarra a la monarquía de España. Proceso de integración en Europa”.

A lo que fue anunciado como congreso le han faltado las intervenciones necesarias para tratar el tema, no de forma parcial y unilateral sino plural y omnicomprensiva de las diferentes corrientes historiográficas, al no dar cabida a la mayoría de las plurales tesis sostenidas en la actualidad sobre la conquista, ya que aparte de las ponencias e intervenciones encargadas, no se ha dado oportunidad a la presentación de ponencias y comunicaciones libres, como es preceptivo en cualquier congreso digno de ese nombre.

El calificativo de internacional ha quedado muy desfigurado. De los cuatro participantes con ese origen no han asistido presencialmente la mitad, los de Nápoles y Pau, a pesar de estar anunciada su asistencia en los programas. Los demás profesores de fuera pertenecen a diferentes reinos y virreinatos de la Corona española en la Edad Moderna, incluido el de Méjico.

Nada democrático. Una Administración democrática no puede hacer lo que ni tan siquiera se atrevería una entidad privada, organizar un congreso en el que se excluyera a la mayor parte de los especialistas de la comunidad científica del territorio, actuando desde una concepción autoritaria y monopolista del poder, al servicio claro está de su subordinador negacionismo historiográfico.

Escaso tratamiento científico. Se ha enfocado el tratamiento del tema sobre todo desde la perspectiva de la monarquía española y su Corona de reinos y virreinatos de forma que ha ocupado más de la mitad del tiempo. La parte final del título del Congreso “Proceso de integración en Europa” en absoluto se ha visto en estas jornadas, a no ser que el haber hablado brevemente sobre las imperialistas monarquías francesa e inglesa en sus conquistas y subordinación de reinos, se entienda como algo que tenga que ver con la integración europea.

La alegada pretensión del carácter científico de las jornadas está en absoluta contradicción con lo expuesto por buena parte de los ponentes convocados, escorados a una visión unilateral y sesgada desde un atrincherado presentismo, que les impide el sereno y pleno conocimiento de los hechos y de la historiografía generada en estos quinientos años.

Cabe reconocer las intervenciones y asistencia de los profesores de los distintos reinos que han acudido a Pamplona/Iruña a exponer sus conocimientos en estos días. En principio ajenos a las programadas incorrecciones de que han podido llegar a ser testigos.

Sobre el tema de la conquista se ha echado en falta la participación, porque no se les ha convocado, de los numerosos autores que en los últimos treinta años han tratado sobre el tema de la conquista de Navarra por España. Todos ellos sobradamente titulados, dos de ellos reconocidos directamente por la crítica historiográfica en el campo de la investigación y la publicación. Sin ánimo de ser exhaustivo, y sólo a título de ejemplo: Peio Monteano, Pedro Esarte, Álvaro Adot, Aitor Pescador, Ricardo Cierbide, José Luis Orella, Mikel Sorauren, Vicente Serrano Izco, Gregorio Monreal, Roldán Jimeno Aranguren, Jon Oria, Iñaki Sagredo y otros muchos que han publicado sus investigaciones en un amplísimo repertorio de libros y artículos en revistas especializadas.

Negacionismo subordinacionista sobre la guerra de la conquista de Navarra. En contra de la realidad de los hechos acaecidos durante la conquista, conocidos y acreditados por los numerosos testigos presenciales, abundantemente documentados, y probados por los abundantes restos físicos de las destrucciones de edificios y castillo que han llegado hasta nosotros, el ponente más sobresaliente del negacionismo afirmó por ejemplo: que la conquista duró sólo dos meses, que Navarra era un Estado inviable y que fue una conquista bajo condiciones. Intervención la suya que sirve de resumen del tono de las conferencias.

Se oculta la subordinación padecida hoy, en la realidad, por la sociedad navarra, pero para ello se manipula la causa permanente que está en la conquista. Un simbólico ejemplo de ello es que la sede de estas jornadas, de forma incongruente, no sea denominada oficialmente como Palacio Real de Navarra, condición que por antonomasia tiene en la documentación política e institucional de Navarra, ocultándola bajo el nombre de la función a la que recientemente ha sido destinado, Archivo Histórico de Navarra; destino que no debe empañar ni sustituir, sino, en todo caso, completar al de Palacio Real, infinitamente más importante y trascendental para los derechos y libertades de los navarros.

La sordera del enquistado negacionismo. Un congreso oficial debía haber tenido las connotaciones ciertas y verdaderas de abierto, imparcial, plural y científico, lo que en la práctica no ha sido. El Parlamento de Navarra aprobó, con fecha 17 de febrero de 2011, que el Ejecutivo foral debía “propiciar el encuentro entre las diversas corrientes historiográficas” y previamente se exponía que “pese a las indicaciones del Parlamento, que en 2009 instó al Gobierno de Navarra a “configurar un comité científico plural”, en las reuniones habidas hasta ahora -sobre el 500 aniversario de 1512- “no se ha recabado el concurso de todos los historiadores especialistas en el tema, lo que impide avanzar en la interpretación correcta de aquellos hechos y en la elaboración de síntesis clarificadoras de los aspectos más controvertidos”. Poco después, el 22 de febrero de 2011, el Congreso de los Diputados de España intervino debido a la participación del Gobierno español en la comisión oficial organizadora del 2012, y acordó que “en los actos de este aniversario estén integradas todas las opiniones y que el Gobierno español colabore en función de las disponibilidades presupuestarias y de acuerdo con la normativa vigente en la recuperación de los castillos y fortalezas destruidas durante la contienda”.

Tiene que ser plural y omnicomprensivo, de todas las corrientes historiográficas y el lugar de contraste de las diversas tesis existentes sobre la realidad de la conquista de Navarra, porque así lo quieren los ciudadanos navarros y lo exige el respeto a la convivencia democrática. Este mandato no ha sido cumplido, quedando pendiente un verdadero Congreso plural, científico y abierto a todos los autores e investigadores pertenecientes a las diversas interpretaciones historiográficas.

Al fin, hemos padecido todos unos actos del minoritario negacionismo, que busca el apuntalamiento de su presente, evidentemente de sumisión y subordinación antidemocrática y antinavarra.

Noticias de Navarra

Tomás Urzainqui en Pamiela.com

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Peio Esarte. Crítica obligada entre autores diferenciados sobre un mismo tema

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EL lunes dio comienzo el congreso de la conquista con una reflexión sobre el sentir de los implicados en intervención del presidente del Comité Científico Alfredo Floristán, que disertó sobre los debates generados en torno a la conquista de la primera jornada del congreso. Aunque en su prolegómeno afirma ser “la primera de las sesiones de un congreso que bucea en el pasado para analizar un proceso clave: la conquista de Navarra en 1512”, los resultados del buceo resultan defraudantes.

A pesar de lo pomposo de las promesas sobre “las perspectivas de un prisma tan interpretable como lo fue la invasión en 1512: conquista e incorporación de Navarra a la monarquía de España”, los resultados no corresponden a las esperanzas: “El Gobierno de Navarra no quiere fijar con este motivo una interpretación única y superior de los hechos acontecidos; ni quiere inculcar ideas concretas, ni impartir presiones o directrices; no pretende, en definitiva, fijar contenidos de memoria histórica”, como señaló el presidente del Gobierno de Navarra, Miguel Sanz, durante el acto de apertura del congreso.

Ya el acuerdo de Blois, delata su postura al afirmar que los reyes “Juan de Albret y Catalina de Foix aprovecharon… firmar el Tratado de Blois el 18 de julio de 1512, una alianza defensiva que teóricamente mantenía la neutralidad navarra, pero que de hecho alineaba el reino junto a Francia y contra Fernando el Católico”; es decir, que el agresor aparece como agredido.

El reportaje de Unzué, del que partimos, muestra significativas ausencias en el relato de los hechos. La afirmación de que “en apenas dos meses los soldados que comandaba el duque de Alba se habían hecho con todo el territorio”, obvian la resistencia en la Baja Navarra, a pesar de las masacres allí realizadas. Tampoco se atiene a las razones de la invasión de la Baja Navarra, pues se consigna que fue “al parecer con la intención de invadir Aquitania”, cuando la toma a sangre y saqueo de la Baja Navarra, fue avalada por una previa absolución eclesiástica a los soldados, dispensándoles de los crímenes que cometieran.

En vez de profundizar sobre los hechos sociales y políticos, en lo que denomina “debate diplomático”, se prodiga sobre la controversia dinástica entre 1512 y 1562, las reflexiones de corte nacional y la introspección navarra, en autores franceses y españoles. La responsabilidad del rey Fernando, autor de la orden de invasión militar contra un pueblo indefenso mediante el duque de Alba, y la del papado con sus bulas y absoluciones previas para los crímenes que cometieran los soldados, no es puesta en tela de juicio ni analizada, es decir, se silencia.

La responsabilidad recae en la sociedad navarra, ya que: “La nobleza representaba en torno al 15% de la población de la Navarra de aquel entonces y conformaban un tupido entramado de relaciones de lealtad y fidelidad, que explica la importancia social que tuvo la división entre agramonteses y beamonteses”.

Ante la “invisibilidad de los navarros” como autores, Floristán analizó la percepción de la conquista, según la vieron los castellanos y los franceses. De los castellanos dice que la tratan como “una guerra hispano-francesa y una guerra defensiva contra Francia, la idea de conquista no es relevante, queda oculta”. Y aún añade: “Es una empresa colectiva y popular en la que participan más de cien nobles castellanos, tienen más protagonismo que Fernando el Católico”. La culpa, pues, se traslada, fue de los propios navarros.

Y sigue destacando “la invisibilidad de los navarros, [que] casi ni se les menciona, excepto Zurita y Garibay; y su visión providencialista, lo que ha ocurrido es un designio de Dios”. Ni una palabra sobre los controles estrictos que se debían pasar para publicar libros, cuando basta conocer que Garibay tuvo que publicar su primer libro en Bélgica, o que un siglo más tarde a Ohienart se le prohibió investigar. Hechos imposibles de eludir en una conferencia con el titular presentado.

Y me voy a permitir una dispersión aclaratoria, recogiendo las autorizaciones que necesitaron los jesuitas José Mª Moret y Francisco de Aleson para publicar los Anales de Navarra, escritos además, a petición de los tres Estados de las Cortes de Navarra: 1) una carta a la misma institución para que aprobara el encargo; 2) licencia del padre provincial; 3) la aprobación del doctor Matías de Izcue con licencia del gobernador; 4) la licencia del Ordinario gobernador y oficial principal del obispado; 5) la aprobación del doctor don Baltasar de Lezaun y Andía, provisor y vicario general del obispado de Calahorra; 6) licencia del Ordinario del obispado de Calahorra; y 7) de nuevo la aprobación del Consejo Real y Supremo de este reino. (Las referencias han sido tomadas del tomo V de los Anales).

El criterio mostrado sobre los autores del norte del Pirineo es que frente a la satisfacción y el orgullo predominantes en los castellanos, los franceses escribieron sobre la conquista de Navarra muy tarde, a partir de 1590. Y los descalifica y defiende al rey Fernando: “Los textos franceses son diatribas, insultos que tratan de descalificar al oponente. Describen a Fernando el Católico como violento, sanguinario…, un tirano que sumió a Navarra en el fracaso y la pobreza. Comparten el dinasticismo, Navarra es Francia porque sus reyes legítimos son los de Francia […]. Y es muy notable el esfuerzo historiográfico de estos autores con cierto aroma de victimismo, como Caseneuve, Dupuy […] comparten la hipersensibilidad para algunos temas como las bulas de excomunión, que les ponen muy nerviosos porque piensan que fueron un engaño”.

Sobre la tardanza de los autores navarros para escribir sobre la conquista, Floristán se pregunta por qué lo hicieron tan tarde: “No tengo una respuesta clara o convincente, pero sin duda hay un desfase”. El director del comité científico resalta la desconexión de los navarros con la literatura francesa: “no replican ni rebaten sus textos” (y eso que lo tendrían permitido), y callan en la “asimilación de las justificaciones castellanas” (pues sería porque no les permitían otra cosa).

Dos siglos después de la conquista, sostiene Floristán, los navarros están divididos sobre la interpretación de los hechos. Encuentra el relato de Juan de Sada, autor que no llegó a publicar su relato, como la más original pero minoritaria, y que habla de instauración y de entrega voluntaria a Navarra; del canónigo Argaiz que se refiere a la neutralidad imposible y conquista; y a Alesón, que en 1715 habló de restauración dinástica, como si fuera nuevo o no planteada, “que la cicatriz de la conquista se ha convertido en un signo de honor en el reino de Navarra”. Lo que sitúa los relatos posteriores como invención o algo no sentido hasta entonces.

Floristán concluyó su ponencia enfatizando con todo desparpajo que: “la conquista cambió la historia de Navarra más que la batalla de las Navas de Tolosa, abrió una etapa nueva […] los navarros constantemente reelaboramos y repensamos nuestra identidad colectiva”. O sea, culos inquietos; cualquier día me traslado de universidad para ver si me aclaro.

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Pedro Esarte en Pamiela.com

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Peio J. Monteano. 1512-1529. Los navarros ante su conquista

Peio J. Monteano

Peio J. Monteano. (J.BERGASA)

Ahora que nos disponemos a rememorar la conquista de Navarra, una de las cuestiones que plantea la sociedad navarra a los historiadores se centra en el papel que tuvieron los propios navarros en esa larga guerra que se saldó con la pérdida de la independencia y la división del reino. Y, a decir verdad, es una pregunta a la que, al margen de nuestra sensibilidad política actual, quienes nos dedicamos a indagar en nuestro pasado estamos obligados a responder con profesionalidad y honestidad intelectual.

Tradicionalmente se ha venido defendiendo -algunos aún lo hacen- que los navarros, cansados de guerras civiles, aceptaron de buen grado la conquista y casi con entusiasmo se integraron en el proyecto colectivo hispánico. Pero la verdad es que el estudio de la documentación de la época proporciona una imagen muy distinta.

Al atardecer del 12 de octubre de 1523 llegaba a Pamplona el emperador Carlos V. Entre su séquito se encontraba el embajador de Venecia, un cardenal llamado Gaspar Contarini (1483-1542). Al astuto diplomático le bastarían apenas tres meses de estancia en la capital navarra para hacerse una imagen de la situación política que se vivía en el reino cuando éste llevaba más de una década bajo dominio español. “Hay en este reino dos parcialidades. Una, la de los agramonteses, de la que es jefe el gran Mariscal y éstos son franceses. La otra es la de los pamploneses y éstos son afectos a los castellanos. Es jefe de éstos… el conde de Lerín. Sin embargo, universalmente, todos los de este reino tienen odio a los españoles y desean a su rey natural, que es el señor de Albret”. (Enrique II de Labrit, El Sangüesino).

¿Era eso verdad? Hemos de admitir que poseemos muy poca documentación que permita conocer la opinión de los navarros de la época. Apenas los datos incluidos en los procesamientos a que fueron sometidos los disidentes y la correspondencia incautada a los exiliados. Tampoco del aliado francés nos ha llegado mucha información, aunque el reciente descubrimiento en los archivos de París de la correspondencia de los generales y capitanes franco navarros que dirigieron las campañas de 1521 (Lesparre, Bonnivet, Santa Coloma, Estissac, Luda, etétera) arrojará en el futuro mucha luz sobre el tema.

Así pues, hemos de recurrir a lo que respecto a la actitud de los navarros nos dicen los propios generales del ejército conquistador. Una fuente a la que, sobra decirlo, ha de darse alta credibilidad, pues habla en contra de sus intereses. Si la primera conquista de 1512 fue atemperada por la política de respeto institucional y reconciliación política de Fernando el Católico, no ocurrió lo mismo con la segunda, puesta en marcha por Carlos V tras la breve liberación del reino en mayo de 1521.

Los libros de Historia de España y de Navarra -los oficiales- suelen presentar la campaña de 1521 como una mera invasión francesa malograda un mes más tarde con su derrota en los campos de Noáin. Pero el estudio de la documentación del Archivo de Simancas muestra claramente que la entrada del Ejército franco navarro fue en realidad un paseo militar gracias al levantamiento general del reino. Pamplona, Sangüesa, Estella… se alzaron en armas y sus vecinos consiguieron expulsar a las guarniciones españolas. También las victorias obtenidas en Yesa, Obanos y Zegarrain fueron protagonizadas por tropas exclusivamente navarras. Y así, el propio condestable de Castilla, general del Ejército hispano, informaba al emperador en carta de 11 de junio de 1521 desde Santo Domingo de la Calzada: “Todo el Reino se levantó por don Enrique”.

Inmediatamente después, el Ejército español cruzó nuevamente el Ebro para iniciar la segunda conquista de Navarra. Ésta sería mucho más larga y brutal que la primera. Las tropas hispanas, mal pagadas y abastecidas, saquearon sistemáticamente todas las localidades que encontraron en su camino desde Viana a Pamplona, la mayoría de ellas de sus hasta entonces aliados beaumonteses. Y, tras ello, el mismo Condestable aseguraba al emperador que habían convertido a sus aliados en enemigos, mientras que el otro general español, el Almirante, sentenciaba al monarca refiriéndose a los navarros: “los hemos perdido a todos”. Días más tarde, ambos generales obtenían una rotunda victoria en Noáin frente al Ejército franconavarro, donde, entre otros, se encontraban los 600 soldados de la milicia de Pamplona a las órdenes del beaumontés señor de Orkoien.

A finales de ese mismo año, era el nuevo virrey español quien, tras informar del ahorcamiento de una decena de legitimistas navarros, retrataba el reino para el emperador: “Todo en Navarra está muy peor de lo que solía. Todos los más de los principales agramonteses y toda la otra gente de Navarra agramontesa no puede estar peor de lo que está. Y de los beaumonteses muy gran parte”. Y reconocía que España tan solo tenía el apoyo del conde de Lerín y de una veintena de nobles.

Ésta era la Navarra que se encontraría el perspicaz embajador veneciano apenas dos años después, a finales de 1523, cuando el emperador en persona se apresuraba a ocupar de nuevo Baja Navarra y culminar aquella segunda conquista iniciada dos años antes. La opinión que se extendía por España la resumía por las mismas fechas el obispo de Mondoñedo cuando decía que Navarra era “peligrosa de conquistar y trabajosa de gobernar”. Y a la luz de la información suministrada por los virreyes españoles, recelosos siempre de la lealtad de los navarros, la situación no cambiaría mucho en los años siguientes.

Los testimonios, pues, parecen dejar claro que la conquista se impuso por la fuerza a los deseos de la mayoría de los navarros y se mantuvo, al menos durante el medio siglo siguiente, gracias a un ejército de ocupación. Y esto parece ser tan cierto como que, con el paso del tiempo y de las generaciones, éstos terminarían por asimilarla y sus elites no solo encontrarían acomodo en su nueva situación, sino que conseguirían difuminar aquella derrota militar transformándola en una unión política entre iguales.

Cinco siglos después, quedan muchas otras cuestiones cuya respuesta demanda una sociedad navarra que quiere conocer y entender qué pasó de verdad en 1512. Y no se conseguirá darles respuesta con encuentros y congresos que, con sus exclusiones de ponentes y huida del debate, parecen haber sido diseñados para oír solo lo que se quiere oír y, sin duda, reflejan mejor la guerra de Navarra de 2012 que la de quinientos años atrás.

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Jean Ortiz. Carta abierta al señor Juan Carlos de Borbón, hacedor de “marqueses”

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Carta abierta al señor Juan Carlos de Borbón, hacedor de “marqueses”

Estimado señor :

La única legitimidad que tiene usted es la de haber sido designado heredero y rey por un dictador despiadado, que desangró España durante 35 años, y condenó miles de ciudadanos al exilio.

Usted no ha sido elegido en ningún voto por el pueblo español, y mientras no haya una consulta democrática al respecto, le consideraré como ilegítimo.

Usted, además de ser jefe del Ejército, no se queda alejado de los asuntos políticos. Varias declaraciones suyas han respaldado la política neoliberal, entre otras cosas.

Pero usted se calla cuando se trata de buscar a los desaparecidos republicanos de la guerra, de la posguerra, de la dictadura franquista, decenas y decenas de miles de personas… ¿Acaso no son españoles ? Usted se calla sobre el asunto de los miles de niños robados por los franquistas a sus madres republicanas, esos “desaparecidos en vida”. ¿Qué hace para devolverles su verdadera identidad ?

Usted se jacta de caridad cristiana, pero se porta de manera contraria a los preceptos evangélicos : nunca se le ha oido condenar a Franco y a la dictadura, que con usted, lo dejaron todo “atado y bien atado”.

En el momento en que cada vez más españoles aspiran a una república moderna, social, federal, que supere el arcaismo monárquico, usted concede títulos nobiliarios a sus amigotes, títulos hereditarios por si fuera poco. (B.O. 04/02/2011) ¡Cállese, por favor ! ¡Usted, sí que tiene de que callar !

Aunque sea constitucional (Art. 62), esa “marquesmanía” es una burla y una afrenta a la democracia. Una constitución que permite esos privilegios merece ser desempolvada y renovada. No se trata aquí de poner en tela de juicio los méritos de Vargas Llosa, Vicente del Bosque, etc., sino de combatir una excepción feudal. “Marqués de Vargas Llosa”, es para morirse de risa, o de vergüenza.

Pero, confieso además que a este converso le sienta muy bien, dado su vuelco ideológico desde hace años, y su defensa del conservadurismo político y del capitalismo más desenfrenado.

Usted es digno heredero de los antiguos monarcas, que al igual que un Carlos V, o un Felipe IV, crea su red clientelar a base de encumbramiento aristocrático. Esos ya no son ideales en nuestras sociedades europeas, huelen a rancias costumbres. Ya se acabó la época del “ideal rentista” español del siglo XVII.

Frente a tales disparates, somos muchos los que coreamos :¡Viva la República ! Es el régimen legal de España, votado por el pueblo en 1931, y confiscado desde entonces por Franco y usted.

Atentamente,

Jean Ortiz, profesor en la Universidad de Pau, Francia,

Hijo de combatiente republicano y de guerrillero.

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Victor Moreno. La novela como forma de divulgación

A propósito de la publicación de la novela La fuga, de C. Domingo.

fugadosCada vez que me enfrento con una “novela histórica”, recuerdo los momentos difíciles por los que solía pasar el crítico Rafael Conte para decidirse a la hora de calificar como novela una novela histórica. Y ya no digamos cuando tenía que establecer si dicho texto era literario o no lo era. Sobre todo, tenía que hacer volteretas y cabriolas dialécticas fulleras cuando se enfrentaba con alguna novela de Semprún y, también, de Umbral.

Yo, que no tengo tantos escrúpulos burocráticos a la hora de establecer si un texto es novela o no lo es, considero que una novela histórica no suele ser ni novela, ni histórica. Pero admito sin sobresalto alguno que existan críticos y escritores que la tengan por novela, y sólo por novela, la recreación, más o menos histórica, más o menos verosímil, más o menos, de un segmento histórico protagonizado por quienes ya no están para contarnos cómo les fue la vida.

Lo habitual es que sus esforzados forjadores hablen de mezclar realidad y ficción, y, a continuación, quedarse tan campantes por creer que han descubierto el Mar Muerto. El problema empieza cuando los autores se dedican a perorar y a dictar sentencia acerca de lo que cuentan en su supuesta novela histórica. Entonces es cuando a unos más que a otros se les ve el plumero, porque hablan más de realidad que de ficción. Incluso, como es el caso que me ocupa, la autora, supongo que sin pretenderlo, da a entender en las entrevistas concedidas que sabe de la fuga de san Cristóbal más que los propios historiadores.

En las dos entrevistas que yo he leído, Carmen Domingo habla más de la fuga, de los presos, de su canto de solidaridad al mundo, y de su mensaje actual, y un blablabla más o menos moralizante y político, muy necesarios seguramente para los despistados, pero poco o casi nada de literatura. Decir que el 90% de la novela es ficción no es decir gran cosa. Lo que queda claro es que ha utilizado la fuga de unos presos como pretexto para escribir una novela. Y si es así, lo de histórica habría que dejarlo estar. El estatuto de novela no lo da la materia con la que trabaja el autor, sino el tratamiento que se hace de él. Y una novela no adquiere el estatuto de histórica, porque los materiales utilizados pertenezcan a un hecho más o menos conocido.

La autora dice que ha visitado el fuerte de san Cristóbal cinco veces. Me parece estupendo. También asegura que se ha pasado tres años investigando sobre el tema. Son intimidades importantes para escribir una historia de la banalidad muy propia de los escritores, pero, en modo alguno, garantizan la factura de un buen novelista. A fin de cuentas, al texto novelesco hay que analizarlo en sí mismo, no por el tiempo invertido en escribirlo. Ni por si uno ha visitado el lugar del crimen cinco o diez veces. O ha conocido a mengano y a zutano. O, incluso, si sintió en su día un impacto psicológico tremendo al conocer la historia de esta fuga.

En los reportajes que he leído sostiene la escritora Carmen Domingo que ha “reconstruído en la novela histórica La Fuga la huída de centenares de presos políticos del fuerte de san Cristóbal en plena guerra civil”. Una novela de 235 páginas que ha sido editada por Ediciones B.

Dice la autora que en su obra mezcla realidad y ficción. También afirma que “los datos y los nombres son exactos, pero tenía que ser una novela, no un ensayo. El 90% de las historias humanas son inventadas”. Esta es otra de las añagazas de la novela histórica. Considerar que ésta es lo que es porque guarda una fidelidad con los nombres que fueron protagonistas del hecho que se narra. En realidad, la novela funcionaría igual de mal o de bien si sus nombres fuesen completamente distintos.

¿Y por qué una novela y no ensayo? Muy probablemente, porque, aunque afirme que se ha pasado tres años investigando, lo cierto es que no tenía nada que aportar desde el punto de vista histórico a la fuga. La autora sale del entuerto afirmando que una novela sirve mucho mejor para divulgar que un ensayo. ¿De verdad lo cree? Lo único claro que yo tengo es que una obra de investigación sobre la Fuga del Fuerte, como la que llevó a cabo Félix Sierra e Iñaki Alforja, hecha con rigor histórico, necesita más de tres años de dedicación. Por eso, lo que sabemos hoy sobre la Fuga se lo debemos a estas dos personas. No me extraña que diga la autora que el ángel custodio de su novela haya sido Alforja.

En cualquier caso, niego la mayor: que la novela sea el mejor instrumento existente para divulgar ciertos hechos y acontecimientos de nuestra historia más reciente. Sobre todo, cuando el 90% es ficción. El conocimiento de la realidad histórica que se adquiere leyendo novelas no tiene, en la mayoría de los casos, rigor alguno. Y no porque el autor mienta o manipule los datos, que podría. No. El maleficio está en otro lugar. Está en que el lector lee la novela no como una página histórica, sino como ficción. Y si la lee como página de historia, siendo el 90% ficción, el cambalache sería horrible.

Si no se ha divulgado la Fuga de san Cristóbal en la prensa española –como ya ocurrió en 1938-, no será porque no ha tenido ocasión de hacerlo. Ya es sintomático que ni el libro de Sierra ni el de Sierra y Alforja recibieran un tratamiento mediático como el que ha recibido dicha autora en las páginas de El País. ¿Acaso le interesa al periódico madrileño dicha historia? Pues no lo ha demostrado durante estos últimos años. Al parecer, publicar en Ediciones B tiene mucho más pedigrí que hacerlo “en provincias”.

Me parece sintomático que la autora, en el único momento en que habla de literatura, lo sea para hablar de la voz de la narradora, y que, paradójicamente, y a instancias de Alforja, dicha voz la quitase finalmente de la novela.

Asegura su autora que se ha inventado las tramas de los personajes. Enhorabuena. Si son un invento, eso quiere decir que no tienen ningún rigor histórico. Así que no sé, finalmente, qué es lo que quiere divulgar en realidad entre el gran público.

No entiendo muy bien a qué viene ponderar la novela basándose en que se trata de un tema actual. Y, menos aún, comparar la fuga de los presos de san Cristóbal con las revueltas actuales en el mundo árabe. Ello se debe, según la autora, a que tanto los árabes como los fugados “estaban hartos de un destino que no habían escogido. Sólo querían descubrir si la libertad sabe mejor que el agua y las patatas”. Cabe sospechar, entonces, que los presos de san Cristóbal no se hubiesen fugado si sus carceleros los hubiesen alimentado a lo Bocuse o a base de pochas con chorizo, que tampoco están mal.

Si la autora quiere que “se conozca la historia de estos presos y lo mal que lo pasaron en el penal” ya que “su peripecia merece ser recordada como se recuerda la de otros nombres importante”, y que su novela es un buen instrumento para ello, no seré yo quien le niegue tal entusiasmo. Pero lo cierto es que nada como las aportaciones de Sierra y Alforja para conocer lo que fue aquella fuga.

Y ahora un detalle que nada tiene que ver con la novela en sí misma considerada. He leído en el Diario de Noticias y en El País que las autoridades permitieron a la autora y a los periodistas entrar sin problemas en el Fuerte. Los militares no han permitido nunca que ninguno de los viejillos supervivientes entraran en el Fuerte cuando llegaban a las verjas del penal a recordar la fuga y a sus compañeros de penalidades. Y, ahora, para hacer la publicidad de un libro son todo facilidades. ¿Por qué?

Sobre el autor del artículo: Victor Moreno

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Victor Moreno. Premio europeo para una Literatura Europea

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Otorgar premios, incluso a quienes no se los merecen, es fácil. No lo es tanto justificar razonablemente dicho fallo. Semejante incapacidad va pareja con el ejercicio de la crítica. La novela es buena, pero el crítico, en lugar de mostrarlo con razones objetivas textuales, saca a pasear su poderoso talento para cultivar tópicos y adverbios terminados en mente.

Dicho estado de cosas ya no constituye un problema excitante, porque es toda la crítica la que se sumerge en esta especie de atonía valorativa. Por lo tanto, nadie se estira de las meninges al escuchar que un escritor ha sido premiado porque es, ha sido y siempre lo será, “la conciencia crítica de Europa”. ¿Conciencia? ¿Y crítica? ¿Y Europa? Parafraseando a Baudelaire uno diría: “No tengo el gusto de conocerlas. ¿Quiénes son estas señoras?”.

Yo pensaba que esto de la conciencia y Europa, y de la conciencia europea para qué contar, era pura abstracción con el fin de atormentar el juicio y el euro de los ciudadanos. Pero, hete aquí, que me topo con la noticia de que a Javier Marías se le ha otorgado el Premio Austríaco de Literatura Europea por “una obra de auténtica dimensión europea, donde combina la reflexión sobre los abismos de la naturaleza humana con el pensamiento sobre la moral, la historia y la política”.

Leyendo esta justificación y sin saber el nombre del galardonado, no sería extraño que alguien pensara que el receptor de estas palabras fuese un filósofo, un moralista o un maestro zen; en fin, uno de esos cerebros con denominación de origen que se ha echado el mundo a la joroba de su espalda para redimirnos de nuestros delitos de indiferencia hacia Europa y su conciencia.

Sin quererlo, dicha justificación pretende resaltar más la capacidad intelectual del galardonado que su capacidad narrativa.

Hasta se podría establecer un canon de escritor y de novela siguiendo el reguero de esas apelaciones a entidades más o menos abstractas, y en las que de forma modélica sucumben desde hace muchos años los fallos de los jurados. Se premia un escritor por ser conciencia de su tiempo, por poseer integridad moral, por mantenerse coherente con los principios de quienes mandan, por su lucidez siempre cervantina, y, ahora, como no podía ser de otro modo, por “poseer su escritura una auténtica dimensión europea”. A la vista de lo cual, uno se pregunta: ¿cuándo premiarán estos fallos la literatura?

Para mayor ofuscación, el texto del fallo habla de “auténtica dimensión europea”. Auténtica. Lo que hace suponer que quienes se expresan de este modo poseen la concepción verdadera de Europa. ¡Qué pena que no viva el escritor Bernhard para escuchar sus piadosos comentarios al respecto! ¿Tienen los miembros que han otorgado a Marías una concepción de Europa verdadera? ¿Cómo saberlo? De ningún modo. La razón es simple: ¿acaso existe Europa?

Decía Marías que estaba muy contento con este premio, porque viniendo de fuera, del extranjero, de Europa, oiga, “está más centrado en lo literario y menos sujeto a simpatías y antipatías personales”. Seguro. ¡Vas a comparar un premio otorgado por la parroquia de Chamberí que por los maestros vieneses! Y sin embargo… Los juicios literarios en ese fallo son invisibles. No hay en sus frases ninguna argumentación basada en la literatura. Sí queda claro que Marías es escritor de “auténtica dimensión europea”. Como dirían los críticos de la falange y de las Jons, “un escritor de raza europeo”. Enhorabuena. Ahora bien. Supongo que reflexionar sobre las simas de la condición humana, mezclando moral, historia y política, no será circunstancia específica, exclusiva y excluyente, de lo que se pretenda escribir como “genuinamente europeo”, ¿no? Una novela china, pongo por caso, que reflexionara sobre la condición humana, evidenciando sus dimensiones éticas y blablaba, ¿podrá ser considerada como hecho significativo de estar trabajando, aunque sea sin saberlo, por la dimensión auténtica europea?

¿Existen valores literarios que sean específicos de esa dimensión? Quienes lo saben, deberían dar un paso hacia Estrabusrgo y decirlo a los cuatro puntos cardinales que son dos, norte y sur. Si lo hacen, es posible que ayuden a muchos desnortados a la hora de afrontar su próxima novela.

¿Por qué los valores humanos que defiende esa Europa auténtica han de ser mejores que quienes se refugian en lo local, lo particular y lo nacional? ¿Puede un ciudadano de Alcorcón ser europeo sin saber quién es Yourcenar, Duras, Peter Handke o Bernhard? ¿Pueden serlo sin haberlos leído? ¿En qué consiste ser europeo? ¿Y escritor europeo? ¿Cómo se mide la influencia de una trayectoria genuinamente europea en la escritura de un novelista?

He leído a Marías desde su primera novela –si no, cómo iba a tener prejuicios, nada europeos supongo, sobre su obra-, y nunca había reparado en que estaba leyendo a alguien con tan potente conciencia europea literaria como la que podrían tener, qué sé yo, Claudio Magris, Ítalo Calvino o Sebald, quien sostenía que le “interesaban más los muertos que los vivos”, lo que afirmarlo no sé si es europeo o gilipollez, o una gilipollez europea, entiéndase.

Cada escritor hace lo que puede dentro del abanico de sus posibilidades. Tener conciencia patriótica o europea -¿no es lo mismo a fines de intendencia?-, nada tiene que ver con poner un adjetivo detrás de un sustantivo sin arrugarlo.

En los tiempos que vivimos, existe cierta prensa que considera que los escritores calificados como cosmopolitas o apátridas son mejores escritores que quienes no lo son, y, por no ser, no son nada, geográfica y mercantilmente hablando.

Vendernos a estas alturas la leyenda de que son mejores escritores, porque son más europeos que el polvo del toro que fecundó a su madre y más cosmopolitas que un cuento de Borges, es un insulto a la propia condición creativa humana, que ni es europea ni apátrida, sino tan sólo eso, humana, con sus particulares abismos, tanto en Viena como en Chamberí. ¿Alguien lo duda? Mírese dentro de sí mismo.

Sobre el autor del artículo: Victor Moreno

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La guerra de la Iglesia en Navarra

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Xabier Morrás (La entrega)

El día 18 de febrero publicaba Diario de Noticias una entrevista con el cura Jesús Equiza, en la que insistía en la tesis negacionista de que la Iglesia en Navarra, salvo excepciones, estuvo del lado de las víctimas.
Ya el año 2003 este sector de la clerecía sumó esfuerzos con el arzobispo de Pamplona y el Diario de Navarra, tratando de que la Asociación de Familiares de Fusilados y Desaparecidos, en el texto presentado al Parlamento como reconocimiento a las víctimas del franquismo, retirara las referencias al papel cómplice que la Iglesia desempeñó en el golpe militar y en la represión. Al no conseguirlo, tras intentarlo en las asambleas de los familiares, trataron de influir en los partidos políticos con un llamamiento de urgencia del arzobispo Sebastián la víspera de la votación parlamentaria.

Finalmente, el texto se aprobó, a pesar de UPN y a pesar de los esfuerzos desarrollados por la clerecía.
Ahora, el cura de Labiano, lleva a cabo un ejercicio de revisionismo del mejor estilo, similar al que mantienen ciertos sectores del carlismo, empeñados en hacernos creer que lo suyo fue un cristiano arrebato de «integridad moral», obligados por las circunstancias.
Sirva como muestra la respuesta del cura a la pregunta sobre lo ocurrido realmente en aquella época: «Nos han hecho creer que el clero apoyaba a la represión que se hizo por parte de la Alianza Nacional a los republicanos del Frente Popular. Sin embargo, una cosa es decir que estuviesen a favor de que triunfase el Alzamiento y otra muy distinta que apoyaran la represión, que mayoritariamente no lo hicieron. Es el riesgo que supone generalizar el que confunde y limita el rigor histórico».
Es decir, que para el cura Equiza estar «a favor de que triunfase el Alzamiento» es una circunstancia de la menor relevancia; algo natural…
Y respecto a los curas que participaron activamente en la represión («actuaron mal»), dice que solamente fueron 24, y que «la mayor parte de éstos actuó por temor. Tenían un miedo brutal porque estaban informados del mayo de 1936, los sucesos de Cataluña o la matanza de curas en 1931. De todos modos no consta que ninguno almacenase armas o perteneciese a la Junta de Guerra Local, pero si hubo quienes pasaron algún informe negativo o se resistieron a pasarlo positivo».
Hace falta tener cara dura…
Como contestación a estas manifestaciones del clérigo, Víctor Moreno publicó en el mismo periódico el artículo que sigue a continuación.

La guerra de la Iglesia en Navarra

Pienso que el sacerdote Equiza confunde la velocidad con la margarina. Un hecho es que hubiese curas que no apoyaran la represión y muy distinto que la Iglesia como institución apoyara el Alzamiento contra un gobierno democrático y legítimamente constituido, poniendo al descubierto que su sentido de la democracia y la soberanía popular fue siempre nulo.

La Iglesia apoyó un golpe de Estado contra un Gobierno Democrático. Con sus escritos dio legitimidad teológica –o lo que prefieras- al Alzamiento. Y luego, gracias, también, a la Iglesia, hubo cuarenta años de represión durísima.

El historiador Julián Casanova, en La iglesia de Franco, escribe: “Muchos seminaristas y curas fueron los primeros en enrolarse en el requeté, y animaban al personal a que hicieran lo mismo. Tocaban las campanas buscando gente por los pueblos y colaboraban en el reclutamiento. Hileras enteras de confesados y arengados por los clérigos”.

El sacerdote Mariano Ayerra, destinado en Alsasua el 18 de julio de 1936, escribe en su libro No me avergoncé del evangelio: “Era frecuente ver, en esos primeros días, curas y religiosos con su fusil al hombro, su pistola y su cartuchera sobre la negra sotana”.

Y conviene indicar que estos curas rasos no actuaban al margen de sus jerarcas. En diversas instrucciones, circulares, cartas y exhortaciones pastorales que los obispos difundieron durante agosto de 1936 se hace ver el nexo de unión entre la espada, la cruz, la religión y el movimiento militar. Véase la revista “Reinaré en España”, nº 39, año 1937, repleta de artículos de obispos y militares hablando el mismo lenguaje de la santa cruzada.

Respecto al obispo Marcelino Olaechea, al que pretende liberar de responsabilidad, conviene recordar lo siguiente. El 25 de julio de 1936, fiesta de Santiago, festejó en público la celebración de una misa de campaña en la Plaza del Castillo de Iruña para consagrar el requeté al Sagrado Corazón de Jesús. Cierto que en el acto no hizo acto de presencia, pero días más tarde diría que “el recuerdo de esa misa quedará imborrable en todos cuantos la oyeron”. Más aún, proclamó: “Vivimos una hora histórica en la que se ventilan los sagrados intereses de la religión y de la patria, una contienda entre la civilización y la barbarie”.

Fue Olaechea el primero de los jerarcas católicos en elevar el golpe faccioso a la categoría de “Cruzada contra los hijos de Caín”, ratificada más tarde por Gomá y el futuro cardenal Pla y Deniel, autor de Las dos ciudades.

Olaechea prohibió a los curas, junto con Mateo Múgica, que se manifestaran a favor de la República, en un artículo –Non licet– que publicó Diario de Navarra. Y conviene precisar que la Carta Colectiva a los obispos, escrita por Gomá y firmada por toda la jerarquía episcopal, excepto Múgica y Vidal i Barraquer, fue redactada a petición de Franco, hecho por el que fue recriminado duramente por Vidal. Ya que sometía el poder de la Iglesia al poder militar, decisión que traería gravísimas consecuencias para todos, como así sucedió.

El 6 de noviembre de 1936, el obispo Olaechea escribiría: “Con los sacerdotes han marchado a la guerra nuestros seminaristas. ¡Es guerra santa! Un día volverán al seminario mejorados. Toda esta gloriosa diócesis, con su dinero, con sus edificios, con todo cuanto es y tiene, concurre a esta gigantesca cruzada”.

Así que no extrañará que se repita una y mil veces que los asesinatos de “rojos” que perpetraron los requetés y fascistas durante la guerra no solo se hicieron con el beneplácito de la Jerarquía católica, sino en ciertos casos con su participación directa.

No negaré que hubiese santos y piadosos curas, y que fueran asesinados. Y no por piadosos ni por santos, desde luego.

Lo que aporta con su libro Jesús Equiza, jamás justificará la intrínseca y nítida responsabilidad de la Iglesia en los hechos sangrientos que ocurrieron durante la Guerra y  después de ella.

Si la Iglesia jerárquica e institucional lo hubiese querido, nunca se habría dado la represión que se dio en Navarra. Comportamientos como el del obispo Olaechea sólo condujeron a la barbarie. Que, más tarde, se lamentara de los asesinatos, no le redime de su oscurantismo primero.

La Iglesia jerárquica, con curas “buenos” y “malos”, sigue siendo lo que ha sido: una institución al servicio del Poder. Lo demás es ideología; en este caso, teología clerical. La jerarquía actual con Rouco, Martínez, Cañizares al frente sigue en el mismo dique seco de la intransigencia que su homónima del 36.

Sobre el autor del artículo: Victor Moreno

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