Hoy nos reunimos aquí para mantener una memoria, pero para que sea viva y efectiva es necesario, también, que sea veraz. Y se ha escrito que una vanguardia de menos de 4.000 hombres, vencieron a una fuerza muy superior en número.
Los relatos de la línea oficial, nos presentan lo ocurrido como una lucha entre navarros. ¿Dónde están los beamonteses contra los agramonteses? ¿Acaso no se trató de una invasión de tropas pagadas o forzadas por el emperador, que se sacaron a combatir en Noain sin haber comido, para despertar la motivación de matar?
¿Acaso tendremos que apuntar como navarros y beamonteses a los soldados de todo origen que habían servido al imperio en sus guerras de Granada, Africa e Italia, y ahora lo hacían contra Navarra?
Presentar el conflicto como causa de la división entre navarros es, pues, falsear la realidad a favor del engaño. Un buen ejemplo lo tenemos en la adjudicación de las fortalezas. Las de Estella y Pamplona fueron dándose a extranjeros, incluso siglos después, y las demás se derruyeron o inutilizaron en una u otra manera. Otro lo vemos en las resoluciones de las Cortes; ¿no se acordaban unánimemente? La razón es clara, los navarros luchaban por su derecho y ellos lo confirmaron: “Ningún navarro era de fiar”.
Cuando Navarra fue liberada en mayo de 1521, la sublevación fue espontánea y unánime. Su gobierno civil quedó en manos navarras y su tesorero también. Las fuerzas del territorio fueron cubiertas por mandos navarros, con la sola excepción de Pamplona, aunque ésta también quedó circunscrita a la territorialidad del reino o su Estado, con el objetivo de tener rey propio, con un solo reino a gobernar.
La invasión se produjo con un ejército profesional de soldadas y provechos de saqueos, para lograr el dominio territorial. Su estrategia, crear un imperio a las órdenes del monarca que les paga por ello. No es cuestión de patria, país o nación. Los reyes constituyen los mayores apátridas.
Y todas las tropas participantes fueron de pago u obligadas. El grueso procedía de reclutamiento forzoso en las ciudades castellanas, o de los comuneros derrotados, a los que se obligó a alistarse para obtener el perdón.
Las servidumbres de los señoríos hicieron el resto. Los alaveses eran siervos del duque de Nájera; los vizcaínos del señor de Butrón y los guipuzcoanos fueron gentes obligadas por amenazas de su corregidor, que además prohibió a sus habitantes que vendieran pan a los navarros.
Fueron tan pocos los navarros que apoyaron la invasión que los mismos Luis de Beaumont (conde de Lerín) y Francés de Beaumont (señor de Arazuri), mandaron tropas de su pariente el duque de Nájera. Todos los que servían al emperador eran vulgares mercenarios, provinieran de beaumonteses o agramonteses y gentes obligadas, que se vieron en la disyuntiva de obedecer o ser condenados y expoliados.
Mientras se manejan cifras de 1.000 o 5.000 muertos, ni siquiera se ha planteado el porqué de que tras la batalla no hubiera lista de apresados.
La idea que debemos llevarnos de aquí cada uno es clara: formamos un pueblo chiquito, pero como tal queremos una gobernación del mismo estilo, cercana y propia, donde sepamos lo que pagamos y en qué se gastan nuestros tributos.
Construir la historia, partiendo solo de la versión oficial o sus datos, es hacer de altavoz de la mentira.
Debemos retornar el nombre de Navarra con el sentido de Estado que tuvo, y recuperar el derecho de regirnos política y económicamente que tuvimos y tenemos.