Ayer hizo 80 años que en mi ciudad de origen, Pamplona, se alzó en armas el general Emilio Mola Vidal. Con el nombre de El Director llevaba meses conspirando con los militares de África y de otras regiones militares; al margen de encontrarse ya con dos conspiraciones en marcha en la plaza, cuando llegó a la ciudad, sin saber bien a dónde iba, en el mes de marzo de aquel año: una de los militares de la guarnición y otra de los carlistas. La víspera, por la tarde, habían asesinado por la espalda a Rodríguez-Medel, el jefe del cuerpo de la Guardia Civil. A primera hora de la mañana un capitán al mando de una compañía del regimiento de montaña América leyó en la plaza del Castillo el bando de guerra impreso en los talleres del Diario de Navarra, cuyo director, Raimundo García, fue una de los más firmes apoyos de la conspiración y el golpe, antes de que la tropa al mando de un alférez del regimiento fuera pegándolo por las esquinas de las calles adyacentes. «El Escarmiento» estaba en marcha.
Por la tarde de aquel día, las tropas de Mola iniciaron su particular marcha sobre Madrid por un lado y sobre la frontera francesa por otro con intención de cortarla. Mola creía que aquello era cuestión de horas o pocos días, y que el golpe militar iba a ser un éxito. No fue así. Curioso que temiera más la desafección del general Franco que la de otros generales y coroneles con mando en plaza que permanecieron fieles a la legalidad republicana, y que tarde o temprano fueron fusilados.
Las columnas que fueron sobre Madrid y la frontera francesa se vieron enseguida detenidas en seco por fuerzas leales a la República y por milicianos. Irún no cayó hasta el mes de septiembre y Madrid hasta 1939. Aquella noche del 18 al 19 de julio, en el viejo palacio de Capitanía de Pamplona, donde se urdió aquel golpe, estaba presente un agente de la inteligencia militar alemana, que no descarto fuera el propio Canaris, que ya había estado encendiendo la conspiración hacia el 19 de marzo, en la frontera de Bera, donde se entrevistó con Mola.
La mañana del día 19, domingo, radiante, las calles de la ciudad se llenaron de requetés –los voluntarios carlistas, uniformados y armados con armas compradas durante meses en Bélgica, instruidos en guerrilla urbana en Italia y adiestrados hasta por sacerdotes en campo abierto–, de falangistas que la prensa llamaba «muchachos del fascio» que se aprestaron a los primeros destrozos, detenciones, incautaciones de locales, y de voluntarios que acudían de toda Navarra a alistarse en el alzamiento.
Aquella mañana del 19 de julio comenzaron, además de las detenciones, los primeros asesinatos en descampados, y las fugas del sálvese quien pueda. La represión estaba urdida al detalle desde meses atrás: profesionales liberales, campesinos y campesinas, concejales de ayuntamiento, simpatizantes o votantes del Frente Popular… políticos republicanos. Detrás quedó un montón de viudas y de huérfanos. Me consta de manera directa que fueron a buscar, lista en mano, hasta a personas que habían fallecido en el mes mayo, lo que quiere decir que las listas estaban confeccionadas con mucha antelación. No fue una violencia de reacción, sino una violencia planificada al detalle, como así consta en la documentación militar que ha sobrevivido y está ampliamente publicada. Mola insistió mucho en que tenía que dar «un escarmiento».
Aquellos voluntarios, arengados por caciques de pueblón y por curas sobre todo, creían que salían de romería y que en cuestión de días iban a regresar a casa a ocuparse de las cosechas y de las haciendas. La realidad, muy otra, los convirtieron en tropas de choque. Entre tanto, en la retaguardia, donde no hubo enfrentamiento armado ni rebelión contra el golpe ni frente de guerra luego, se desató aquel verano de 1936 una pavorosa represión, pueblo por pueblo, casa por casa, una auténtica cacería con episodios pavorosos. Había gente que se libraba del tiro en la nuca por tener familia entre los lazados, otros, por lo mismo, eran fusilados y arrojados a una fosa. Sobran los nombres. Era una comunidad pequeña y brava en la que se conocían todos. Todavía hay nietos que buscan a sus abuelos por las fosas de los descampados y reclaman una política pública y sincera de Verdad, Justica y Reparación.
Ayer, frente a la casa en la que vivo, en la cripta del monumento que levantó Navarra «A Svs Mvertos en la Crvzada», donde están sepultados los generales Mola y Sanjurjo, se iba a celebrar como todos los años, una misa subterránea en honor de los golpistas y en ensalzamiento de los valores que propiciaron la rebelión militar de julio de 1936. Ayer, hoy, mucha gente, de esa y otras tierras, sigue abriendo fosas para encontrar a los suyos. Hoy, el partido en el poder y sus aliados se niegan a condenar el golpe, la guerra que vino luego y el franquismo. La sombra de lo sucedido hace 80 años, hace mucho, sí, es espesa y se sigue proyectando en un presente de realidad social muy comprometido, entre enconos, reclamos, desplantes crueles y falsas reconciliaciones. La defensa del franquismo y la condena del republicanismo cada vez más pujante se está convirtiendo en un agresivo signo de identidad de clase. La violencia verbal de los actos políticos, la mala saña de los gobernantes frente a sus opositores políticos, la tendencia autoritaria y represiva del gobierno, el encono social manifiesto, los rencores, los «ni olvido ni perdono», como guión y banderín de enganche… y las reconciliaciones privadas, no las olvido. No, no hay riesgo de enfrentamiento alguno, solo que queda un poso amargo de memoria transmitida de padres a hijos y de estos a los suyos, de memoria del agravio y de los valores que defendieron.
He escrito mucho sobre este asunto (El Escarmiento (2013), La sombra del Escarmiento (2014) y El Botín (2015)) y siempre digo que, como sostienen los que nada quieren saber de lo entonces sucedido, hay que pasar página, sí, pero antes hay que escribirla, es decir, «tienes que dejarme escribirla sin reservas ni censuras, con pleno acceso a los archivos, luego léela, y a continuación, si tú quieres, la pasamos».
Originalmente publicado en cuartopoder.es.