Descanse en paz, que dice el epitafio cristiano, el arquitecto Luis Moreno Mansilla. Que la tierra le sea leve, como con respeto se decía en el ámbito pagano. Su luctuosa desaparición es por estos pagos un involuntario recordatorio de la obcecación con que la hoy presidenta Barcina ha venido defendiendo, por más de un decenio, la necesidad de erigir un centro temático de algo tan ajeno a la quietud museística como los Sanfermines. El mismo Mangado -cierto que después de presentarse al concurso- puso en duda que las fiestas de julio puedan ser embotadas en un contenedor temático y vendidas al despistado turista en febrero. Pero Barcina nunca se apeó de su terca obcecación. Cuando el proyecto ganador de Mansilla y Tuñón -aquella pasarela sobre el Arga- topó con que las murallas eran intocables, les encargó otro, lamentablemente sobre terreno inundable, y luego otro más. Por descontado que estas cosas ocurrían en un pasado remoto donde los administradores públicos, merced a la abundante circulación de fondos como los europeos para el desarrollo, se permitían encargar incluso tres veces el mismo proyecto. Imperaba por entonces la muy equivocada impresión de que la juerga financiera no cesaría jamás. Ferran Adrià no paraba de deconstruir y, cómo no, Sanz lo trajo al Baluarte. Creían algunos que el crecimiento inmobiliario, tirando por ciudades tan futuristas como la de Guenduláin, se proyectaría hasta el infinito. Más de una pensaba que sin arquitectura estelar no había desarrollo turístico y hasta intentamos -sin éxito- darle el Príncipe de Viana a Renzo Piano. Estrellados contra la realidad que hoy tan agudamente padecemos, nadie defiende ya nada de todo aquello, menos todavía las virtudes prodigiosas de la arquitectura estelar. Pero Barcina persiste en no apearse de su obcecación. Es más, nos preside tras aceptar sus socios de gobierno una condición innegociable: la ejecución de sus obras, así que tal obcecación linde, en una situación como la actual, con el delito.
Javier Eder en Pamiela.com
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