Éste es el país de los trajes. No ya por el muy cansino asunto de los chulos valencianos que sablean hasta a sus matones (si es cierto lo que declaran) para pagarse los caprichos al paso -“Oye, nen, pásame 200 euritos que ando corto”-, sino por algo más sutil: por una especie de uniforme generalizado. Vestir de manera impecable es un signo de distinción y una forma de hacer política. Salen a escena y te están diciendo algo muy claro: que no somos iguales ni ante la ley ni ante los sastres, que es con los que hay que cumplir. Es un estilo el que se impone. Sobra la ideología porque lo que importa es la corbata y los complementos de lujo.
No hay más que ver las fotos de familia del Gobierno de Mariano Rajoy en el que están eficazmente representados tanto la aristocracia y la plutocracia de Neguri como la de los terratenientes andaluces, ambos de toda la vida, emparentados de tal forma que dejan en harapos a una alfombra persa. Rancio. Espesas tramas de intereses que van desde la banca a las empresas de seguridad y matones, pasando por los hidrocarburos y los barcos, los de verdad, no los que hacían contrabando de hachís en el mar Rojo, a mediados de los setenta, cuando los señoritos del muelle Churruca jugaban a Corto Maltese antes de dedicarse a empresas más serias y menos arriesgadas. Pasma la marcialidad de quien no ha hecho el servicio militar por enchufe familiar. Una farsa monumental, con uniformes o sin ellos, sobre todo sin ellos, en la que los soldaditos de papá hacían gratis esa mudanza que a los demás nos costaba una pasta. Demócratas, poncia, a blasonar. Otros tiempos claro. No estaría mal un buzón que recogiera los abusos padecidos por los soldaditos de reemplazo en los tiempos más duros del servicio militar obligatorio. La Iglesia, el Ejército, mejor no tropezar con ellos.
¿Ha llegado otra gente al Gobierno? Según y cómo. Ha cambiado el consejo de administración, pero la empresa, el negocio, que lo es, es el mismo. Un gobierno de ricos gobierna un país empobrecido con más de cuatro millones de parados.
Sí, ya sé lo que están pensando, que resulta aburrido volver una semana detrás de otra a los mismos o parecidos asuntos.Te tropiezas con ellos. Lo quieras o no, te tropiezas. Es inevitable. Un día es una cosa y otro, otra, más descarada que la anterior. Cifras que quitan el hipo. Y como si todo sucediera en otro país, en otro mundo, en otra galaxia, la de los trajes, los matones, los privilegios, el porque sí.Y son los que pertenecen a esa casta los que piden al resto que se apriete el cinturón si es que todavía le queda, no ya agujero, sino cincho.
La historia repetida a diario produce una desazón extraña, un abatimiento y una hartadumbre que no augura nada bueno. Decimos confiar en la justicia, pero lo que nos gustaría es que esta página pasara.
Lo curioso es que las trapisondas del duque de Palma reafirman la monarquía o, cuando menos, así lo vemos en escena. Nunca han sido tan sonoros los aplausos al monarca como estas últimas semanas en las que da vértigo enterarse de las andanzas de Urdangarin. Vértigo y asco. No por él, cada vez más patético personaje, pero uno más en una farsa digna de un Viva mi dueño valleinclanesco, sino por todos y cada uno de los que le pagaron durante años y más años por actividades imaginarias o perfectamente inútiles, asociales, con la esperanza de ganar algo a cambio, a sabiendas de las irregularidades de los cobros y de los pagos. Nada era ni es gratis.
Es a una clase política, a una manera de hacer ésta, a la que habría que llevar a los tribunales, pero esto no va a suceder. El sistema está lo suficientemente blindado como para que eso no suceda ni en broma. La estabilidad ante todo. Tormentas en vasos de agua… azucarillos y aguardiente. Pachanga.
Diversas entidades bancarias, la SGAE misma o instituciones del Estado, como el Ministerio de Hacienda, estaban al corriente de lo que pasaba y nada hicieron, no actuaron, y si lo hicieron, esas actuaciones fueron silenciadas: complicidad, encubrimiento… como poco. ¿Lo hicieron por ser vos quien sois el beneficiario del multimillonario saqueo y por lo mismo los pagadores? Risa dan ahora los rasgados de vestiduras.
¿Nada sabía el Centro Nacional de Inteligencia o como quiera que se llame? Claro que lo sabía. El Rey estaba informado, pero no convenía actuar, luego todo es cuestión no de ley, sino de conveniencia, de alta política, de la galaxia de los trajes. Y por eso mismo dudo mucho que esto salpique a alguien fuera de una banda de chorizos de poco rango y bolsillos más que llenos y a salvo. El espectáculo del sacudimiento generalizado de pulgas resulta bochornoso.
Con aplausos y sin ellos, sobre todo sin ellos, una sombra de sospecha cae sobre la monarquía española. Y ahí seguirá. ¿Importa mucho que la casa real estuviera al corriente? Debería importar, pero no importa, porque estuviera o no al corriente de lo que sucedía, aquí no pasa nada. El pueblo soberano, temible pueblo ese, viento tornadizo, arrebatado, especie de fiera de mal despertar y lentas digestiones, ha absuelto a la monarquía con su aplauso incondicional de hace unas semanas. Y aquí paz y después gloria.
No me gustaría estar en el pellejo del juez que tiene en sus manos, al menos visto desde fuera y desde lejos, poco menos que la imagen de la monarquía y su valor por tanto, porque todo es imagen, traje, y tiene que decidir si encausa a éste o al otro, y si a éste sí, porqué no a su esposa.
Complejo asunto al que estoy convencido le encontrarán lo que se llama una solución satisfactoria, con el menor daño posible, en interés general de interesados. ¿Hay verdadero interés político en tumbar al marido de la infanta Cristina? Lo dudo. El acoso del duque de Palma es la bandera política de algún medio de comunicación, pero no de todos. No tratan de exigir justicia, sino de dañar la imagen de la monarquía, poco menos que en balde, como si hubiese detrás un interés general en una Tercera República española, que no lo hay, qué va a haberlo. Éste es un país empobrecido, mucho más conservador de lo que parece, que no está para fantasías políticas. Han hablado las urnas y lo que han dicho es algo así como: “A ver si los ricos nos sacan de pobres”.