Cuando los dioses dominaban la tierra, las relaciones entre bondad y belleza, estética y ética, formaban una Arcadia feliz. Y fueron los dioses quienes, según la mitología griega, hicieron añicos ese lugar ameno con el fin de complicar la vida de los seres humanos.
Fue Pandora, creada por los dioses, quien entró en escena para enturbiar las relaciones entre los seres humanos. Robó el corazón de Epimeteo, quien, desoyendo los consejos de su hermano Prometeo, aceptó el regalo de la famosa cajita. En cuanto la abrió, la mirada humana quedó turbada por las legañas de la confusión. No podía entender que Pandora, encarnación de la Belleza, pudiera esconder el Mal (no femenino, sino el Mal universal).
A muchas personas, que parecen suspirar por aquella etapa mitológica, les gustaría que la vida y la obra de un escritor discurrieran como figuras simétricas, sin fisuras de ninguna especie. Que entre ambas no se diese ninguna discontinuidad ni ruptura. Que una vida virtuosa produjera obras artísticas excelentes y, por el contrario, una vida de crápula sólo generase engendros éticos, y, por lo tanto, estéticos.
Hace unos días consejera de cultura del Gobierno vasco, Blanca Urgell, confesaba que le resultaba imposible separar la vida y la obra del autor. Una pena padecer tan lamentable insuficiencia mental. No es la única persona. A la mayoría de los obispos de la Conferencia Episcopal les pasa lo mismo. Son incapaces de entender que un ateo pueda llevar vida ejemplar. Del mismo modo, un escritor, que lleve existencia regalada y patibularia, además de prostibularia, es imposible pueda escribir obras dignas, ética y estéticamente hablando.
Si eres una persona mezquina, así será tu literatura. Si eres un desastrado, tu poesía jamás alcanzará las cotas sublimes de la poética de Gamoneda.
Y, ahora, que nos dejan los dioses, puntualicemos. ¿Cómo es la vida de un escritor famoso? Aceptemos que no tenemos ni la más remota idea aproximada. Nada sabemos de su vida virtuosa o de crápula integral que puedan llevar al unísono y ex aequo et bono.
Asociar la vida de un escritor con su obra es de las correspondencias más desternillantes. Se quiere ver en dicha relación un principio de causalidad que funciona como un resorte conductista, avalando que lo que uno escribe está en consonancia con las relaciones que mantienes con su perro y con el vecino de arriba, a quien si no asesina es porque el tipo no se lo merece.
Sería estético, ahora sí, que Blanca Urgell, que tan segura se muestra en sostener que es imposible separar la vida de infame que llevó el crápula Villon y su portentosa poética del ubi sunt de las nieves de antaño, estableciera de qué modo exacto y riguroso el sintagma del poeta o del narrador están determinados por el tipo de vida zarrapastrosa o evangélica que lleva alguien.
Hay gente que, perteneciente a la mitología anterior a Pandora, sigue pensando que un asesino o un terrorista con denominación de origen, no es que esté incapacitado para escribir obras maravillosas, que eso ya no lo discute ni la Urgell, sino que no pueda acceder a recibir un premio de una institución cuyas bases del premio, paradójicamente, no establecían en qué consistía llevar una vida decente y democrática aunque lo más cercano a dicho modelo de decencia moral debe de ser la vida de monja clarisa que suelen adoptar ciertos cargos de cultura autónoma.
¿Se puede plantear el asunto en su cruda realidad? Gracias. En consecuencia: ¿tienen derecho los asesinos en general, que, además, son escritores, a presentarse a un premio? Sin duda. ¿Y a ganarlo? Sólo lo impedirá su talento, no su pasado de pederasta o de defensor de la legitimidad de la violencia del Estado.
Si las convicciones que alguien pueda tener sobre la libertad, la responsabilidad, la democracia, el vicio y la virtud, afectan al sintagma, a la metáfora y a la frase hecha, habrá que demostrar dichas correspondencias en vivo y en directo. Si alguien que tiene el antiguo poder de los dioses de otorgar premios no quiere que sean dados a gente impresentable, porque uno los tiene por indeseables, debería advertirlo en las bases de dicho galardón: “Impresentables, absténganse”.
En realidad, la gente que antepone la moralidad al sintagma no debería figurar jamás en los jurados de cualquier premio. (y no me estoy refiriendo a los miembros del jurado que dictaminaron a favor de Sarrionandía y cuyo comportamiento en el “affaire” fue ejemplar) Me refiero a esos jurados que se resisten a aceptar que alguien, vicioso y mala sombra, pueda escribir mejor que san Antonio Muñoz Molina, lo que no resulta tan complicado. La gente que antepone la virtud a la belleza será, sin duda, tan virtuosa como Bono, pero se convierten, si es que ya no lo son por esencia, en tipos peligrosos para la vida y para la literatura, como fueron los inquisidores y los sotanosaurios que confeccionaron los Índices de Libros Prohibidos.
Tiene que encalabrinar mucho otorgar un premio a quien se considera en las antípodas del pensamiento y del modo en cómo hacer más justo y más demócrata esta mierda de mundo en que lo han convertido los neocapitalistas y liberales del mercado. Pero es muy probable, aunque, quizás, no lo sea tanto, que, quienes estén contra las ideas políticas y sociales de un escritor, comulguen, sin embargo, con sus criterios estéticos. ¿Cómo reaccionar ante el hecho de que a Mario Vargas Llosa, a quien no soportamos como ideólogo, le guste Flaubert, tanto como a nosotros?
Muy complicado de explicar, y, quizás, lo sea porque las convicciones ideológicas del ciudadano no coincidan con las del escritor. Y es que la ética y la estética, por mucho que quieran fusionarla algunos nostálgicos del mito, tienen una mecánica de funcionamiento distinta. La literatura se hace mayormente con palabras y no con obras de caridad. Y son las palabras las que hay que juzgar. No, si quien las firma es borracho, necrófilo o voyeur empedernido, como era Proust.
Así que, para posibles convocatorias, lo ideal sería que las bases establecieran claramente las exigencias para participar y ganar dicho premio. Es decir, además de escribir obras de claro contenido moral democrático, los escritores tendrán que enviar certificados de buena conducta, certificado timbrado de estar a bien con Hacienda y con la Justicia, y, por si acaso, un certificado de limpieza de sangre democrática expedido por Basagoiti.
Se evitarían así todo tipo de estériles confusiones, incluso las creadas por motivos zarrapastrosamente políticos.