Creo que hay que alegrarse de que ETA haya declarado el fin de su lucha armada. Era una declaración largamente esperada y un objetivo que se ha visto frustrado en varias ocasiones. Que a muchos les haya parecido insuficiente es otra cuestión y ésta pertenece no al presente de la declaración, sino al futuro a corto y a medio plazo del proceso de paz ahora emprendido.
No es el momento de proyectar sombras espesas sobre algo que acaba de nacer y ha suscitado una legítima esperanza en muchos ciudadanos; pero lo cierto es que queda por delante una maraña de cuestiones pendientes que invitan a la cautela. Cuestiones jurídicas, judiciales, de política penitenciaria, de estricta justicia también, de reparación siquiera simbólica de los daños causados, del dolor efectivo, real de las víctimas y de sus familiares, de participación política en igualdad de condiciones, de libertades públicas…
Las voces en torno a estos asuntos pendientes no pueden ser más discordantes porque a mi modo de ver expresan undesacuerdo profundo que va más allá de la violencia misma de ETA: no era solo una cuestión de terrorismo o lucha armada, sino la expresión de dos concepciones por completo distintas del mundo a vivir, de la misma vida, que es lo que resulta intolerable y mantiene abierto una profunda trinchera. ETA seguirá siendo una banda, para unos, una organización política de lucha armada para otros, y eso no tiene arreglo y sí consecuencias.
Hay quien se ha sentido frustrado porque quería ver un fin de ETA escenificado como un auto de fe a ser posible acompañado de un aplastamiento total algo más que policial y judicial, y no ha sido así. No ha habido rendición sin condiciones ni sometimiento. Se insiste demasiado en que ese gesto de ETA es insuficiente -no ha habido entrega de las armas, anuncio de disolución, arrepentimiento, petición de perdón, etcétera- y ya se ve quienes se van a agarrar a esa insuficiencia como a un clavo ardiendo. No les basta con que no haya crímenes y en el fondo, salvo el aplastamiento, no basta nada. Vencedores y vencidos, y vencidos tratados como solo lo saben tratar “un intratable pueblo de cabreros”, en verso de Jaime Gil de Biedma, primo de Esperanza Aguirre cuando a ésta le conviene.
La insistencia en que se trata de un logro policial y de firmeza gubernamental no es sino un intento de quitarle relevancia a lo político, negado desde hace mucho, porque esta decisión de ETA venía incubándose desde hace meses, dentro y fuera del seno de la izquierda abertzale. No se le daba crédito alguno y si esa falta de crédito va a ser una de las marcas del futuro no es como para estar muy optimista. Falta de crédito y voluntad de escuchar.
Como digo, queda pendiente el dolor de las víctimas porque es notorio que se echa y va a seguir echando mano de ellas y de su dolor como munición política e ideológica, en defecto de otra. Se habla demasiado en nombre de las víctimas y no de todas las víctimas, sino cada cual de las suyas. Ahora la llamada equidistancia no está admitida, enseguida no estará permitida. El lenguaje correcto se impone, quien tiene la fuerza de mano quiere imponer su lenguaje. Se notaba de lejos que más que la Paz se pretendía mi Paz: las chocarrerías e indecencias dichas y escritas sobre los participantes en la Conferencia de Paz de Donostia y sobre la conferencia misma daban la medida de lo que a la IA le cabe esperar en un futuro inmediato de un amplio sector de la sociedad española.
¿Y ahora qué?, nos preguntamos todos. Y cada cual responde a esta pregunta como mejor puede, no como sabe, porque saber no sabemos.
Dicen que ahora toca escribir la historia. En boca de algunos ese propósito resulta temible. La historia está ya muy escrita, al paso de los crímenes y atentados cometidos, y está en las hemerotecas con su carga de odio implacable. A cada cual su historia, como siempre. No creo posible una historia, como se pretende, consensada. ¿Consensuada la historia? ¿Cuál?
Eso, el odio, la venganza frustrada, que no la justicia, es algo que tardará en desaparecer y tendrá su peso social, decisorio en lo político, lo queramos o no. Porque ahora, como sostenía Javier Eder el otro día en estas mismas páginas, lo que queda es la política. Lo decía también el aspirante a presidente de gobierno en unas cercanas elecciones que van a ser decisivas para continuación del anuncio de ETA. Causa inquietud lo que puede ser de este proceso de paz ahora emprendido en manos del PP si éste gana las elecciones. Estos meses pasados hemos tenido oportunidad de escuchar demasiadas voces, y demasiado insistentes, sosteniendo que era preciso mantener a la izquierda abertzale en cuarentena fuera de las instituciones, que el pago debe ir mucho más lejos de lo que la misma ley marca en cuestión de penas principales y accesorias, y que con respecto a la izquierda abertzale y a ETA debe haber una penalización social al margen de la misma ley que quede al arbitrio de quien dirija a las víctimas o en su nombre actúe.
Queda pendiente la revisión de las condiciones de los presos, cuya situación no parece estar en muchos casos con arreglo a derecho, cosa que a la sociedad española le ha importado una higa. Decir que se va a estar en contra de medidas, como la de acercamiento, expresamente reguladas, es estar en contra de la ley. Mal comienzo. Tarde o temprano se va a hablar de los presos, ¿y entonces qué? Tarde o temprano algunos presos van a salir a la calle, después de haber cumplido con sus condenas. ¿Y entonces qué, repito?
Queda pendiente la regularización plena de un partido político que aglutine y dé voz, escaños y puestos en las instituciones a los representantes de la izquierda abertzale dentro de una estricta legalidad y sin el acoso de una ley de partidos y de las arbitrariedades cometidas a su amparo. ¿Hasta dónde va a llegar el respeto a esas representaciones políticas apoyadas en la ley? ¿O se va a descubrir ahora que no era solo el cese de la violencia por parte de ETA lo que se pretendía?