mE temo que vamos a oír hablar mucho de La Bofetada, la canción de rap de Julieta Itoiz, La chula potra. La canción y el vídeo llevaban más de cuatro meses en la red (Youtube) y en la calle, en la calle, su sitio, su mejor escenario, pero ha sido ahora cuando la alcaldesa de Pamplona, en vísperas de las elecciones, se ha querellado contra la rapera.
O bien la alcaldesa de Pamplona ha descubierto de pronto que tiene honor que proteger o ha concluido que el ruido mediático y judicial que se puede organizar en torno a su dichoso honor le viene bien para su campaña electoral. Sus trapacerías y alcaldadas no cuentan.
En La Bofetada, La chula potra expresa mucho, no todo, de lo que es un sentir popular y que de otra manera no hubiese podido expresarse, después de años de prohibiciones, arbitrariedades, alcaldadas y más alcaldadas. Un sentir que apenas tiene cabida en las páginas de opinión, que a ella le importan un carajo,ni en las famosas “plataformas de diálogo”, que consiste en que uno hable y ordene y mande, para que otro calle y obedezca. De lo contrario, el diálogo lo emprende su policía. Ese es el rostro que ha ofrecido en los últimos años.
Puede o no gustarte la canción, su forma y su tono, pero el fondo del asunto es otro: cuál es, en vísperas de la elecciones, el suma y sigue de prohibiciones, alcaldadas y frustraciones populares que ha generado la gestión de la alcaldesa en un amplio sector de la población. Entiendo las voces críticas que han surgido ante el texto de la canción, pero entiendo también de qué crispación social, de qué barrios, de qué movimientos sociales sale la indignación (¿no estábamos con qué había que indignarse?: es la moda, hasta los banqueros lo hacen) que alienta esa canción. Esa canción no ha surgido porque sí, sino como un precisa respuesta popular a una actuación política, a una manera de hacer política y de entender una ciudad.
Hay que poner esa canción en su contexto de música rap, que tiene sus reglas. No es La chula potra la primera rapera o rapero que es llevado a los tribunales. Las letras son de todo menos anodinas. ¿Faltonas? Sí, hoy casi todo lo es, hasta la elegancia de los poderosos, sobre todo ésta, por no hablar del peculiar rap que a menudo nos cantan sus uniformados. No pueden pretender hacer lo que les dé la gana, por muchos votos que les apoyen, y mantener en el silencio a una parte de la población cuya presencia y voz afea, por lo visto, el conjunto de esa casa de muñecas suiza en que quieren convertir Pamplona. Y lo que vale para Pamplona, vale también para otras ciudades de nuestro entorno, para una época sobre todo.
Poco se puede añadir al brillante artículo que publicó Javier Eder el viernes pasado, citando al copero mayor del Reyno, Vargas Llosa, pareja de baile de la alcaldesa querellante. Las cosas salen por donde salen, el ingenio popular irreverente se expresa por donde puede y le dejan, por las gateras. Esa es una historia vieja, antigua, tan medieval como el trile (ese que nos practican ellos desde sus cargos millonarios): verbo popular, irreverente, reivindicativo, que se expresa en la calle y no suele salir de ella; sólo que esta vez ha salido a esa otra calle mayor que es la red.
No corren buenos tiempos para la irreverencia. En esta época, el autor de las coplas de escarnio y maldecir castellanas del siglo XVI habría acabado en el cadalso. Y esas coplas corrieron los mercados, las calles y las tabernas, y por eso precisamente se han conservado. Decían lo que no se podía decir en público. Eran libelos, panfletos subversivos contra los estamentos, burlas de quienes se tenían que conformar con sus coplas, pues toda otra rebelión les estaba proscrita.
Los artículos políticos que se publicaban a finales de los años diez del siglo pasado en la revista España, con la caricaturas de Bagaría como portada, habrían dado hoy con sus autores en la cárcel. Aquellas caricaturas en primera plana valían por el mejor de los editoriales. El rap de La chula potra lo mismo: resume y evita la repetición de muchas páginas de matraca sobre los mismos asuntos de los que trata la canción. ¿Resultan excesivos algunos epítetos de la canción? Es posible, pero en esa canción, más que ánimo de injuriar, hay ánimo iocandi, festivo, deslenguado, de feria y fiesta popular, esas que le descomponen a la alcaldesa.
Resulta chusco comprobar cómo a una sociedad más libre le suceden peculiares recortes en la libertad de expresión enmascarados en un reacomodar ésta a un orden y un canon que quedan al arbitrio del que más poder tiene y que establece lo que puede decirse y lo que no. Una canción rap, dentro de un movimiento cultural muy preciso, no es la página de opinión de El País ni un escrito dirigido al interesado con ánimo de injuria. No voy a cometer la zafiedad de decir que La Bofetada de La chula potra es “literatura”, como diría Esperanza Aguirre y la alcaldesa con ella si el rap hubiese ido dirigido a alguno de sus opositores políticos, pero sería bueno que esto sirviera para reflexionar sobre la doble moral y el doble rasero, la doblez del discurso, lo que sirve para mí y los míos (no olvidemos que esto es una trinchera) no vale para ti y los tuyos… Esa canción tiene mucho de ficción en la forma aunque el fondo sean lo que opinan y dicen muchos, entre iguales, entre conjurados. Lo ha explicado de manera sencilla y veraz su autora. El poeta ese fingidor que dice verdades.
¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?
Quevedo. No, hoy se impone la reverencia, el llamado buen gusto, la cortesía mendaz, el falso respeto, la ruleta amañada, las reglas del juego al arbitrio de uno de los contendientes, el costumbrismo siempre reaccionario, la erudición ful, los raros y los raritos, lo filmable y apoyable por la Film Comission de turno, los patronatos de capones, los museos en manos de mafiosos, lo convencional, la jerarquía, la categoría, el callar los atropellos a los que no se les pueda sacar ventaja y te comprometen, lo comercial y rutinario, el arte domesticado, objeto de adorno, relegado a bufonada si es extravagante, hecho contraseña de clase y casta, económica, académica, si tiene verdadero valor comercial.
Por un rincón de la escena, aparece Gabriel Celaya diciendo: “Maldigo la poesía concebida como un lujo, cultural por los neutrales…”. Menuda desmemoria la nuestra. Es de campeonato.