Desde marzo de 1936, después de las elecciones de febrero, ganadas por el Frente Popular, existía ya una conspiración militar contra la II República. Eso lo sabe todo el mundo, especialmente quienes defienden actualmente dicha conspiración. Lo que, quizás, no se sepa, dado el insularismo informativo en que se vive a pesar de internet, es que, de entre quienes más se esforzaron en que dicha rebelión tuviera éxito figura el que fuera director de Diario de Navarra, el periodista madrileño Raimundo García García, alias Garcilaso o Ameztia, entre otros seudónimos.
La postura del Diario fue en todo momento enemiga de una solución pacífica a la crisis política que por estos momentos se vivía en España. Crisis política, que no social. Porque es mentira que las descripciones catastrofistas, de las que hacía gala el periódico de la calle Zapatería, se pudieran extrapolar a todas las ciudades y provincias españolas, empezando por Navarra. Aquí, como se ha demostrado por activa y pasiva refleja, es mentira que los meses anteriores al Alzamiento, la provinci navarra viviese días de sangre y de enfrentamientos callejeros. En la táctica de inventarse una situación social caótica, para justificar un golpe de estado, el Diario seguía miméticamente la senda de los grandes fascistas de la época: Hitler y Mussolini.
Para comprobar la catadura de Diario de Navarra y, más en concreto, de su director Garcilaso, bastará un ejemplo.
En la primavera de 1936, durante el mes de mayo se produjo un nuevo intento por salvar la República con un viraje hacia el centro. Por iniciativa de Besteiro, Maura, Sánchez Albornoz y Jiménez Fernández se promovió una operación en torno a la idea de un gobierno parlamentario de centro apoyado por Azaña, Prieto y también Luis Lucía, cabeza de la democracia cristiana de la CEDA. Es decir, un gobierno que, en modo alguno, representaba ni a los comunistas, ni a los soviets, ni a los anarquistas, ni nada que se le pareciera. Era un gobierno de centro, de talante autoritario, incluso.
La postura del Diario ante ella fue de abierta confrontación. El Diario no hizo absolutamente nada por evitar la guerra civil. Nada. Todo lo contrario. Se esforzó en convencer a sus lectores de que la única salida a la República era matarse entre sí. El Diario deseaba más el golpe incívico militar que el propio Franco.
La noticia de aquella operación política la comentaría Ameztia en sus Divagaciones del 8 de mayo. Y lo haría siguiendo su habitual retórica de satanizar a sus oponentes mediante la ironía y el sarcasmo más crueles.
Ya antes, el 3 de mayo, Ameztia negaba cualquier mérito a Azaña que lo avalara como dictador (DN. 3-V-1936). Hemos dicho bien: como dictador. Porque para el Diario y el conservadurismo más reaccionario, a quien representaba el periódico, la dictadura era la única opción en la que creían. Cualquier otra posibilidad, sería dejar el campo libre al “marxismo de tipo soviético”. Azaña, según decía Ameztia, era “un tímido amedrentado, con arranques de mal talante a veces” (DN.3-V-1936).
Lo que opinaba Azaña de Garcilaso, con quien mantuvo una entrevista, puede leerse en sus Memorias. El retrato que Azaña hace de “García” es, en su brevedad, antológico. En tres líneas refleja que la honradez no parecía ser la virtud que mejor cultivara Garcilaso. Dice Azaña de éste: “Insiste mucho en que en Navarra no puede haber guerra civil. Ignora si hay armas, aunque cree que no; pero bien pudiera haberlas sin que lo supiese. Pero está seguro de que no hay una organización, pues si la hubiera no podría serle desconocida. Y empeña en ello su palabra de honor”. (M. Azaña, Memorias políticas y de guerra, Barcelona, tomo I, págs. 131-132).
El 8 de mayo Ameztia en clave sarcástica diría: “¡Qué diantre! ¡Ni Prieto, ni Besteiro quieren violencias revolucionarias…! Nada de rebeldías, y abajo los energúmenos frenéticos… Eso” (se refiere a la operación política) “suponen ellos, sentará muy bien en la burguesía; y si sienta mal en los energúmenos que se aguanten”. Luego añadirá: “En este tejemaneje están políticos de todos los grupos. Sigamos practicando la pequeña política: política de ardillas y ratones” (DN.8-V-1936).
Garcilaso no creía en el diálogo, ni en el parlamentarismo, a pesar de ser diputado. Para él, la política basada en el diálogo era “una política de modos viejos, ruinucos y tontos”.
Según su opinión autoritaria y militarista, todo eso era inútil ante la realidad social en la que, según su visión maniquea, las masas del Mal eran las dueñas de la calle. La operación de centrar la República, diría Ameztia, no cuenta con un proyecto ni con un jefe. Azaña y Prieto eran además unos monigotes, que manejaba como quería el ala radical del PSOE. (DN.4-VI-1936).
El 28 de junio Ameztia escribirá su último artículo en la sección Divagaciones. En él, además de disparar contra el gobierno republicano, terminará gritando: “¡Alerta! ¡Muy Alerta!”, (DN. 26 y 28 de junio).
Ya el 7 de mayo había dicho: “hay que estar muy prevenidos, muy alerta y muy preparados para cuando llegue el momento de una sola y formidable provocación”.
El 14 de julio con gran alarde tipográfico y a toda plana Diario de Navarra recogerá la noticia del asesinato en Madrid de Calvo Sotelo.
Ameztia hablará entonces de “la pluma que quisiera ser espada”; y acusará de su muerte al “tártaro de chata faz y ojos oblicuos, aborto de infierno”, es decir, “a las fuerzas secretas de la revolución” (DN. 14-VII-1936).
Cuatro días después estallaría la sublevación. Mola, que estaba en Pamplona, y Garcilaso se habían salido con la suya: sublevarse contra un gobierno legítima y legalmente constituido.
Lo demás es apestosa justificación ideológica.