Miguel Sánchez-Ostiz. En qué manos estamos

Y tiro porque me toca

Txupinazo pamplona

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EL otro día fue noticia el falso testimonio levantado por un comisario de policía de Pamplona que, actuando como testigo de cargo, identificó, “sin lugar a dudas”, al agresor accidental en una pelea tumultuaria de lamentable resultado, con objeto de tener un autor de un hecho de verdad desgraciado; cosa que con el tiempo se ha revelado por completo falsa. No hubo error, hubo falsedad.

Los hechos se produjeron el pasado 6 de julio, durante el txupinazo sanferminero, cuando la Policía Municipal entró violentamente en la plaza con intención de retirar una ikurriña, que guste o no a quienes, gracias a la actuación trapacera del Partido Socialista, se han enseñoreado de Navarra, es una enseña legal, por completo legal, y no hay ley alguna que prohíba llevarla o exhibirla en espacios públicos.

El que, a causa en parte del ambiente y al calor de la trifulca, se produjera un muy desgraciado accidente no es justificación para que, gracias a un testimonio policial cualificado, durante siete meses un ciudadano haya sido imputado por unos hechos que no ha cometido.

Y todo, como digo, gracias a la palabra de un comisario de policía identificado por un número que actuó desde la prepotencia de que su palabra valía más que la de un simple ciudadano, como en el caso de abusos por ejemplo, y en clara instigación a la ocultación de un delito, tal y como se viene instruyendo a esa misma Policía según grabaciones que fueron aportadas al juzgado de guardia sin que hasta el momento se sepa en qué ha parado la denuncia ni la municipalidad haya dicho esta boca es mía.

Queda ahora por saber si, ante un hecho de esa gravedad, la fiscalía va a actuar de oficio contra el mando policial que ha testificado y acusado en falso “sin ninguna duda”. Pero no es probable que lo haga, no es acorde con los tiempos, no rima con el clima de exaltación policial a toda costa que reina en una sociedad progresivamente más autoritaria, de exhaustivo control ciudadano.

Por su parte, la autoridad jerárquica del felón nada dice. Y si en estos dos casos calla, en el de un policía al que debe indemnizar por acoso laboral grave, gracias a que el uniformado se permitió el lujo de denunciar un caso de abusos, recurre y dice que no debe pagar, que no quiere pagar, cuando jamás investigó los hechos por los que se le condena.

Nunca ha sido tan oportuna la pregunta sainetera de “¿Pero en qué manos estamos?” .

Pueden hacer con nosotros lo que les venga en gana. Está socialmente admitido. La sociedad policial es un hecho, y ciertas garantías legales una cuestión de suerte más que otra cosa. Basta con estar en el lugar equivocado en el peor momento. En este pantanoso y repulsivo terreno no hay excepciones, hay reglas.

Otrosi digo

Curioso el tratamiento que se da en algunos lugares a la Ley de memoria histórica. Por ejemplo en Pamplona y a su plaza del conde de Rodezno, primer ministro de Justicia del general Franco, que para burlar lo preceptuado en la ley, la derecha cerril rebautizó con el nombre del condado.

Hace falta ser un completo botarate o ni siquiera leer lo que está escrito en la pared o lo que escribieron a su dictado, cuando quisieron burlar la Ley de memoria histórica para decir, como el concejal Iribas: “el nombre ya no hace referencia al ministro de la etapa de Franco, sino que se refiere al título nobiliario propiamente dicho, que viene de la Edad Media, el cual carece de connotación franquista. Nos avala el TAN”.

Para el citado concejal, el año 1790 es la Edad Media. Esa sandez sería para partirse el culo de la risa, si el fondo del asunto no fuera lo grave que es. Porque quien eso sostiene no se equivoca, no puede y no debe, al estar del lado de la autoría, sino que miente, y lo hace a sabiendas para justificar la marrullería.

Además, como puede comprobar quien hasta allí vaya, la plaza sigue rotulada con el mismo nombre con que fue inaugurada, y haciendo clara y expresa referencia al primer ministro de Justicia del general Franco porque a él fue dedicada. Cambiar el nombre por el del condado es una marrullería, un juego sucio político y deshonesto, por muy amparado por el TAN que esté. Cosa que no se les habría ocultado a los juzgadores a muy poco que hubiesen estudiado el fondo de la cuestión, porque el fondo de la cuestión era eludir y burlar la Ley de memoria histórica. Nunca jamás tuvieron intención de cambiar el nombre de la plaza para cumplir la ley.

Y dicho de otro modo: de no mediar el alzamiento del 18 de julio de 1936, no hay más motivo para dedicarle la plaza a ese título nobiliario que al Cojo Manteca o a Perico de Alejandría.

Y para prueba basta repasar los asientos a Cortes del Reino de Navarra desde el siglo XVI al XIX para ver si algún conde de Rodezno estuvo en ellas, o verificar si el condado como tal prestó algún servicio al reino. No hay ninguna otra calle dedicada a un título nobiliario en cuanto tal. Esto lo saben los eruditos locales oficiales, los que en otras cuestiones le cuentan los pelos al conejo que, claro está, están del lado de quien gobierna aunque sepan que defienden una trampa propia del bachiller Trapaza. Entre trapazas anda el juego, no es limpio, y lo saben. Pero hay que estar de parte de quien reparte, y quien lo hace y nos asegura nuestra posición social es esa derecha que del derecho hace burla. No se trata de historia ni de legalidad, se trata de no dar el brazo a torcer, caiga quien caiga, aunque caiga la razón y con ella la ley en traje de burla.

Es mucho más importante mantener regüeldos franquistas que borrar ese nombre que tan emblemático ha sido y es para la derecha golpista de Navarra.

Con independencia de las personas y los nombres propios, este asunto ha sobrepasado con largueza lo personal para convertirse en un asunto de casta y clase, más incluso que político.

Digan lo que digan, el nombre de esa plaza pamplonesa sigue significando lo que significaba el año en que fue inaugurada por el motivo por el que fue inaugurada, no ya para quienes quieren cambiarlo, sino para quienes se niegan a hacerlo. Ésa y no otra es la cuestión.

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Miguel Sánchez-Ostiz

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