Miguel Sánchez-Ostiz. Voraces e insaciables

msoEL otro día estuve en el café Niza, gran café, con mucha historia, sobre todo entre 1936 y 1938, en la época dura de la Guerra Civil y cuando Eugenio d’Ors tuvo en él la Tertulia de la Sabiduría. Pero no están las cosas como para explayarse en erudiciones vanas, y todas las locales lo son, aunque constituyan un rancio género periodístico, bueno para evitar mirar las cosas de frente, cuando esa no es la línea del periódico.  Además, no hay ciudad que no tenga su café de la memoria, o lo que queda de ellos.

El caso es que me fui a tomar un café al dichoso café. Animado. Reconvertido y animado. No reparé en que me sentaba en la vecindad de dos parroquianos a los que G. K. Chesterton habría llamado dos “granujas sin tacha” que conversaban felices y notoriamente satisfechos de lo bien que les había ido en la vida, de lo bien que habían sabido hacérselo. En realidad no pasaban de ser dos campeones de su tiempo.

Él, hecho un flamenquín, parecía que acababa, no de dejar la azada, sino de bajarse del yate donde vive embarcado, espatarrado, con la huevera al sol.

Ella, bueno, ella, tal cual, igual a sí misma, experta nadadora en todas las aguas, por muy turbias que estas sean.

En la vecindad forzosa de las mesas, oí cómo ella decía con desparpajo de enterada que “el pequeño comercio está muerto” porque la gente “se excita por Internet y se compra Armani y de todo”. Quien lo decía, lucía un hermoso bolso de mano de piel de serpiente o de culebra o de pitón, unos seiscientos euritos, de la mano. No es mucho. Comprado sin duda en lugar exclusivo, o a origen. A mí, la verdad, que cada cual se cuelgue los complementos que pueda, pero aquel “el pequeño comercio está muerto” y aquel “la gente se excita con Internet”, me tocaron las narices porque es precisamente gracias a la política neoliberal en la que esta gente se abandera y lacayea, que el comercio pequeño está muerto en la medida en que han dado a las grandes superficies toda clase de facilidades,  y no solo porque puedan estar familiar o socialmente relacionadas con su dirección o propiedad, o porque aspiran a estarlo, porque aquí hay que picar alto, ya sea Madrid o México, aunque vayas a barrer, o a que los indios barran para engordar tu cuenta corriente o por la de los matones que pegan a periodistas por los bares.

A estas alturas, llevar un bolso de piel de serpiente es una provocación p’a lo del medio ambiente, que está mu mal, con lo de la tierra sostenible, la biodiversidad amenazada, las especies protegidas (tú mismo lo eres o como tal vives),  o eso, sobre todo eso. Claro que también puedes pensar que no te van a decir nada, por haber apoyado, incondicionalmente, esto es, hagan lo que hagan, a los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado, antes policía a secas, como una parte sustancial de tu ideología roma.

Aunque también les puedes decir a los del Seprona: “No, señor guardia, la piel no es de especie protegida, es la de la muda”, e igual te dejan pasar, sobre todo si en vez de viajar en bodega como quien dice, viajas en exclusivo, por diplomático o cafisio de cámara de comercio o directivo de caja de ahorros.

Ambos habían brillado, y de que modo, en el partido de Pablo Iglesias, el tipógrafo de la gorra proletaria, peroraron lo suyo en el parlamento de turno, en la ejecutiva del pueblón, con la boca llena, bien llena, de Libertad, de Igualdad, de Justicia, de Democracia y de ese Antiterrorismo que esconde otras fobias, sin el que está gente no sabe hacer nada, para pasarse luego, con armas y bagajes a la derecha paleta, esa que ahora el Partido Popular se esfuerza en reventar, cuando comprobaron la verdad más importante de la política: el dinero no huele.

Hablaban y hablaban de lo bien que les había ido la vida en la política, con la política, dentro de ella, fuera, aunque nunca muy lejos, en los negocios a ella aparejados, las concesiones, el fregoneo, los puestazos, exclusivamente montados para ellos, esto es sin contenido alguno o con contenido escaso. Los reyes del mambo y encima, todo un modelo social.

Aquella pareja de campeones sociales representaba con ventaja a una cierta clase política que ha hecho de esta un negocio, el negocio de su vida, el que jamás hubiesen podido hacer ejerciendo la profesión que tuvieran, si es que la tenían, de manera que la vida sin negocios resulta incomprensible: es lo que le llaman entregar la vida a la función pública, nunca a cambio de nada desde luego, sino a cambio de la canonjía y la bicoca. Representaban a una nueva casta social en la que unos entran por los votos y otros por las innumerables gateras que los primeros proporcionan, por el parentesco, el contraparentesco, la bandería y el cuadrilleo; una clase social a salvo de toda clase de contingencias. Pase lo que pase, el dinero seguirá entrando en sus bolsillos, por arte de birlibirloque. Las borrascas económicas, los desahucios, las ruinas personales, la asistencia médica precaria o cuestión de suerte, es cosa de los pringaos, de los que no saben de qué va la cosa, de los que no han sabido comprar billetes de lotería ya premiados.  Citaba Jorge Nagore a Maragall: “Muchos de los ex han hecho de su condición un lucro incesante”.

Pero no hace falta ser presidente para gozar de estatus de privilegio, con haber bandarreado de manera más mediática que otra cosa por la política provinciana y sus aledaños, basta, y sobre todo sobra. Por eso pensé que estaba soñando cuando él balandrista le dijo a la nadadora de todas las aguas: “O sea que no tienes tentaciones de volver a la política”. A lo que ella contestó con una leve melancolía en la voz: “Bah, no, el otro día oí que era la candidata de UPN a la alcaldía de Pamplona, pero nada, yo nada…”. No le dejó seguir el flamenquín: “¡¿Pero con encuestas?!” (Con voz de asombro admirativo). Y la de la muda de la culebra, displicente, con tono de gente de mundo replicó: “No, cosa popular, además ya no me compensa…”. Solo les faltaba aplaudirse. Compensar, no compensar… Por cuánto, en dónde, hasta cuándo: asesorías, dietas, representaciones, consejos de administración, direcciones generales…. Conviene pensar en estos campeones de cara a las urnas, aunque tengo mis dudas de que la existencia de esta especie depredadora dependa solo de nuestros votos.

Miguel Sánchez-Ostiz

Información del autor y libros en Pamiela.com

http://vivirdebuenagana.blogspot.com/

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