Tanto en términos coloquiales como académicos se tiende a hablar de un sentimiento colectivo, el cual, al revés que Dios, no necesita, al parecer, de ningún argumento ontológico para demostrar su existencia.
Ni siquiera interesa conocer si este sentimiento es propio de la especie y de su evolución o sólo se da en determinados individuos. ¿Nacemos ya con dicho sentimiento en la epidermis o es producto de un toma y daca con la realidad que nos ha tocado vivir? ¿Quién fue primero, el huevo o la culeca?
Algunos aseguran que se trata de un sentimiento que nació en el eoceno cuando irrumpieron los primeros monos en la llanura. Lo dedujeron de la lectura e interpretación de unos signos pétreos, luego corroborados en pergaminos que solamente vieron dos. Y, desde entonces acá, ha permanecido perenne, vivito y coleando entre los ectoplasmas de la tribu y del organismo individual. En determinados momentos, casi siempre cuando un poder absoluto intenta mermar el poder relativo de una sociedad, la gente, gracias a las arengas de quienes tienen especial sensibilidad para captar estas cosas espiritosas, se ve agraviada y monta en cólera colectiva y radiactiva.
La verdad es que, a veces, bastaría con saber quiénes son los que defienden y ordeñan con tanto ardor dicho sentimiento para no caer en el círculo de sus envolventes caricias. Yo, por ejemplo, no me fiaría un pelo del sentimiento religioso colectivo que pretenden instaurar los obispos españoles actuales en el corazón de tribu. Y, tampoco, me fiaría del sentimiento político nacional, español o vasco, que algunos proyectan infundir en la ciudadanía.
En ciertos casos, yo, al menos, renunciaría a formar parte de ese sujeto histórico colectivo, con derechos culturales, políticos, y sentimentales, y que, desde el pleistoceno, son seña de identidad colectiva. ¿Por qué mi negativa? Porque se trata de un órgano que, por no verlo encarnado, no lo veo ni como prótesis en quienes lo defienden con tesón y vehemencia.
Niego que la sociedad posea un órgano del sentimiento colectivo y que, en determinados momentos, se encienda como señal de alarma, impulsando al personal a manifestarse como sujeto-histórico-colectivo agraviado. Que sea toda la sociedad al unísono democrático inteligente quien posea un resorte de tal calibre y que, en cuanto se lo tocan, salte hecha un basilisco, es milagro tan risible como la transustanciación. De verdad, si alguien ha visto ese volcánico punto g de la sociedad que, en cuanto se lo frotan con malas artes se pone como loca histérica, valga la redundancia machista, debería comunicarlo y describirlo. Por descubrimientos menos importantes, a ciertos investigadores les han dado el Premio Nobel.
Para mí se trata de una abstracción y que, como tal argamasa, resulta fácil de instrumentar en función de unos intereses que, rara vez, coinciden con los intereses de las gentes, y sí con los de las clases que más o menos dirigen las instituciones de dichas sociedades, o aspiran a hacerlo. Si de verdad existiera dicho sentimiento, sería imposible manipularlo.
En Navarra, siempre se ha dicho que Gamazo hizo por la consolidación del sentimiento navarro colectivo mucho más que todas las guerras carlistas juntas y que las investidas del ejército liberal español. Y mucho más, por supuesto, que el pacharán y los sanfermines. No sé si como Osasuna. Quizás, menos. Porque, cuando le toca subir de segunda división a primera, los niveles de sentimentalidad del sujeto histórico navarro alcanzan un nivel de sentimentalidad colectiva difícil de comparar en los Anales del P: Moret.
Claro que en 1910, uno no sabría bien si la famosa Ley del Candado fue benefactora o no para el desarrollo de ese órgano del sentimiento colectivo. Porque hubo navarros con denominación de origen que apoyaron dicha ley; mientras que otros, incluso antes de que se aprobara, la trataron digna de Satanás. ¿Quiénes tenían más desarrollado el órgano del sentimiento navarro colectivo, los que apoyaban la ley que impulsaba el diabólico José Canalejas, o aquellos que, arredilados en torno a la pollera del obispo de la diócesis, Fray José López de Mendoza, arremetían contra aquella ley anticlerical y laicista, y digna de figurar en los anales del eje del mal? Dicho con más crudeza: ¿Quiénes eran más navarros, los fueristas o los antifueristas?
El periódico de Cordovilla ha sido el periódico que más leña verde ha echado a la hoguera en este viscoso terreno, distribuyendo patentes de titularidad navarra. La perspicacia de este periódico ha sido tan proverbial desde 1903 hasta hace cuatro días en que se aprobó la ley del matrimonio gay, que siempre supo distinguir entre quiénes eran los auténticos navarros y quiénes no, quiénes estaban en posesión de un verdadero sentimiento navarro y quiénes, por el contrario, jamás podrían formar parte de ese sujeto histórico colectivo de Navarra. Una de las enseñanzas, que aprendí leyendo este periódico, es la artera manera de manipular el concepto y alcance de la palabra sentimiento en términos colectivos por parte de las instituciones.
¿Cómo se pueden cuantificar los sentimientos? Podemos calificarlos de mil y una maneras, que para eso están los adjetivos. Pero ninguno de ellos será capaz de establecer de forma exacta y rigurosa la cantidad de sentimiento que uno experimenta en relación con ciertas categorías políticas y sociales.
Reconozco que hay personas que son capaces de cuantificar los sentimientos de las personas. No sólo eso. También lo son de establecer qué sentimientos políticos o sociales son mejores que otros. Quien lo dude pase por la reserva espiritual que representa el citado periódico del polígono. Pero no sólo. También existen entidades, grupos y partidos que tratan de superar al mismísimo periódico en el cultivo de este esencialismo histórico.
¿Cómo se puede medir el sentimiento colectivo de unas gentes del siglo XVI? ¿Y del siglo XX? No tengo ni idea, pero me consta que existen historiadores, no sólo los de la dinastía de Del Burgo y Baleztena, que son capaces de determinarlo de forma exacta y rigurosa. Lo que revelaría que están en posesión de un metro capaz de lograr semejante proeza: medir la cantidad de sentimiento colectivo de una población, aunque ésta haya vivido en tiempos de Viriato y de sus asesinos, Audax, Ditalco y Minuro. En mi opinión, la uniformidad y homogeneidad sentimental es un imposible. No sólo físico. También, metafísico. Ni política, ni socialmente, es posible hablar de un sentimiento colectivo.
¿Y de sujeto histórico colectivo?
Como la verdad es lo que uno tiene por verdadero, según Nietzsche, que cada cual ilumine su estancia interior con la vela particular de su reflexión.
Sobre el autor del artículo: Victor Moreno
Libros del autor: Pamiela.com