El día 29 de septiembre de 2018, conmemoramos el día de la Memoria Histórica dedicado a recordar a las mujeres que los falangistas y carlistas de Villafranca raparon el pelo al cero el día 2 de septiembre de 1936 en los locales de la Falange, Calle Mayor nº 61, domicilio que anteriormente había sido la casa del Pueblo de la UGT y que los golpistas del pueblo incautaron como hicieron con otros inmuebles de valor.
En total fueron 35 mujeres a las que se las vejó y humilló públicamente como jamás se había hecho en el pueblo, si exceptuamos el mismo hecho perpetrado en noviembre de 1834 en la Primera Guerra Carlista contra las mujeres liberales de Villafranca.
Al mismo tiempo, se commemoraría el triste recuerdo del asesinato y la violación de Carmen Lafraya -también rapada-, junto con el asesinato de su padre Esteban, el día 29 de septiembre de 1936 en Cadreita. La vox pópuli ha señalado siempre que en dicho acto de barbarie participaron de Villafranca José Burgui, alias Gary Cooper, y el coadjutor de la parroquia Luis Igoa, además de dos individuos de la localidad cercana de Milagro (Navrra).
Nada más conocerse la noticia de que se dedicaría una plaza a CARMEN LAFRAYA, la Piti o la Mainata, escuché de pasada a varias personas expresando su malestar por dicha dedicatoria. Preciso. Por la dedicatoria, no por el asesinato de Esteban y de su hija Carmen. Una lamentación que nunca he escuchado en boca de los herederos ideológicas de quienes mandaban en 1936 en Villafranca. Exigimos que lo pida el Gobierno, UPN y Diario de Navarra -que estos tampoco lo han pedido-, pero ¿cuándo saldrán a la palestra haciéndolo quienes de alguna manera son herederos morales de lo sucedido en 1936?
Si repasamos los artículos que escribieron en periódicos como El Pensamiento Navarro y Diario de Navarra, veremos ahí los nombres y los apellidos de quienes justificaban y jaleaban dichos asesinatos, gente del pueblo que a sí mismo se llamaba corresponsales. Sus descendientes no son responsables directos de aquella masacre, pero si no condenan aquellos actos, tendrán la consideración de responsables morales.
En cuanto al malestar aludido, transformado en reproche, podría traducirse de este modo: “Los que defendéis la Ley de la Memoria Histórica exigís que se destruyan los signos del franquismo, pero no os importa poner nombres de plazas y levantar monolitos a los republicanos. Al final, sois todos iguales”. Y dicen “a los republicanos”; nunca a “los republicanos asesinados”.
La acusación proviene de familiares descendientes de los vencedores de la guerra, pero también de nietos de republicanos represaliados, asesinados o no, que han decidido aparcar lo sucedido con sus familiares, actitud idéntica a la del primer gobierno de Rajoy cuando suprimió la Oficina de Víctimas de la Guerra Civil y la Dictadura, en marzo de 2012, porque, como dijo un gerifalte del PP, “todo esto de la memoria histórica huele a revival de naftalina”.
Es una inculpación que conviene reflexionar sobre ella. En este caso, la abordaré con una pregunta: ¿por qué recordar y honrar mediante nombres de calles y monolitos a la memoria de las víctimas de 1936, no es lo mismo que recordar y honrar mediante monolitos, nombres de calles, figuras ecuestres y monumentos, como el monolito dedicado a los Caídos de Villafranca, o el Monumento a los Caídos en Pamplona, dedicado a honrar la memoria de militares golpistas y a los soldados de quienes murieron por Dios y por España, con la consideración de mártires de la Patria?
Antes de responder, recordaré algunos hechos relacionados con esta temática.
Históricamente, Villafranca no ha sido muy propicia a poner nombres de personas a sus calles. Menos aún, dedicarle monolitos. Más que inclinada a poner nombres de personas –antroponímicos-, lo estará por la toponimia –nombres de lugares, como lo fue la antigua denominación del pueblos, Alesués -con significado de altozano frío. hasta el siglo XIII.
En el primer censo, que data de 1849, aparecen nombres como calle Alta, Azadón, Ancha, Del Pozo, Caracol, Romero, de la Luna, de la Pelota, del Circulo, de la Lechuga, del Cablero mayor, de los Carreteros, de las Ocho Esquinas, de los Carros del Sol… Y con el tiempo: Crucero del Hospital, Muchos, Procesiones, Verde, Rosas, Rejas, Carnicerías, Crucero Ancho, Crucero Estrecho, Corralillos, el Portillo, El Castillo, Quintana, el Mesón, Procesiones… entre otros.
Iniciado el siglo XX, el Ayuntamiento se estrenará bautizando tres de sus calles con nombre de personas, contraviniendo su tradicional asepsia ideológica. Serían: Martínez de Arizala, Marqués de Vadillo y Fernando Calahorra.
Dedicar una calle a los Martínez de Arizala resulta ser un hecho tan curioso como paradójico, porque Villlafranca desde el siglo XVII había mantenido procesos judiciales contra esta familia, al frente de la cual se encontraba Juan Martínez de Arizala, vecino de Mendigorría, caballero de la Orden de Calatrava, casado con la villafranquesa Catalina de Iracheta, y dueño de los territorios de Casanueva y Corbaran. El conocido palacio de Bobadilla perteneció en primera instancia a los Martínez de Arizala. La denominación actual de la calle Martínez de Arizala hace referencia a una hija de la familia, Conchita Martínez de Arizala Sabater, la cual entregó al Ayuntamiento una generosa cantidad de duros para la construcción del nuevo hospital y el reforzamiento del atrio, cediendo parte del espacio, que en esa época estaba llena de árboles. La calle que recibió su nombre se denominaba antes de este cambio, Calle del Hospital.
El tradicional Atrio de la Iglesia pasaría a denominarse Paseo del Marqués de(l) Vadillo, es decir, Francisco Javier González de Castejón y Elío, nacido en Pamplona en 1848. Fue ministro de Gracia y Justicia durante la regencia de María Cristina (1900-1901), cargo que volvería a repetir en el reinado de Alfonso XIII (entre 1913 y 1914). Vadillo era político y se jugaba la plaza en el distrito de Tudela, al que pertenecía Villafranca. Así que dio unos duros para el ensanchamiento y adecentamiento del paseo que lleva su nombre.
Fernando Calahorra, sacerdote y músico, benefactor de la villa, cuya desinteresada ayuda económica serían de gran apoyo para la creación del nuevo Hospital, daría nombre a la actual Plaza. El obispo de la diócesis, López de Mendoza, a pesar de ser uno de los que más contribuyó a erigir dicho hospital, no sería recordado con el nombre de una calle. Lógico, las 10.000 pesetas que entregó al municipio, lo serían como préstamo, cuyos intereses devengados aún coleaban de pagar durante la II República y años posteriores.
Con la llegada de la II República, varios nombres de sus calles sufrirían diversos cambios, algo que no había sucedido durante la Dictadura de Rivera. Ni siquiera el nombre del dictador se puso a ninguna calle. En cambio, en el tiempo republicano, la plaza Mayor se llamaría Plaza de la Constitución, la calle Carnicerías pasó a llamarse Libertad; la calle de la Estación, Fermín Galán; Crucero Estrecho, García Hernández; El Portillo o raso Marcelino, Plaza de la República; Crucero Ancho, Avenida del 14 de abril; y en 1935, la calle de los Muchos pasaría a denominase Pío Díaz, primer alcalde republicano de Jaca y presidente de la Federación de los Municipios españoles.
Con la llegada de los golpistas, el nuevo cambio político se traduciría en nuevos nombres para las calles: Carnicerías se denominó Conde Rodezno, eso sucedería en 1952, tras la muerte de este; Calle de la Estación recobraría su nombre y la avenida Carretera de la Estación se denominaría Avenida del Generalísimo y Crucero Ancho, General Mola; raso Marcelino, El Portillo, y Los Muchos volvieron a su anterior denominación.
Y, con la llegada de la democracia, los nombres de Rodezno, Mola y Franco desaparecieron, recuperando los nombres de Carnicerías, Crucero Ancho y la Carretera de la Estación pasaría a denominarse Miguel de Cervantes.
Durante la democracia, y en contra de la higiénica costumbre de no poner nombres de personas a las calles, aparecieron, entre otros, los de los Hermanos Sánchez y Ramona Barasoain, a quienes la mayoría de las personas aquí presentes conocimos. Maestros los tres. De los hermanos Sánchez, me refiero a Pelayo y Cándido, fueron en su juventud activos militantes políticos republicanos, y Ramona Barasoain, fue una conspicua franquista y defensora del Movimiento. En esta situación, muchas mujeres y maestras podrían haber optado a dicho honor, dado su compromiso inequívoco con la República, además de haber sufrido la brutal represión fascista y franquista: Micaela Santamaría, Basilia Casajús, mujer de Nicolás Jiménez, Carmen Bejarano, Felisa Irriguible esposa de Manuel Azcona, asesinado, Carmen Álvarez, hermana de Julia… Y ya no digamos los hermanos, ambos maestros, Sixto Alonso -asesinado- y Carlos, preso en el campo de concentración de Mauthausen. Y, ya puestos, haber dedicado una plaza o una calle a los asesinados en 1936 o a las mujeres que fueron humilladas cortándoles el pelo a raso en septiembre de ese mismo año el día 2.
Desgraciadamente, ni en el tiempo en que los socialistas con mayoría absoluta dirigieron el gobierno municipal se planteó siquiera dicha decisión. Menos aún, en las dos legislaturas de UPN. Es más. Cuando se propuso que la Plaza de la Juventud se conociera como Plaza Julia Álvarez Resano, uno de los argumentos en que se basó UPN para rechazar dicha moción fue que “en Villafranca no existían nombres de personajes ilustres en sus calles” y que, “puestos a echar mano de estos, ahí estaba el Conde de Rodezno, más ilustre que ninguno”.
Para situarnos en el contexto de la época, será preciso recordar que hace unos años visitabas una ciudad, paseabas por sus calles, leías sus nombres, contemplabas sus monumentos públicos y deducías, sin equivocarte en qué época estabas viviendo y quién mandaba en el municipio.
En Villafranca hasta que no llegó la democracia, las tres figuras más detestables del golpismo figuraban en su callejero: Franco, Mola y Conde de Rodezno. La calidad democrática institucional de un pueblo podía medirse leyendo el nombre de sus calles, contemplando sus monolitos y sus monumentos. Nombres, monolitos y monumentos eran un canto silencioso al golpismo protagonizado por Franco y sus militares perjuros.
Han sido muchos años padeciendo este baño pétreo, exaltación directa de la ideología-fascista y del nacionalcatolicismo contra el que no se ha podio hacer nada hasta bien entrada, pero muy entrada, la democracia. De hecho, durante la llamada transición democrática desde el poder político no se hizo absolutamente nada significativo en librar a las ciudades y pueblos de esta memoria sangrante.
Por tanto, dada esta persistencia ideológica glorificando golpistas, no negaré que haya personas que miren con cara de pocos amigos la plaza dedicada a Carmen Lafraya y la placa dedicada a las 35 mujeres a quienes les cortaron el pelo, renieguen de él. Ha sido una costumbre de ochenta años y no podremos evitar que haya gente que piense que se han colocado estos hitos únicamente para enredar y no tendrían inconveniente en levantar otro monolito dedicado a Tomás Domínguez Arévalo, conde de Rodezno, que, como me dijo uno, “bien lo merece por su historia”.
Caso de ser así, de dedicarle un monolito al conde, resultaría paradójico, toda vez que durante más de cuarenta años largos que duró el franquismo y, tras la muerte de Rodezno el 10 de agosto de 1952, no se llegó siquiera a hacer una propuesta municipal en esta dirección, para recordar al “hijo más ilustre” de la villa” -como dijo el primer Ayuntamiento fascista-, mucho más que Juan Vallés, también villafranqués, y tesorero de Navarra y secretario de nada más y nada menos que Carlos I de España y V de Alemania.
Hay que reconocer que los defensores de Rodezno no lo tendrían difícil a la hora de apelar su linaje ilustre, sus múltiples cargos políticos, e, incluso, su legado como escritor. El problema empezaría en cuanto hurgásemos en las ideas y valores en los que basó su andadura política, comenzada en 1904 y terminada en 1952, año en que murió. No estará mal recordarlo una vez más. Rodezno fue enemigo de la Democracia, de la soberanía popular, de la separación Iglesia y Estado, de la libertad de expresión, de la coeducación, de la Constitución, del sistema parlamentario, del sufragio universal y del divorcio. Se implicó en el intento de golpe de estado de Sanjurjo en 1932, dinamitó la comisión de la Reforma Agraria y cofundó la Asociación de Terratenientes de Navarra con la intención de ningunear las reclamaciones de los jornaleros. Ostentó la cartera de Justicia durante el primer gabinete fascista en 1938, encargada de lo relativo a registros, notariado, prisiones y asuntos eclesiásticos. Modificó el Código Penal, reintegró en sus puestos a los antiguos jueces, se reconstruyeron los Registros de Propiedad, derogó las disposiciones relativas al matrimonio civil y condición de la mujer casada, y restauró la Compañía de Jesús. Cesó en el cargo en septiembre de 1939. Franco lo nombró Grande de España el 1 de octubre de 1952, dos meses después de su muerte, ocurrida en Villafranca. Durante el franquismo, Domínguez Arévalo pudo haber recibido el aplauso de sus paisanos en forma de monolito, pues representaba mejor que nadie los valores del nuevo régimen dictatorial. Pero no lo hizo. Actualmente, dedicarle un monolito o una plaza sería un baldón ignominioso, no para Domínguez Arévalo, sino para sus promotores que aseguran ser demócratas y constitucionalistas.
Cuestión clave del asunto.
La cuestión clave está en determinar qué valores vemos en la representación de estos monolitos, de estos monumentos, de los nombres de calles, jardines, locales e instituciones y demás espacios, tanto públicos como privados, dedicados a personajes o hechos de la historia. La clave está en aclarar a qué invitan a pensar y a actuar cuando uno lee el nombre de una calle o contempla un monolito o un edificio dedicado a alguien.
El Monolito del cementerio
Hasta el 7 de octubre de 2017, entrabas al cementerio y al fondo de su parte izquierda, se podía contemplar el monolito tal y como el Ayuntamiento de Villafranca dedicó “a los Caídos por Dios y por España y que aquí se reproduce.
En principio, la idea de su erección nació en diciembre de 1952, cuando Franco visitó Pamplona y el Monumento a los caídos en Pamplona, pero el proyecto de un nuevo Cementerio retardó su construcción hasta el 19 de junio de 1958. Y aun sería el 18 de octubre de este año cuando se bendijo su construcción y se hicieron los honores a los caídos que figuraban en el monolito.
El monolito fue instalado por decisión de un Ayuntamiento franquista y respondía únicamente a los deseos e ideas de la población que había ganado la guerra. La lista de los nombres esculpida en el monolito, dos bloques de piedra coronados por una cruz, estaba encabezada por el nombre de José Antonio Primo de Rivera y a continuación venían los nombres que el Ayuntamiento remitió a Diputación en 1946, añadiendo la de los hermanos Arévalo Escudero, Fermín de Saleta, J. R. Bobadilla y A. Castellanos Corbin.
Tras solicitarlo al Ayuntamiento la Asociación de la Memoria Histórica, se borró de dicho monolito la apelación “Caídos por Dios y por España, el nombre de José Antonio y el grito de Presentes”, pero los nombres de esos caídos siguen aún esculpidos en la piedra.
El monolito ha sido el signo inequívoco de la permanente e injusta discriminación que los Ayuntamientos sucesivos de Villafranca han perpetrado contra la memoria de las familias de las víctimas republicanas, las cuales no recibieron siquiera el tratamiento de muertos, sino de desaparecidos, y esto ocurriría en 1941 para satisfacer el prurito burocrático de la Diputación franquista.
Nunca han tenido la consideración de muertos, sino de desaparecidos. Hasta el 15 de enero de 1979, fecha en que sus restos – de 25 entre 42 asesinados-, fueron depositados en el cementerio civil de Villfranca.
Nada tengo en contra de las personas que aparecen en el monolito franquista. Ojalá que nunca hubieran tenido la muerte que tuvieron. Lo que, sí, resulta lamentable y condenable es que el poder político instrumentara sus nombres para hacer apología y exaltación del golpismo militarista y de la apología de la guerra y del exterminio del enemigo, y no de la Constitución, ni de la Democracia, ni de las urnas, como instrumentos convenientes y únicos para acceder al poder político. Para colmo, utilizaba los conceptos de Dios y de España como justificación del golpismo y de la guerra, como si fueran de su propiedad exclusiva y excluente.
Para acabar con dicho agravio, sería conveniente completar el trabajo del borrón, es decir, hacer añicos cuanto antes dicho monolit0.
El Monumento a los Caídos
El monumento a los Caídos, construido en Pamplona, nunca fue inaugurado por Franco aunque así quiso hacerlo ver la prensa de la época, Diario de Navarra y El Pensamiento Navarro, pero no hubo tal. Tanto es así que nunca ha sido inaugurado.
Aunque lo parezca, no es un monumento en recuerdo de los muertos pamploneses en el frente de combate, sino de todos los navarros. De todos los navarros que murieron en el frente de guerra formando parte del ejército rebelde y fascista. A todos ellos se los honró por haber ofrendado en holocausto su vida por la defensa de Dios y por España, y por la Cruzada. Franco vino a Pamplona el día 2 de de diciembre y pasaría en Navarra varias jornadas, visitando primero Javier y echando una arenga el día 4 desde una plataforma junto monumento a los Caídos, todavía sin terminar.
La llegada del Dictador a Navarra hizo furor en los franquistas.
De hecho, el Ayuntamiento de Villafranca, presidido por Miguel Garrido Arrondo, celebraría una sesión extraordinaria el día 28 de noviembre, con un único punto del día para “adoptar el acuerdo en orden a la adhesión de Villafranca al homenaje que Navarra ha de rendir al Generalísimo con motivo de su visita para celebrar la clausura del IV Centenario de la muerte de san Francisco Javier”.
Acta municipal
“Es evidente el cariño que S. E. el Generalísimo Franco siente hacia Navarra, como lo demostró el año 1937, cuando vino a imponer a nuestro Escudo la Cruz Laureada de san Fernando, como premio al esfuerzo que nuestra provincia realizó en la Guerra de Liberación Nacional que el Generalísimo acaudilló; cariño que ahora reitera y recibiera al venir de nuevo a nuestra tierra a presidir los actos de clausura del IV Centenario de la muerte de aquel insigne navarro que tanas almas ganó para Dios Nuestro Señor, predicando el evangelio por las lejanas tierras de Oriente.
Es natural que Navarra se sienta conmovida en los días venideros con la presencia en nuestro suelo del ilustre soldado, bajo cuyo mando miles y miles de navarros hermanados con otros buenos españoles lucharon y vencieron en la guerra de liberación restaurando los sagrados ideales de Dios y de España hollados en muchas partes por las fuerzas del mal y del insigne Estadista que, después de ganar las batallas de la Paz contra todas las intrigas y obstáculos que desde fuera de nuestras fronteras se han maquinado todos los cuales han sido superados o están en vías de serlo.
Y, así como el Generalísimo Franco dijo en su discurso del 9 de noviembre de 1937 en Pamplona, en el concurso de provincias que rivalizaban por engrandecer a España le cabe a Navarra el honor y la flor, ahora en esta coyuntura que se nos presenta hemos de demostrarle que seguimos en las avanzadas de esa doble rivalidad por el engrandecimiento de la Patria y que son nuestros deseos superarlos en ese honor y en esa flor más bella y lozana que en 1937 si cabe en el mejor servicio de España y de su invicto caudillo.
Por todas esas razones y por otras innumerables más que es imposible recoger en la prosa fría de este acuerdo, propone el señor Alcalde se adopte acuerdo en que quede plasmada la satisfacción de esta corporación municipal por la visita de Su Excelencia el Generalísimo Franco a navarra.
La corporación municipal compenetrada plenamente con las manifestaciones del señor Alcalde las hace suyas y por unanimidad:
ACUERDA.
Primero. Ver con profunda satisfacción y verdadera simpatía la visita que con motivo de la cláusula (digo clausura) del IV Centenario de la muerte de San Francisco Javier va a realizar en Navarra durante los días 2 y siguientes del próximo mes de diciembre su excelencia el jefe del Estado español y Generalísimo de los Ejércitos nacionales excelentísimo señor don Francisco Franco y Bahamonde.
Segundo. Concurrir en cuerpo de Comunidad a los actos que se celebran en Pamplona con motivo de las estancias en Navarra de nuestro invicto caudillo
Tercero. Reiterarle una vez más la inquebrantable adhesión de esta villa y de su corporación municipal y los propósitos de seguir laborando desde el Ayuntamiento por una labor de engrandecimiento de Villafranca de Navarra y de España en el mejor y más leal servicio al Caudillo
Cuarto. Para el acto de recepción del caudillo y su distinguida esposa que se celebrará en Pamplona en la tarde del día 2 se designa una comisión integrada por el señor alcalde don Miguel Garrido Arrondo y los concejales don Antonio Moreno rota y don Julián Garrido Soret
Finalmente, se acuerda exhortar por todos los medios posibles al vecindario a fin de que en las memorables jornadas que se han de vivir durante estos días en Pamplona se procure acudir con el mayor número posible demostrando una vez más la inquebrantable adhesión de nuestro pueblo hacia el Generalísimo Franco.
Alcalde, Miguel Garrido. Concejales, Paulino Muñoz, José Ansó, Antonio Moreno, Jesús Arrondo, Julián Garrido”.
Un monumento apologia del golpismo
Sin lugar a dudas, el Monumento a los Caídos de Navarra es el más ofensivo de los existentes a la memoria histórica de las víctimas republicanas de la guerra. Es la exaltación por antonomasia del golpismo. Hoy se discute si se resignifica convirtiéndolo en un Centro de la Memoria o se destruye sin más ceremonias de la confusión. En este debate, se encuentra el Ayuntamiento de Pamplona y las fuerzas políticas del momento, además de la población civil, especialmente, las asociaciones de familiares asesinados que mantienen en vivo la memoria histórica de lo sucedido en 1936.
Tal y como se está llevando el debate no puede uno sino manifestar su perplejidad por dos razones fundamentales: Primera, la marginación a la que se ha sometido a los Ayuntamientos navarros en este asunto como si no tuvieran nada que decir. Más importante que su opinión ha sido la de distintos arquitectos y urbanistas autóctonos y foráneos para decir qué es lo que hay que hacer con el monumento. Lo mismo ha sucedido con las Asociaciones de los familiares asesinados en la guerra, a las que no se les ha preguntado su opinión. Segunda, el Ayuntamiento de Pamplona ha asumido la representación de gestionar las cuestiones derivadas de este asunto y no parece que haya consultado al resto de las corporaciones municipales de Navarra.
También, es justo decir que los Ayuntamientos no han mostrado ninguna iniciativa al respecto, pronunciándose en mociones sobre qué hacer con dicho monumento.
Recuerdo que cuando se inauguró, la mayoría de los Ayuntamientos navarros estuvieron presentes respaldando el discurso del Dictador Franco. Las protestas de algunos carlistas contra este fueron irrelevantes.
Y recuerdo, sobre todo, que “sobre los muros de piedra del monumento hay numerosísimas lápidas de mármol, en las que aparecen grabados los nombres y apellidos de todos los muertos navarros en la Cruzada de España, colocados por orden alfabético de apellidos, dentro de cada pueblo. A su vez, todos los pueblos de Navarra están grabados en mármol por orden alfabético”.
Y que, además de la tumba de Mola, situada en el centro de la cripta, existen cinco panteones dedicados a las cinco Merindades históricas de Navarra: Olite-Tafalla, Pamplona, Estella, Sangüesa-Aoiz y Tudela. La sombra del Monumento a los Caídos es alargada y afecta a todos los municipios de Navarra. Deberían manifestar públicamente su actitud respecto a las posturas indicadas: demolición o resignificación del monumento.
Los Ayuntamientos no deberían mantenerse indiferentes ante el debate suscitado sobre la mayor construcción arquitectónica de Navarra -la segunda del Estado tras el Valle de los Caídos- que glorifica el golpismo y la barbarie; no en vano, responde a los deseos de unos militares golpistas, como Sanjurjo, Mola y Franco, quien en el decreto del 1 de abril de 1940, sobre la construcción del Valle de los Caídos, dejó dicho:
“La dimensión de nuestra Cruzada no puede quedar perpetuada por los sencillos monumentos con los que suelen conmemorarse en villas y ciudades. Es necesario que las piedras que se levanten tengan la grandeza de los monumentos antiguos para que las generaciones futuras rindan tributo de admiración a los héroes y mártires de la Cruzada”. Mártires de la Cruzada, que no de los muertos de ambos bandos, como suele decirse.
Rebobinando
Erigir un monolito en recuerdo de alguien no es un acto neutral. Tampoco lo es dedicar el nombre de una calle a una persona. Al hacerlo, nos posicionamos tanto ética como ideológicamente, poniendo en evidencia, tanto si se está favor como en contra, nuestra forma de comprender e interpretar la realidad del presente como del pasado.
Por eso, preguntaría: ¿desde qué ética de la convicción, basada en principios, se puede mantener la defensa de un edificio o de un monolito que glorifica y exalta formas políticas de actuación ilegales e injustas para hacerse con el poder como es el golpismo contra gobiernos legítimamente constituidos y elegidos por la soberanía popular? ¿Desde qué ética de la responsabilidad, de los hechos y de la actuación individual y colectiva, se puede defender el asesinato y el exterminio del considerado enemigo político para hacerse con el poder?
Si miramos el monolito dedicado a Carmen Lafraya, lo que vemos en él es la condena sin paliativos de cualquier forma de violencia ejercida contra seres indefensos. De ahí, la justificación ética y racional de su existencia. De ahí que nos merezca todo el respeto posible. Si miramos el monolito dedicado a los muertos por Dios y por la Patria, lo que vemos es la defensa del golpismo y de la guerra como formas naturales de hacerse con el poder en detrimento de las urnas y de la voz del pueblo.
De ahí que optemos por su demolición. No nos merece ningún respeto.
He dicho bien: respeto.
Es curioso que en inglés, francés y castellano la palabra proceda del latín, de respecere. Prefijo re (hacia atrás, de nuevo, intensivamente) y el verbo specere (mirar, contemplar, observar). Respectus: mirada atrás, atención intensa, consideración especial hacia uno y hacia los demás, dirigir reiteradamente la mirada, no perder de vista a uno y tenerle especial consideración. Quedémonos, pues, con el significado de “mirar atrás”, interpretado como “valorar la trayectoria o el pasado de alguien o de algo”, de ahí la expresión “tener respeto a alguien”.
La derecha de este país no ha respetado jamás a quienes sigue teniendo hoy como adversarios históricos por su condición de republicanos y caídos, en Navarra asesinados impunemente, en defensa de la II República. Nunca, la derecha los ha tenido como legítimos representantes políticos de una parte de la historia de este país. Siguen siendo escoria, es decir, rojos, comunistas y republicanos. Si se los asesinó fue porque eran cizaña.
Este es el quid de la cuestión. Y no creo que la memoria de la derecha cambie su chip mental en este aspecto. Sería reconocer su crimen. Y ella quiere reconciliarse con el olvido o con la memoria que justifique tales crímenes invocando las circunstancias y la ley de la equidistancia que en Navarra jamás existió.
En 2003, el Parlamento navarro votó una moción a favor de las víctimas del golpismo en Navarra. ¿Qué hizo la derecha? Abstenerse. El gobierno de M. Sanz argumentó que lo hizo para no coincidir en la votación con los malos de Bildu y los ataques a la Iglesia, como si esta hubiera sido una hermanita de la Caridad antes, durante y después de la guerra. Pura falacia.
La verdad es otra. La verdad es que los valores que representaban y siguen representando aquellos asesinados republicanos no encajan en las molleras de la derecha. De hecho, ¿cuándo, UPN, en solitario, al margen de los malos ha hecho una declaración como partido a favor de esas víctimas?
¿Y qué decir de ciertos militares estén o no en ejercicio? El artículo 21 de las Reales Ordenanzas para las Fuerzas Armadas, aprobadas por Real Decreto 96/2009 del 6 de febrero, da repelús, pues asegura: “Los miembros de las Fuerzas Armadas se sentirán herederos y depositarios de la tradición militar española. El homenaje a los héroes que la forjaron y a todos los que entregaron su vida por España es un deber de gratitud y un motivo de estímulo para la continuación de su obra.”
El problema es evidente. Dicha ordenanza no dice nada acerca de cómo y qué instrumentos utilizaron algunos militares para forjar esa España a la que alude, porque, si lo hicieron al estilo de Franco, de Mola y de Rodezno, no la queremos ni en pintura.
La razón del olvido por las víctimas
Eduardo Galeano cuenta en su libro El libro de los abrazos, que un día, buscando en la ciudad de Chicago algún monumento que recordase la masacre o revuelta de Haymarket del 4 de mayo de 1886, y que dio origen a la Fiesta del 1º de Mayo, comprobó que no existía ninguna estatua, ningún monolito, ni ninguna placa de hojalata o de bronce. Nada.
Preguntándose por la razón de tal olvido, dice Galeano que encontró la respuesta en un proverbio africano que dice así: “Hasta que los leones tengan sus propios historiadores, las historias de cacería seguirán glorificando al cazador”. Y así seguimos, frente a la amnesia uniformada del relato de las élites, escribiendo como podemos la memoria de los leones. Unas élites que, en ocasiones, reciben, desgraciadamente, el refrendo de socialistas de alcurnia como la A. Guerra, quien se lamentaba de que siguiéramos hablando de Franco y de boxear con fantasmas del pasado…
La verdad es que tiene razón. Solo se olvidó añadir que no seguiríamos boxeando con fantasmas -a veces, no tan fantasmas-, si él y González, cuando el PSOE era mayoría en el Congreso, hubieran hecho los pertinentes deberes profilácticos para conjurar la presencia de esa momia y de esos fantasmas…