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Es el sr. Corpas, “consejero cultural”, quien nos muestra, en cumplido ejemplo, cómo se minoriza a los navarros, al coincidir con el personaje del nuevo libro de Pedro Esarte Muniain, Juan Rena, clave en la conquista de Navarra (1512-1538).

Corpas, al igual que ya lo hiciera Rena, paga también con dinero de los propios navarros los servicios prestados por quienes niegan ahora la subordinación de los navarros, iniciada en 1512. Corpas ha ordenado entregar 27.840 euros al Departamento de Historia de la Imperial Universidad de Alcalá de Henares para que allí, en base a la documentación de Rena que está en Pamplona, preparen un trabajo sobre el personaje, con motivo del 500 aniversario de la conquista de Navarra en 1512, bajo el tramposo título de “Juan Rena, pagador del Reino de Navarra”.

Menos mal que el infatigable historiador navarro, Pedro Esarte Muniain, se les ha adelantado investigando concienzudamente desde hace muchos años los citados “papeles Rena”, descubriendo en toda su amplitud el completo montaje de dominación efectuado sobre los navarros durante los primeros 26 años de la ocupación, cuyo director y artífice principal fue, precisamente, Juan Rena.

Ayer y hoy el sometimiento de una sociedad como la Navarra, no se puede lograr sin la colaboración de ciertos personajes que carecen de escrúpulos. Rena, para poder ejercer eficazmente su tarea, unificó y acaparó en su persona cuatro funciones bien dispares: gerente financiero de las campañas militares imperiales, poseedor de los más altos cargos eclesiásticos, usurpador de los máximos puestos institucionales (políticos y judiciales) del invadido Estado navarro, y represor, así como responsable de los servicios secretos.

Fernando el Católico, Cisneros y Carlos V, sucesivamente, utilizaron los servicios de Rena en las guerras imperiales de Argelia, Túnez, Italia, Sicilia y Flandes, pero donde el veneciano Rena desarrolló sobre todo sus facultades fue en la conquista y subordinación de Navarra. Su papel fue fundamental para sus citados superiores.

Como responsable de la financiación y gestión de la empresa militar obtenía los fondos pecuniarios, hombres, abastecimientos precisos (alimentos, ganado, transportes, armas, vestimentas…), alojamientos y fortificaciones, mediante engaños, promesas de pago futuro, expolios, requisas, confiscaciones de bienes y de dinero, de origen público, eclesiástico o de particulares. Y lo más importante para los monarcas españoles, todos los gastos los acababan pagando siempre las víctimas de la nación conquistada y sometida. Un verdadero negocio para el Imperio.

Íntimamente vinculado a su cometido de financiador de los costes de la conquista se halla su intervención directa en la estructura jerárquica de la Iglesia, gracias al derecho de propuesta concedido por el Papa al Emperador, convirtiéndose en el verdadero cerebro gris de la Iglesia en Navarra, acumulando numerosos cargos y beneficios eclesiásticos (rector, protonotario, pagador, canónigo, vicario y obispo). Vendedor de diversas bulas (Fábrica de San Pedro en Roma, de la Cruzada, de los Cautivos) al objeto de desviar fondos para las guerras de sus regios patronos.

El saqueo de las rentas del obispado, catedral, monasterios (Urdax, Roncesvalles) y parroquias, sistemática simonía de bienes religiosos, mediante la venta de prevendas y beneficios, tanto espirituales como temporales. Abusos que en Europa fueron en gran medida el origen y desencandenante de la reforma y el protestantismo.

Juan Rena penetró, aun siendo extranjero, en las más altas instituciones del Estado navarro. Dispuso de la Cámara de Comptos y del Consejo del Reino, y fue miembro de las Cortes de Navarra. Desde donde desviaba recursos para financiar al ejército ocupante, a la vez que obtenía control e información. Los cargos de abad, prior, vicario u obispo llevaban aparejado el asiento en Cortes. Era juez y parte, incurrió habitualmente en prevaricación, cohecho, falsificación de documentos y suplantación de cargos.

Rena fue el director de la maquinaria represiva, con arbitrarios encarcelamientos, asesinatos y destierros, que impuso a los navarros desafectos o no sumisos.

Organizó una red de delación y espionaje que le facilitó la información necesaria para controlar a los navarros.

Rena llegó a apreciar tanto a la gente de este país, que cuando estaba en Italia exigió que los mozos que debían transportarle, pues estaba paralítico, fueran navarros, con la condición de que entendiesen algún romance. Desde 1512 Navarra es la meca de los arrivistas sin escrúpulos –el primero fue Juan Rena–, cuyas conductas incurren en la violación permanente de los derechos humanos, civiles y políticos, individuales y colectivos a los ciudadanos navarros, como muy bien refleja Pedro Esarte en éste su nuevo libro.

Tomás Urzainqui Mina

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